El italiano que descubrió Careyes
Llegó envuelto en un jorongo, levantó el brazo en forma de escuadra a la altura de la cara, y codo con codo, saludó a los hombres presentes; a las mujeres -su evidente debilidad-, las saludó con tres besos. "Éstas son las entrevistas que voy a dar", dijo refiriéndose a los videos narrados por él mismo que estaban por presentarse y en los que cuenta su historia, inquietudes y creencias.
En 1968, a los 42 años, Brignone, un reconocido empresario que adquirió el banco Caisse des Originaires du Massif Central a los 22 años, buscaba un lugar para retirarse de los círculos financieros europeos. Durante un viaje en avioneta que hizo con su amigo Luis de Rivera -quien le había sugerido visitar estas playas jaliscienses-, se asombró con la espectacular vista y conoció al amor de su vida: Careyes.
"Fue un amor a primera vista, incondicional. Ninguna mujer, ningún hijo me inspiró nunca tanto amor", diría después Gian Franco. A los pocos días de este encuentro ya había comprado las tierras: 12 kilómetros de costa y unas 1,500 hectáreas de selvas, manglares, acantilados y playas.
WOW Y WHY
Al día siguiente, erguido, nos saludó con el brazo derecho. Llevaba una bata, su báculo y unas pantuflas de terciopelo, una con el signo de admiración y otra con el de interrogación (que quieren decir wow y why, lo que pensó el italiano al descubrir esta costa). Brignone nos esperaba a la entrada de su refugio, Tigre del Mar. Ésta no fue la casa en la que vivió desde su llegada a Careyes, la cabaña de Playa Careyitos fue su primera residencia.
"Hola, pasen", nos dijo cálidamente. Los ladridos agudos de los perros se escuchaban mientras caminábamos hacia la puerta. "Que estén tranquilos, que son amigos", le gritó Gian Franco al cuidador con ese ligero acento italiano que todavía delata su origen.
Al llegar a la puerta nos hizo descalzarnos. "El piso es de magnetita", señaló. Este mineral lo obtuvo de las pequeñas piedritas negras que se encuentran en la playa. Gian Franco mandó colar la arena para sacar este mineral, a fin de hacer el piso de su casa y así tener una buena energía.
En menos de una hora nos paseó por el ombligo que conforma su reino tropical. Subimos a la primera planta, pasamos por un cuarto que estaban pintando: "Es el de la favorita", indicó refiriéndose a su novia brasileña de 42 años. Al final del pasillo encontramos su recámara, la cual está flanqueada por dos ventanas laterales hechas de manera que pueda ver al norte y al sur desde su cama.
En medio de la habitación hay una puerta con una impresionante vista al mar, pero lo que más nos sorprendió fue una cavidad redonda en el suelo. "Bajen", ordenó Gian Franco. Él se quedaría en el cuarto.
Delante de nosotros (el fotógrafo, la pr y Diego, el experto en jardines de Careyes), por unas escaleras empinadas, bajó el mozo con una cuerda de la que colgaban una bola grande y otras chicas que chocaban entre sí haciendo el sonido de una sonaja "para espantar espíritus". A lo lejos se escuchaba el golpeteo de las olas con las piedras y entendimos que el mozo iba por delante para provocar la salida apresurada de miles de murciélagos. Entre su aleteo llegamos a un lugar fascinante, como si hubiéramos sido transportados a una escena de El Conde de Montecristo, la novela de Alejandro Dumas. El espacio estaba ocupado por una mesa de piedra con dos candelabros, a la derecha no había pared, sino un pequeño acantilado por donde una luz cegadora entraba haciendo un contraste tenebroso con la oscuridad.
LOS TIGRES DE CAREYES
Gian Franco nos esperó en su habitación. Cuando entramos, nos percatamos de algo que no habíamos visto la primera vez: unos tigres de peluche que se encontraban en uno de los costados de la habitación. Esto se debe a que Gian Franco es Tigre en el zodiaco chino, de hecho varias de las cosas y lugares de Careyes (al lugar se le dio este nombre porque una de sus playas estaba llena de tortugas de carey) están envueltos con el aire de este animal.
Continuamos el recorrido, llegamos hasta una puerta; el dueño de la casa cogió la perilla al mismo tiempo que decía emocionado: "El Cuarto de Fuego". Al abrirla, un resplandor cálido, rojo y llamativo nos deslumbró. El cuarto está pintado en tonos rojizos y la luz del sol crea este efecto abrasador; pero lo más impresionante de este espacio es que está casi cerrado, únicamente hay una ventana de unos 20 centímetros de alto. "Es sólo para mirar el infinito". Nos alejamos y vimos su extravagante intensión: tener una de las vistas más espectaculares que hay, el punto en donde el mar se junta con el cielo...
UNA TUMBA DE ALTURA
Continuamos la excursión hasta encontrar una terraza. El anfitrión señaló una montaña lejana y dijo: "¿Ven esa montaña de allá?, voy a subir la semana que entra porque voy a empezar a construir mi tumba. Estará ubicada a la misma altitud en la que está el lugar en donde nací" (nació en Turín, Italia en 1926). "Todavía te puedes divertir a estas alturas", sonrió con un aire de complicidad consigo mismo. Gian Franco, de 85 años, se mudó a Careyes en 1971 y en el 75, Alberto Mazzoni y Diego Villaseñor comenzaron la construcción del Hotel Careyes. Varias décadas después, Careyes se ha convertido en uno de los conceptos inmobiliarios de playa más selectos de México.
El italiano contagió su amor a personajes de la nobleza, como Michel de Bourbon y Mariana Pignatelli. Heidi Klum y Seal tienen casa ahí, así como Egon von Fürstenberg y Gregorio Rossi, dueño de Martini & Rossi. En los 70, pasaron por ahí Luis Barragán, John Huston y Gianni Agnelli.
Nuestro fotógrafo no dejaba de disparar ya que faltaba poco para terminar. "Soy muy fotogénico, soy mejor en foto que en persona", dijo con un gran sentido del humor y agregó: "Es tiempo de una margarita". Dos muchachas se acercaron para ofrecernos las bebidas. "¡Salud!", alzó el brazo con la copa y brindó con nosotros.
Dejó su copa en la mesa, se puso de pie y caminó hacia la biblioteca; lo seguimos. Cruzando el jardín estaba aquella edificación pintada de color azul. Antes de llegar a su puerta, es inevitable toparse con una enorme escalera de madera que supera la altura de la construcción y que no llega a ningún lado, no obstante, al final alberga dos botellas, una de tequila y una de Damiana, cuyo único propósito es que cuando lleguen los extraterrestres a Careyes, encuentren algo con lo que saciar su sed. Entramos a la biblioteca adornada por infinidad de curiosidades.
En sus extremos hay dos pequeñas habitaciones idénticas, su erotismo envuelve la atmósfera. Una escalera bastante empinada conduce a un ático en donde tan sólo hay espacio para una cama y dos ventanas laterales: "Para ver las estrellas", nos dijo. Dualidad, en Careyes la hay por todos lados, incluso en la personalidad de Gian Franco, quien tiene una altivez encantadora y exquisita.
El tiempo de la entrevista expiró, en forma de sugerencia ordenó: "Vayan a ver la puesta de sol". Tomó su burrita (el pequeño bastón de otate que siempre lo acompaña) y nos encaminó hasta el mismo lugar en donde cincuenta minutos antes nos había dado la bienvenida. Con una sonrisa levantó el brazo derecho y dijo adiós.
*Artículo publicado en la revista Quién, Edición 232 (Portada "El año de Oprah")