La familia real británica regresó a Sandringham tras tres años de ausencia para pasar allí las primeras navidades sin Isabel IIy con su hijo Carlos como anfitrión. Una de las tradiciones que ha retomado ha sido asistir a la misa del 25 de diciembre en la iglesia de la Santa Magdalena.
Este año la cita tenía más importancia que nunca porque ha servido para presentar un frente unido ante el revuelo que han causado las explosivas acusaciones de racismo y discriminación que los duques de Sussex realizaron contra la monarquía en su documental para Netflix.
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Los 'royals' han hecho su aparición en escena junto a los más jóvenes de la familia, como ha sido el caso de Zara y Mike Tindall, que han estado acompañados por primera vez de sus dos hijas mayores, o de la princesa Beatriz, que ha invitado al hijastro que tiene fruto de su matrimonio con Edoardo Mapelli Mozzi, aunque su hija Sienna, de un año, se quedó en casa.
Los duques de Cambridge también acudieron en familia con sus tres hijos. Kate, como es habitual, se ha convertido en el centro de todas las miradas para analizar al detalle el atuendo que eligió para la ocasión: un abrigo verde de Alexander McQueen -una de sus marcas de cabecera- que combinó con un sombrero a juego de Philip Treacy.
Los pendientes han sido identificados como una nueva incorporación a su joyero que, al parecer, habría sido el regalo navideño de su esposo el príncipe William. Se trata de una pieza de la casa francesa Sézane, de la que ella tiene otros accesorios y prendas, que cuesta alrededor de 100 euros. Gracias al popular 'efecto Kate', las piezas se han agotado en cuestión de minutos en la página web en cuanto se difundieron las fotos de la duquesa con los aretes puestos.
La propia Kate Middleton ha llevado en muchas ocasiones diseños y joyas de muchos miles de euros que no están al alcance de cualquiera. De hecho, el último regalo que se le había hecho el príncipe William era mucho más valioso. Se trata del broche que lució el Día del Recuerdo, y del que no tardó en conocerse el origen.
Según publicaron varios medios británicos, se trataba de una pieza única que tenía más de 100 años de historia y que había sido adquirida a principios de enero en Bentley & Skinner. Además de saberse que fue William el generoso comprador, también se supo el precio que pagó por él: nada menos que 14.500 libras -unos 16.500 euros al cambio-.
Se trataba de un diseño calado con un diamante central, redondo y brillante de 0,35 quilates, además de otros dos diamantes en talla baguette, uno en la parte superior y otro en la inferior, con un peso total estimado de 4,5 quilates. Las piedras preciosas están montadas sobre platino y fueron engarzadas alrededor de 1920, así que además de valiosa, se puede considerar una joya histórica.