Resulta irónico que una institución tan antigua como la monarquía británica se haya enredado en una situación que –para ponerla en términos ad hoc al mes de abril– pareciera un juego de niños… fuera de control.
El paradero de la princesa de Gales y su estado de salud, así como la misteriosa razón que ocasionó su “cirugía abdominal programada” y el silencio de Kate Middleton con respecto a su recuperación dieron paso a una infinidad de escenarios para justificar o explicar una ausencia que, en el último de los casos, sólo alimentó el morbo, generó desconfianza en la Familia Real y empañó la imagen (hasta ahora casi perfecta) de la futura reina de Inglaterra, de quien ahora sabemos –por sus propias palabras– que fue diagnosticada con cáncer y esperó hasta el último momento para hablar abiertamente de ello, lo que ya obligó a la Familia Real a pagar un precio muy alto, al ver debilitada su credibilidad.
¿Qué pensaría la difunta Isabel II ante dicha crisis de credibilidad ocasionada por la esposa de su nieto? ¿Qué habría dicho la monarca, quien siempre fue celosa guardiana de las apariencias, ante la infame foto editada que pretendía calmar las aguas hasta que reapareciera la princesa de Gales?