El hombre que enfrentó el racismo y la ciudad que honrará 50 años de su muerte
Atlanta.- A Michael le gusta su ciudad. Le gusta su noche cerrada, los venados que a veces se aparecen a media carretera, conducir un Lincoln -aunque sea de la empresa para la que trabaja- y sentirse cómodo en su traje negro.
Michael mide no menos de 1.85 metros, es corpulento y con su voz de caverna jamás pasa desapercibido. Este chofer se mueve con soltura, a carcajadas, en la capital de Georgia -uno de los estados más conservadores de la nación de las barras y las estrellas-. Y puede hacerlo porque hubo mucha gente que peleó por ello: Rosa Parks, Malcolm X, Martin Luther King Jr.
Como Michael, hay muchos más de 200 mil afroamericanos que viven en Atlanta, representando, aproximadamente, 54 por ciento de los 472 mil 522 habitantes, contra 38.4 por ciento de gente blanca. Parece que la urbe se ha convertido en el epítome del sueño del Doctor Luther King Jr., y los ciudadanos de color pasaron de ser segregados a pilar económico de esta ciudad, y a aparecer en las exposiciones del Center for Civil and Human Rights.
Pero en la misma comunidad donde se dan pasos agigantados contra el racismo, hay un gran sector que aún usa la palabra “negros” como algo despectivo. Así de contrastante es este lugar: "Atlanta es una ciudad oscura, pero cuando sale el sol... oh, amigo, es hermosa", dice Michael.
La cuna de King
Hace cincuenta años que la voz de Martin Luther King Jr. fue silenciada; pero, en ese mismo estrado de la Iglesia Baptista Ebenezer donde empezó a predicar, aún se le puede escuchar. Se trata de una grabación que el Sitio Histórico MLK ha puesto para honrar al Pastor. Y claro que aún hipnotiza.
Esta es una mañana de marzo, de neblina, gris y fría, en la que el equinoccio de primavera apenas se asoma con dos rayos de sol. Los niños de una escuela local escuchan a un King inexistente, pero no pierden de vista el pedestal, como si el predicador estuviera ahí y le hablara a este grupo de chicos y chicas blancos y negros, como no le tocó en su infancia.
Al niño que nació el 15 de enero de 1929, en el barrio Sweet Auburn, bajo el nombre de Michael Luther (que luego sería cambiado por su padre a Martin), vivió la segregación. Los chicos de color no podían entrar a las mismas escuelas que los blancos, ni a las cafeterías, e incluso los camiones iban divididos para cada “raza”.
"Sweet Auburn, donde Martin Luther King nació, era una personificación humana y espacial de la paradójica reputación de Atlanta sobre la estricta segregación racial y el éxito económico de los negros", explicaría James C. Cobb en un artículo reciente de la revista Time.
Esto ha cambiado: el grupo de niños menores de 12 años entiende que hay algo mal en separar a las personas, y, para que no se olvide, el Gobierno de Atlanta ha montado un museo de sitio y tiene abierta al público la casa en la que nació el Pastor, la Iglesia Ebenezer y la fuente donde descansan Martin y su esposa Coretta. Se exponen la medalla del Premio Nobel de la Paz que King obtuvo el 14 de octubre de 1964 y las fotografías de la marcha que encabezó del Monumento a Washington al Memorial de Lincoln.
También está la carreta que, tirada por las mulas Belle y Ada, llevó el cuerpo sin vida de King, luego de que, el 4 de abril de 1968, un disparo de James Earl Ray lo alcanzara en el Motel Lorraine de Memphis. La misma carreta que pasó frente al Capitolio de Georgia, cuya cúpula representa el fraternalismo y cuidado de los gobernantes para el pueblo.
Y aunque el espíritu y la lucha de King se expanden mucho más allá de este céntrico vecindario, aún encuentran resistencia.
"Hay mucho por hacer"
En la carretera 85, a poco menos de 20 minutos del Center for Civil and Human Rights, aparecen tres autos a toda velocidad. Presumen en sus vidrios traseros la bandera confederada, esa que supremacistas blancos ondearon con odio en Charlottsville, cuando en 2017 atacaron a manifestantes afroamericanos.
Aún cuando este símbolo ha significado racismo, violencia y muerte para la comunidad de color, Kevin -un trabajador del Center for Civil...- parece empático con sus portadores.
"Esas banderas están por todos lados porque en América tenemos el Derecho a la Libertad, la libertad de hablar, así que pueden usar esas banderas. Tiene derecho a no estar de acuerdo (con los Derechos Civiles). Pero sí, hay mucha gente y aún podrás encontrarte con esas banderas", dice.
Visto desde fuera, es difícil ser empático con quienes enaltecen la segregación. En este museo se recuerda que un supremacista blanco lanzó dinamita a la Iglesia Baptista de la calle 16, en Birmingham, Alabama, matando a cuatro niñas. También aparecen discursos que quiebran el alma, como el de Theophilus Eugene “Bull” Connor, ex comisionado de seguridad pública de Birmingham, quien incentivó el uso de perros de ataque para controlar a manifestantes pacifistas, incluidos niños.
"Hay mucho por hacer", dice una trabajadora del Centro a quien se le iluminan los ojos miel y sonrojan las blancas mejillas, "pero sí, al menos vamos avanzando".
Explica que es cierto que en 2014 se desataron una serie de protestas en Estados Unidos porque un policía blanco disparó a Michael Brown, un adolescente afroamericano desarmado; pero, al menos en Atlanta todos los policías deben pasar por este centro especializado en concientización. "Sí, vamos avanzando", dice la chica.
Al salir del Center for Civil and Human Rights, ya han pasado muchas horas de la noche oscura y de la mañana gris. Ya no son dos rayos de luz, sino muchos más. Una chica con cabello afro besa a su novio de ojos azules. Y Michael tiene razón sobre lo hermosa que es Atlanta cuando hay sol.