Algo se cocina en el Palacio de Buckingham desde hace varios años, aunque las señales habían sido relativamente discretas… hasta ahora. En lo que podría considerarse una reversa abrupta –e inusual– de Isabel II, se confirmó en febrero pasado que Camila, hoy duquesa de Cornwall, no será princesa consorte cuando Carlos se convierta en rey, como había sido acordado, sino que será llamada, por deseo expreso de la monarca, reina consorte .
Y aunque el anuncio parezca haber salido de la nada, el ojo entrenado habrá notado que Camila, sigilosa pero a buen paso, ha ido ganando espacio no solo en la agenda real, adquiriendo cada vez más responsabilidades, sino en el corazón de la reina, que a cambio de su arduo trabajo le ha concedido escalar en jerarquía poco a poco desde hace un tiempo.
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No siempre fue así. Antes del polémico matrimonio de Carlos y Camila en 9 de abril de 2005, frente a la desfavorable opinión pública de quien fuera por años la amante del príncipe, se tomaron dos decisiones: la primera, que Camila no sería llamada “princesa de Gales” –aunque por derecho le correspondía– por respeto a la figura de Diana. Fue una señal de tacto, sí, pero también de inteligencia.
Cargar eternamente con el título de un personaje de su tamaño, un mito, casi, hubiera sido tarea imposible. La segunda decisión iba por la misma línea: cuando Carlos ascendiera al trono, Camila no sería llamada reina, sino “princesa consorte”.
Parecía un hecho incuestionable. Pero, con el paso de los años y con el histórico Jubileo de Platino cerca, parece que Isabel II comenzaba a cuestionarse la decisión.
En 2016, la invitó a formar parte del Consejo Privado, el cuerpo de asesores de la reina. En 2018, curiosamente, toda mención del título “princesa consorte” desapareció de la página oficial de Clarence House, que se encarga de la comunicación oficial de la pareja.
Vinieron más nombramientos: de la Orden de la Familia Real, la Real Orden Victoriana, y en diciembre pasado, el máximo honor: la Orden de la Jarretera , a la cual pertenecen Winston Churchill, el príncipe de Gales, la princesa Ana y el duque de Cambridge. Ningún otro esposo o esposa de sus hijos había recibido tal ofrecimiento.
Todo apunta a que la reina ya tiene claro, desde hace un tiempo, lo que opina de su nuera. Por ley, a Camila le corresponde ser reina, con o sin título, solo por estar casada con Carlos. Pero, pensando a futuro, esto no basta para Isabel. Lo que quiere es que el mundo esté de su lado. Hoy más que nunca, faltándole el soporte del duque de Edimburgo, la monarca sabe lo indispensable que será para Carlos tener en quien apoyarse, y no puede permitir que este personaje clave sea una pieza floja en la Corona.
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De "mujer perversa" a reina consorte
Al igual que el mundo entero, Isabel II no miraba a Camila con buenos ojos. Se dice que algún día se refirió a ella como “esa mujer perversa” y que no quería tener nada que ver con ella cuando Carlos reanudó su relación formalmente tras divorciarse de la princesa Diana.
En 2004, no le quedó más opción que acceder a que su primogénito se casara con el amor de su vida, y fue aún más lejos: le regaló un espectacular anillo para que entregara a su prometida. Ante los ojos atónitos de quienes adoraban a Lady Di, William y Harry no solo apoyaron a su papá sino que dieron la bienvenida a Camila a la familia –sabían lo feliz que hacía eso a Carlos–, y, desde entonces, no es poco común captarlos entre risas con su madrastra.
La reina encontró gustos en común, –los caballos y la cacería especialmente– y vio en su nuera lo que valora más que nada: una ética laboral impecable y una vocación de servicio a la Corona que, aún entre miembros de su propia familia, no ve todos los días. Pensando en una inminente transición, la reina necesita tener con quien contar y sabe que en Camila tiene un apoyo leal.
Más dura aún que la reina ha sido la opinión pública, cuyo tímido giro a favor de Camila ha sido lento, pero real. Su arduo trabajo y cercanía no han pasado desapercibidos.
La pandemia ofreció a la duquesa de Cornwall una oportunidad para 'hacer las paces' con la gente –aunque aún no con muchos de los 'incondicionales' de Diana–, al preocuparse por causas como la violencia doméstica, la soledad de las personas mayores y la protección a los animales: incluso hasta adoptó dos perros Jack Russell de una fundación londinense de la que es embajadora. Camila, de 74 años, no pierde el tiempo.
Ha sido –y seguirá siendo, probablemente– un camino largo para la esposa de Carlos, pero tras varias décadas de espera, el “final feliz” de Camila parece haber llegado.