¿Por qué Lady Di soñaba con ser bailarina?
Aquel lunes por la noche, Londres estaba a 4 ºC y Diana no paraba de mover sus pies. No era por el frío. No. Los movía de izquierda a derecha. Con ritmo y sin él. Pocas, muy pocas veces se le notaba tan ansiosa en un evento oficial. Sentada al lado de su esposo Carlos en el Grand Tier, el palco principal del Royal Opera House, Diana no paraba de mover sus pies. Faltaban pocos minutos para que en el escenario finalizara, ese 23 de diciembre de 1985, la fiesta de Navidad de Friends of Covent Garden, la fundación de la Royal Opera House.
De un momento a otro, cuando sólo faltaban dos actos de la gala y uno de ellos estaba por comenzar, ella simplemente desapareció. Después de algunos ajustes y tras dejar sin obstáculos los casi 14 metros de pista, todas las luces, excepto una, se apagaron en el escenario. La silueta de dos figuras, un hombre y una mujer, se apoderó de las miradas. Él, mucho más bajo de estatura que ella, la tomó por la cintura y la música comenzó: una batería, un coro legendario y Billy Joel entonando su clásico “Uptown Girl” (de 1983). El tema fue elegido por Diana de Gales para apropiarse del escenario (luciendo un vestido blanco que bien podía ser un guiño al de Jessica Lange en El cartero siempre llama dos veces, de 1981) de la Royal Opera House junto con su compañero, Wayne Sleep, el bailarían más bajo en la historia del Royal Ballet School, con sólo 1.57 m.
De un lado al otro. Brincando. Sonriendo. Dejándose ir. Pasando la pierna por encima de Sleep y bailando, durante tres minutos y 18 segundos ante una audiencia real, una canción que decía: “Ella se está cansando de sus juguetes de clase alta”.
PRIMA BALLERINA
Tras reunir relatos de compañeras, maestras y familiares en torno a la infancia y adolescencia de la princesa para el libro The Diana Chronicles, la periodista y editora británica Tina Brown se encontró con el baile como una constante cada vez que se hablaba de la alegría de Diana. En sus primeras lecciones de tap en el Riddlesworth Hall School, en el condado de Norfolk, o en sus visitas ocasionales a The Vacani School of Dance, uno de los centros educativos más respetados y donde después regresaría para ser profesora, Diana encontró una salida al divorcio de sus padres, en 1968. La danza, el jazz y el ballet comenzaron a ocupar su vida y en los colegios donde era inscrita, tras ir de casa de su padre a la de su madre, se convertía en la prioridad de una alumna poco esforzada en todas las materias, excepto en esa.
Una estudiante que encontró su primer trabajo formal justo entre zapatillas al ser aceptada, en 1978, como profesora de alumnos de primer ingreso en The Vacani School, comenzando una carrera que terminó truncada poco tiempo después tras un viaje con su amiga Mary Ann Stewart a Suiza. Ahí, en una caída casi de rutina, Diana acabó con el tobillo izquierdo lesionado y con la posibilidad de continuar sobre ese camino para casarse dos años después, en 1981.
“Diana encontraba libertad en el baile. Esa personalidad introvertida que encerraba sus emociones quedaba atrás al ponerse las zapatillas”, mencionaba Brown, hace una década. “Todos alrededor de ella sabían que era su sueño y que lo fue dejando de lado, pero nunca lo olvidó. Siempre la veían con su walkman en los pasillos del palacio escuchando a Wham! y dando pequeños pasos. Su vida no fue la de una bailarina, pero nunca dejó de lado su amor al baile. Siguió con sus lecciones y apoyando a la Royal Patron of English National Ballet, manteniéndose en contacto con los bailarines y con algunos cultivando una amistad, como con Wayne Sleep”. Con esas palabras, la biógrafa confirma lo que en 1995 sorprendió al mundo: el papel de bailarina de la princesa. Entonces, salieron a la luz las imágenes de Diana danzando, en el Royal Opera House, al ritmo de Billy Joel luego de que el príncipe Carlos se asegurara de mantener como secreto de estado la presentación de Diana de aquella noche.
EL ÚLTIMO PASO
Un mes antes de ese vestido blanco y “Uptown Girl”, Diana le dio una probadita al mundo de su habilidad en la pista a petición de la primera dama de Estados Unidos, Nancy Reagan. Durante la Gala en la Casa Blanca, la señora Reagan presionó a la princesa para que bailara con John Travolta ante la prensa y mostrara el estado de las relaciones entre la monarquía británica y los líderes de la hegemonía mundial. Al principio, Diana se opuso a la idea pero no por el hecho de bailar en público, sino porque, si lo iba a hacer, ella elegiría a su pareja: el legendario bailarín ruso Mikhail Baryshnikov, uno de sus héroes y quien también estaba presente. Y aunque terminó bailando con Travolta, la impresión de su amor por el baile encabezó los periódicos del mundo hasta finales de año, cuando se despidió del escenario.
“Ella me buscó para que le diera clases a principios de los años 80. Amaba bailar tap y quería aprender jazz y también danza contemporánea. No pude enseñarle mucho porque yo estaba de gira casi todo el tiempo, pero entablamos una amistad en la que podíamos hablar de todo. Yo cocinaba y ella lavaba”, recuerda con cariño Wayne Sleep en una carta publicada en The Guardian. “Un día se me acercó para hablar de bailar. Me dijo que quería participar en la gala de Friends of Covent Garden en el Royal Opera House. Quería sorprender a Carlos y la apoyé. Ensayamos en mi estudio de Londres y, aunque era muy alta para bailar conmigo, nos adaptamos. Al salir a escena, la audiencia enloqueció al ver a Diana ahí, bailando. Yo sólo pensaba: ‘no tires a la futura reina de Inglaterra enfrente del futuro rey’”, confiesa su amigo. “Todo salió bien, a excepción de que la reacción de Carlos no fue positiva. El príncipe casi se cae de su asiento al ver como Diana pasaba su pierna por encima de mi cabeza. Ella mostró su naturaleza de estrella…”, concluye en el periódico inglés sobre la mítica noche en la que Diana culminó su sueño. Sobre la noche en la que el baile desapareció de sus pies y se quedó en sus ojos, como una obsesión. Como la del mentado soldadito de plomo.