El verdadero Carlos Slim, así fue su infancia y juventud
NIÑEZ Carlos Slim me cuenta que sólo sintió discriminación por ser libanés durante un momento pasajero de su niñez. La infancia del magnate transcurrió en el número 51 de la cerrada México, en la colonia Condesa. Hizo el jardín de niños y parte de los estudios de primaria en la escuela G. B. de Annes, a tan sólo dos calles de su casa, donde había tanto niños como niñas. Cuando tenía siete años, su familia se mudó al barrio residencial de Polanco, a la calle Calderón de la Barca, curiosamente también a un edificio con el número 51. Entonces entró a un colegio dirigido por agustinos donde sólo había hombres. De quinto de primaria a tercero de secundaria permaneció ahí. Desde los 10 años, además de estudiar, Slim acompañaba a su padre Julián al centro histórico de la capital del país para ayudarle en sus negocios, sobre los cuales le explicó su funcionamiento. Cuando tenía 13 años, su progenitor murió de un problema cardiaco. Sin embargo, antes de fallecer, Julián Slim Haddad le dio una educación financiera básica. —Debo afirmar —relata Slim— que desde el principio conté con el apoyo familiar, el cual no se limitaba a lo material, sino principalmente al ejemplo y a la formación. A fines de 1952, y con el objeto de administrar nuestros ingresos y egresos, mi papá nos estableció la obligación de llevar una libreta de ahorros que revisaba con nosotros cada semana. Siguiendo esta regla, llevé mis balances personales varios años... Slim recuerda que en primaria y secundaria le tocó convivir con niños que querían hacerle bullying, y en ese contexto tuvo su primera pelea a golpes. —Yo era muy tranquilo, pero no me dejaba. En sexto año de primaria estaba dando lata el del bullying (porque nos llevaba dos o tres años el cabrón; ¡ah, cómo era latoso!) Entonces me paré y le di un trancazo, y el padre, que era el prefecto (era un colegio agustino), hizo lo más inteligente que se podía haber hecho: en el recreo nos puso los guantes y a pelear todo el recreo.
El magnate tenía entonces 11 años y el colegio agustino donde estudiaba era el Instituto Alonso de la Vera Cruz. La segunda vez que volvió a pelearse a puños fue en secundaria. Dice que ya ni recuerda cuál fue el motivo de la bronca: sólo tiene en mente que su rival era “un muchacho muy agresivo”. Tampoco recuerda si ganó o perdió. —Mira, en esa época no se trataba de ganar o perder. No había nocaut ni nada. El chiste era aguantar. Ya después no sabías si le pegaste tú más al otro o si el otro te pegó más a ti, pero el chiste era aguantar. Entonces no sabías si ganabas o perdías. Le pregunté si durante su juventud había vuelto a pelearse a golpes, como me contó un ex compañero suyo, quien asegura que Slim se dio de puñetazos con otro estudiante universitario en los baños del Palacio de Minería durante un baile anual. —No, yo no me hubiera peleado. Yo ya era maestro de la universidad. ¿Cómo me iba a poner a pelear? Y menos en el baño. Ahí va uno a otras cosas, no a pelear —risas—. En la universidad casi no había pleitos. Bueno, en mi facultad no. A lo mejor de repente una palomilla en fiestas y eso, pero ahí en la facultad no me acuerdo de haber visto yo un pleito. Fíjate que la maravilla de la universidad desde la preparatoria es el ambiente de camaradería de las clases sociales más diversas. Podías tener coche y el otro no tener un centavo, pero había amistad. El magnate dice que sus padres estaban a diario al tanto de su educación y que una buena decisión que tomaron con él fue inscribirlo en colegios pequeños, donde había cinco alumnos por clase y no más de 40 en toda la escuela. —Antes de cuarto de primaria, a mí y a mis hermanos nos inscribieron en una escuela muy famosa que está por donde está el Sheraton. Se llama Escuela Inglesa para Varones. Yo creo que no la aguanté ni 10 días y mis padres tuvieron la inteligencia de respetar, porque yo necesitaba más libertad; yo siempre necesité más libertad.
