"Debes sentirte contento. Ya la mataste", reclamó Irinea Buendía a su yerno Julio César Hernández, policía de investigación del Estado de México que asesinó a Mariana Lima el 29 de junio de 2010 y que, cobijado por su cargo, trató de hacer pasar el hecho como un suicidio.
El caso de Mariana llegó a la Suprema Corte de Justicia de la Nación después de pasar por 20 agencias de Ministerio Público y marcó un precedente importante en México: A partir de este momento se ordenó que todos los casos de muerte violenta de una mujer fueran investigados con perspectiva de género.
Hoy, casi 10 años después, México sigue lamentando y exigiendo justicia para las mujeres que son asesinadas en nuestro país. El caso más reciente es el de Fátima, una niña de apenas siete años que fue secuestrada el pasado 16 de febrero afuera de su escuela y días después encontrada muerta adentro de bolsas de plástico.
“Fátima tiene que ser un nombre que recuerde que vivimos en un país de desaparecidos, de desigualdad, de gente que no le importa que sea una más, pensaron que no la íbamos a reclamar, que nadie iba a hablar por ella y no es así, Fátima era muy amada”, dijo Sonia López , tía de la niña, llena de rabia y con lágrimas en los ojos.