Hay algo en la dinámica de Alberto y Charlène de Mónaco, al menos en sus apariciones públicas, que sacude con fuerza cualquier ilusión de "felices para siempre" que pueda existir cuando hablamos de matrimonios reales.
Lo perciben los medios, lo nota la gente que pregunta con cierta preocupación a la princesa por su estado de ánimo en redes sociales, y tal vez lo sientan también los príncipes Jacques y Gabriella, sus gemelos de 7 años, que han copiado de sus papás los semblantes serios en sus apariciones públicas.
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No es un desgaste que se haya dado con el tiempo. La realidad es que el matrimonio de Alberto y Charlène dio mucho de qué hablar desde el inicio. La relación duró años antes de hacerse pública finalmente; la nadadora olímpica y el hijo de Rainiero III y Grace Kelly se conocieron en el año 2000, pero se oficializó hasta 2006.
La fastuosa boda de tres días, y que contó con lo más top de la realeza europea, estuvo marcada por las lágrimas constantes de la princesa de origen sudafricano. Aunque muchos lo relacionaron con la emoción del momento, surgieron desde entonces rumores que señalaban que Charlène, en auténtico modo "novia fugitiva", intentó escapar de Mónaco en tres distintas ocasiones antes del enlace y el pasaporte le fue retirado por el gobierno para evitarlo.
No es que el príncipe haya querido que las cosas resultaran así. Tal vez en algún punto imaginó que sus circunstancias personales no afectarían el futuro con Charlène. Antes de sentar cabeza, el príncipe se convirtió en papá de dos hijos de dos madres distintas: de Jazmin Grace Grimaldi, a quien tuvo con la mesera estadounidense Tamara Rotolo, y de Alexandre Grimaldi-Coste, de su relación con la azafata togolesa Nicole Coste.
En 2005, en pleno noviazgo con Charlène y poco antes de la muerte de su papá, el entonces príncipe heredero Alberto tuvo que reconocer la paternidad de Alexandre después de que lo demandaran. Un año después, hizo lo mismo con Jazmin.
No todo fueron problemas. Si la pareja tuvo alguna vez luna de miel, habría llegado después del nacimiento de los esperados herederos de Alberto: Jacques y Gabriella. De no haber tenido hijos legítimos, la línea sucesoria habría pasado a Carolina de Mónaco y su familia.
El príncipe Jacques es el sucesor que Alberto tanto ansiaba, y la paz reinó al menos por un tiempo en el principado, aunque con el paso de los años, el semblante triste y pensativo de Charlène reapareció en el balcón de Palacio.
A finales de 2020, una nueva demanda de paternidad volvió a sacudir a Alberto y Charlène. Esta vez tenía un agravante adicional: la mujer brasileña exigía al príncipe responder por su hija, concebida en 2005, cuando él y Charlène ya tenían una relación. La pareja puso un frente unido y llamó a la situación "un fraude".
Pero la etapa más controversial de Charlène estaba por venir. Los problemas comenzaron en mayo de 2021, con una aparentemente inofensiva visita de la princesa a su natal Sudáfrica relacionada con su fundación.
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Después de una serie de problemas de salud que le impedían viajar, la ex nadadora pasó de Sudáfrica a Mónaco, de Mónaco a Suiza, donde se internó en una clínica de rehabilitación por meses (alegando una baja física y mental), y de Suiza de vuelta al principado, mientras sus cuñadas, Carolina y Estefanía, la suplían en eventos oficiales y se tomaban turnos para cuidar a los príncipes.
La pareja pasó separada su décimo aniversario de casados. ¿Dónde está Charlène?, era el titular constante en las revistas europeas. Tal como seguramente lo esperaba, Mónaco no la recibió con silencio y calma, sino con una nueva oleada de rumores. No aparecer en el principado alimentó todo tipo de especulaciones.
El diario italiano Corriere della Sera aseguró que estaba en Córcega, y que había firmado un contrato con su esposo que le permitía vivir donde ella decidiera a cambio de no pedirle el divorcio. La "apuesta subió"; la revista francesa Voici se atrevió a dar la cifra que Alberto habría pagado a cambio de que Charlène volviera a casa: 12 millones de euros por año. Paris Match coincidió.
Aunque suelen hablar poco de lo que diga o no la prensa, en esta ocasión Charlène levantó la voz. "Como todo el mundo, somos seres humanos. Y, como todos los seres humanos, tenemos emociones y fragilidades, sólo que nuestra familia está expuesta a los medios de comunicación y la más mínima debilidad es retransmitida a todo el mundo”", dijo la princesa de 44 años al periódico Matin de Mónaco.
Y es que en el mundo de la realeza, el desorden familiar puede comunicar mucho más de lo que se percibe a simple vista. Es bien sabido que la inestabilidad dentro de una familia real hace a muchos preguntarse el valor y el futuro de una institución.
Quizás esta sea la razón por la que, contra viento y marea, Alberto se aferre a mantener en pie su matrimonio, y recientemente ambos hayan decidido mostrar en público su cara más cariñosa. ¡Hay mucho en juego!