Slim dice que tenía una buena relación con sus hermanos mayores, Julián y José, pero que a él le gustaba andar solo en la escuela y en los parques: —Con Julián yo nunca estudié; nunca estuve en la misma escuela. Me llevaba más años. Con Pepe, él se fue a la Escuela Inglesa, luego regresó a esta —Vera Cruz—, y luego, cuando nos cambiamos de casa, yo seguí en esa escuela —Vera Cruz— y Pepe se regresó a esta escuela —Inglesa—... Cuando José y Julián acabaron la secundaria, su padre los llevó a Monterrey para que estudiaran en el recién creado Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, pero un mes después de dejarlos en esa ciudad del norte de México, Julián Slim Haddad falleció y los hermanos de Slim regresaron a la capital del país. —Si hace el ejercicio de recordarse como niño, ¿cómo se definiría? —Pues muy libre. Nunca me sentí reprimido. —¿Qué tipo de cosas soñaba? ¿Qué le gustaba hacer? ¿Cómo se vestía? —Normal. Como cualquier otro niño. La mezclilla no se usaba como ahora. La usábamos más bien cuando mi papá nos llevaba al trabajo. —¿Cómo iba vestido a la universidad? —Un pantalón, una camisa y a veces una chamarra. —¿No tenía unos zapatos favoritos? —No. —¿No era muy cuidado en ese sentido? —Nadie. Era un poco más informal la vestimenta. Algunos sí tenían su chamarra de cuero. —¿Qué hobbies tenía? —El futbol americano. Yo era muy bueno para correr la bola, pero siempre me ponían de tacle. Entonces nunca jugué. Sólo de tacle algunas veces. Jugábamos tochito y me gustaba correr el balón. Era bueno corriendo el balón. A Slim lo que más le gusta decir públicamente de su infancia es que abrió su primera cuenta de cheques cuando tenía 12 años. Llega el momento en que empieza a relatarme eso y saca una vieja libreta en la que se ven anotaciones con tinta ya gastada por el tiempo. Se sumerge así en un monólogo que relata con emoción: —Mira, cuando tenía 16 años mi mamá me regaló 50. Entonces los invertía. Aquí está lo que me pagaban: 200 pesos... —¿Y cómo era su papá? ¿Cuál es el momento más entrañable que usted recuerda con él? —intento retomar la conversación. —Por ejemplo, este es mi primer balance —sigue el magnate, cada vez más animado—. Papá nos daba cinco pesos de domingo en una libretita negra que no encuentro, caray. Es así, negra y chiquita. Yo creo que me la llevé a la casa […] Tenía también una tiendita de dulces y estas son mis ventas. Estos ya son los diarios. Vidrio para el reloj, grasa para los zapatos, camión; teléfono, 20 centavos (¡mira qué caro era!); torta, 65; taco, limón; camión, 25. Dos cajas de canicas para damas chinas, 3.50. Esto era en memoria de mi papá, porque nos hacía llevar esta libretita y nos daba cinco pesos. Pago a compra de acciones, 300 pesos. Son mis primeros balances. Ya luego ni hice balances... Ah, esto es cuando me encargan administrar las cosas de la familia. ¿Cuánto tiempo crees que las administré? —Hasta la fecha, supongo. —¡N’ombre: 60 días! —¿Por qué? —Porque me daban lata, y les dije: “Ahí nos vemos”. Aquí puedes leer cómo, cuando me despedí, mis hermanos dijeron: “Agradeciendo que haya perdido su tiempo en beneficio nuestro”. Esta fue la división que hicimos: “A los dos meses de su misión, en los cuales no cobró honorarios”. Aquí es interesante porque, fíjate, si no quise que mi hermano fuera socio, menos voy a tener socios extraños ahora. Por ahí me hace un préstamo mi mamá para comprar acciones. Creo que era un préstamo por 500,000 pesos. Le dije: “En lugar de que los tengas en el banco, dámelos, yo te doy 10 por ciento”.
—¿Y su mamá cómo era? —Mi mamá era muy cordial, muy linda, muy sociable, muy cumplida, muy cuidadosa, muy detallista, porque además mi papá le dijo antes de morir: “No te metas en negocios ni prestes dinero ni des avales”. Y mi mamá fue religiosa para esto. Nos dejó muchas propiedades inmobiliarias y acciones. —¿Qué siente que le aprendió a ella? ¿Qué le heredó de carácter? —Su sentido de justicia familiar. Ella a mí no me regalaba nada si no se lo daba igual al otro hermano. O cuando me casé, que le compré un anillo grande a mi mujer, ¡uh!, se dio una enojada… —¿Estaba celosa? —No, para nada. Estaba afligida de que el anillo que había comprado mi hermano era más chico, de que se fuera a enojar la esposa de mi hermano, porque había una diferencia en los anillos. Era pareja. Teníamos un terreno precioso de dos mil metros. Entonces, cuando me iba a casar, yo tenía una constructora. Le dije que me lo prestara y yo hacía una casa en el terreno, y cuando se vendiera, me salía de ahí. Me dijo que por qué me lo iba a prestar a mí y no a mis hermanos. ¡N’ombre, su sentido de justicia y de trato igual era muy fuerte! También era muy sociable y todo mundo la quería, pero sí, las reglas eran las reglas. JUVENTUD Las influencias empresariales de Carlos Slim y de su entorno familiar también provienen de lugares menos lejanos que Líbano. Cuando terminó sus estudios de ingeniería civil en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), encontró inspiración en las páginas de una revista Playboy. Un día, entre fotografías de chicas semidesnudas, leyó un artículo de Jean Paul Getty, el primer hombre en acumular una fortuna superior a los 1,000 millones de dólares. La filosofía de Getty en torno de la necesidad de tener una “mentalidad millonaria” impresionó al joven estudiante. A mediados de la década de 1960, el magnate petrolero escribía para esa revista sobre estrategias de negocios; las páginas de la publicación enseñaban a sus lectores a convertirse en consumidores y promovían un estilo de vida desenfadado y hedonista. Eran los años previos a la rebeldía de finales de esa década. En la UNAM, la escuela de Slim, se habían desatado marchas y protestas que acabaron en una masacre de estudiantes perpetrada por el ejército en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Sin embargo, la Facultad de Ingeniería Civil, donde él había estudiado a principios de ese decenio, tenía una fama más bien conservadora y estaba al margen de la agitación política universitaria. Por esa misma época Getty aconsejaba a los jóvenes despreciar la radicalidad. Para él se trataba de una apuesta que casi siempre se perdía. Slim decidió estudiar ingeniería civil porque en aquel entonces las carreras de economía todavía no usaban números y se enfocaban en la retórica. —¿Entonces qué podía estudiar? ¿Contador? —me dice, haciendo una cara de desagrado en respuesta a su propia pregunta—. ¿Por qué estudié ingeniería? Porque me gustaban los números. Se me dan los números y a otros se les dan las letras. A mí, desde primaria, me gustaban los números, y en ingeniería en ese momento no había carreras alternativas. Quizá yo habría estudiado ingeniería administrativa o ingeniería industrial. También cursó algunas materias en la Escuela de Matemáticas de la Facultad de Ciencias, pero le pareció que la carrera se enfocaba demasiado en las matemáticas puras y no terminó esos estudios. El mexicano más rico del mundo ingresó en 1957 a la Facultad de Ingeniería Civil después de concluir sus estudios en la Preparatoria número 1 de San Ildefonso... Alguien que conoce bien esos tiempos estudiantiles de Slim en la Facultad de Ingeniería Civil es su amigo Fructuoso Pérez García... El recuerdo que tiene Fructuoso de aquellos años raya en lo idílico: —Nos llevábamos todos muy bien con las demás escuelas. Por ejemplo, junto a nosotros estaba la Facultad de Arquitectura, por un lado, y por el otro lado la Facultad de Ciencias Químicas. Nunca había problemas de ningún tipo […] En los camiones urbanos íbamos de todo, con una gran familiaridad, incluyendo a Carlos, que era un muchacho normal...
Slim no sólo usaba ropa de etiqueta. También le gustaba vestir ropa deportiva, en especial de beisbol. Jugaba con sus compañeros en un equipo de la facultad. Fructuoso era shortstop y Slim solía escoger la posición de catcher durante los partidos contra otras escuelas de la UNAM... —Me intriga que jugara usted de catcher. Tengo la impresión de que es la posición más aburrida del beisbol —pregunto a Slim en entrevista. —No, es más aburrido ser fielder: nunca llega la bola —risas—. Qué va a ser aburrido ser catcher. Yo no era bueno. El catcher es el que maneja al pitcher. La combinación pitcher-catcher es lo más importante en el beisbol. Nada más imagínate: el catcher se tiene que poner de acuerdo con el pitcher. Le tiene que decir cómo es cada bateador, dónde lanzarle, para dónde ponerle la bola. Por eso a veces no se ponen de acuerdo y falla. —¿Entonces usted era buen catcher? —No, bueno, pues era cáscara. —¿Y bateaba bien? —Fui muy bueno bateando y después, de repente, empecé a batear mal. Pero era muy bueno bateando primero, y luego entré en un slump. Yo no sé si porque con este ojo soy miope —se toca el ojo derecho. Slim también practicó el atletismo [...] En especial le gustaba el lanzamiento de bala, jabalina y disco en el campo. —A mí me encanta el atletismo. Es más, me gusta más que el beisbol... —Pero dígame algo: ¿le gusta más ver la acción o ver los números? —Me gusta ver a los atletas, pero también las estadísticas... De acuerdo con Fructuoso, Slim no era nada serio: —Le gustaban las pachangas y le gustaban las chavas y todo. Era un estudiante regular, o sea, era buen estudiante pero sin ser de los matados. Tenía una enorme facilidad para las matemáticas, al grado de que él empezó a dar clases de esa materia en la facultad, cuando estaba en cuarto de ingeniería… Otras anécdotas de ese viaje (de prácticas a Estados Unidos) sucedieron en los bares de Nuevo Orleans. Fructuoso las relata pero prefiere que no sean publicadas. Sin embargo, los viajes no eran de paseo, sino para visitar obras de ingeniería civil que ayudaran a los jóvenes estudiantes en su proceso de formación […] En Estados Unidos visitaron plantas hidroeléctricas y puentes viales, mientras que en México iban a todas las obras de vanguardia, como el puente de Coatzacoalcos, Veracruz, o la presa de La Amistad, en la frontera entre México y Estados Unidos. —Esto nos daba mucha hermandad porque convivíamos, desayunábamos, comíamos, cenábamos y pachangueábamos juntos. Entonces siempre había anécdotas y había de todo; nos acordamos tanto de los viajes que la gozábamos realmente. —¿Otra anécdota que recuerde de esos viajes? —pregunto a Fructuoso. —En un viaje de prácticas… Si publican esto no le va gustar mucho, pero déjame ver… En un viaje de prácticas, no me acuerdo del lugar, creo que fue por Guanajuato, él llevaba un carro, un carro viejito. Bueno, no muy viejito, un Ford. Se separaron del grupo porque iba el camión. Y estos condenados se trajeron a unas chavas de allá. —¿De Guanajuato? —Sí, unas prostis. Desde allá se las traían en el carro hasta acá, a México. Fue un relajo el que se armó… En fin, tantas anécdotas. Le encantaba. Era muy alegre. Le gustaba todo, como una persona normal... —¿Cuando él estaba en la facultad tenía coche? —Sí, pero uno modesto. Algunos teníamos la suerte de traer coche, que no éramos muchos. Pero que dijéramos que Carlos traía chofer o eso, para nada, para nada. —¿Se imaginaba en aquella época lo que pasaría con él? —¿A dónde iba llegar? ¿A ser el hombre más rico del mundo? No, nunca nos imaginamos.