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“¡Que se vayan los malos! ¿Por qué tengo que irme yo?”: Lydia Cacho

La periodista platicó con Quién® como no lo había hecho con algún otro medio. Habló sobre su enfermedad, los amores perdidos y su actitud combativa.
vie 18 marzo 2016 03:00 PM
La periodista platicó con Quién® como no lo había hecho con algún otro medio. Habló sobre su enfermedad, los amores perdidos y su actitud combativa.
Lydia Cacho La periodista platicó con Quién® como no lo había hecho con algún otro medio. Habló sobre su enfermedad, los amores perdidos y su actitud combativa. (Foto: Ramón Ruiz Smpaio para la revista Quién®)

Este artículo se publicó en la edición 361 de la revista Quién® que ya puedes adquirir en los puestos de revista o si prefieres descargar en su versión digital en los siguientes links.

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Los amigos de la periodista Lydia Cacho suelen compararla con una mujer de acero, una imagen muy distinta a la que ostenta en este mediodía en la capital mexicana, durante la entrevista. La columna derecha, la silueta magra y cierto temblor en las manos, ese modo de contar su historia con voz gruesa y gesto aniñado, están muy lejos de representar a la heroína indestructible.

Pero no hay lugar para la ingenuidad frente a la autora de un libro traducido a muchos idiomas y dolores, Los demonios del Edén, un mapa descarnado de la pornografía infantil que le valió haber sido secuestrada y torturada durante 20 horas, en un episodio conocido como el del "Gober precioso", en 2005.

Muchas veces ha contado Lydia, nacida en 1963 en Ciudad de México, que en ese secuestro acontecido entre Cancún y Puebla creyó estar muy cerca de la muerte, pero tal vez nunca como hasta ahora ha rememorado para un medio de comunicación esas sensaciones que narró en su biografía Memorias de una infamia, próxima a salir en inglés.

Es una mujer que vive escondiéndose, haciendo frente a amenazas que por épocas resultan duras y difíciles de evadir. Son esas épocas cuando nos cuenta que sus abogados le dicen: "Tienes que irte por un tiempo".

Ella, entonces, debe dejar la casa de sus sueños que le llevó una década construir en Cancún y que es una de las grandes razones por las que no se va de México. "¡Qué se vayan los malos! ¿Por qué tengo que irme yo?", dice.

No hay ingenuidad en esta periodista devenida en activista por los derechos de las mujeres maltratadas y abusadas, una escritora consciente de un poder que la obliga no sólo a tomar precauciones, sino también, dice, a atender denuncias o narraciones que muchas veces la rebasan.

Su prestigio la ha hecho merecedora de varios reconocimientos, el último, el Premio ALBA/Puffin al Activismo en Pro de los Derechos Humanos. Y es ese poder el que le permite encarar sus actividades, más si se tiene en cuenta que padece la misma enfermedad terminal que se llevó a su madre hace 12 años. "Se llama amiloidosis y se convierte en cáncer. Implica mucho sufrimiento físico y llevo ya algunos años de muchos tratamientos", dice. "La enfermedad es mía; que me quede algo para mí, personal, íntimo", dice al explicar por qué pocas veces habla de ella.

Vimos a Lydia en casa del escritor Alberto Ruy Sánchez. Por seguridad, ella no da entrevistas en su hogar.
Vimos a Lydia en casa del escritor Alberto Ruy Sánchez. Por seguridad, ella no da entrevistas en su hogar.


DEL AMOR Y OTROS DEMONIOS

"Se vive con mucha soledad", responde cuando le preguntamos qué significa estar en fuga permanente. "Últimamente he estado pensando mucho en ello. Y me retrotraigo a ese momento antes de publicar Los demonios del Edén, cuando había mucha violencia a mi alrededor. Habíamos fundado el Centro Integral de Atención a las Mujeres y sus hijos e hijas, y ahí me di cuenta de que no podía cometer estupideces, porque ya no me las cobrarían sólo a mí", afirma.

¿Cometiste muchas estupideces?

¡Varias! Cuando todavía nadie hablaba abiertamente del narcotráfico y de los vínculos de los políticos con eso, yo era una joven reportera que no tenía mucha idea de esos temas. De pronto, cuando entró al poder Mario Villanueva en Quintana Roo y llegó de la mano de los narcotraficantes, todos los que luego se convirtieron en los grandes capos, se la pasaban en Cancún. Entonces empecé a meterme de manera muy ingenua en esos temas, escribiendo en contra del gobernador. Hubo un momento en que él me llamó por teléfono, contestó quien entonces era mi marido... Me preguntó cuánto dinero quería y al otro día tenía dos patrulleros en mi casa que me siguieron hasta el supermercado...

Cuenta Lydia que la amiga que la acompañaba estaba aterrorizada, pero ella no. "Al pasar del tiempo me di cuenta de que la reacción de mi amiga era la correcta, no la mía", reconoce.

Siguió tomando fotos de las avionetas con cocaína que llegaban de Colombia a Cancún, hasta que aprendió a cuidarse y a ver el lado amable de una forma de vida que la obligó a poner cámaras su casa, donde tiene una guardia permanente.

El activismo también le hizo dificultoso el amor. "He perdido muchos amores por el tipo de trabajo que hago y el poder que he adquirido" por ese trabajo.

¿Qué te gustaría?

Vivir como una persona normal en un mundo normal.

Notas relacionas:

Durante mucho tiempo fue la pareja del periodista y escritor Jorge Zepeda Patterson, pero dice que no ha sido el tema de su secuestro y su permanente estar en riesgo lo que disolvió ese lazo. "Al contrario, eso nos unió más". A él -a Jorge- y a otro periodista, Alejandro Páez Varela, "les debo la vida", admite. Ellos impulsaron una campaña mediática para dar a conocer la persecución que padeció luego de publicar Los demonios...

Por estos días Lydia presenta, junto al ilustrador Patricio Betteo, En busca de Kayla, un libro infantil de tono duro para ayudar a las niñas a la prevención del secuestro y el abuso. Ha tenido que revivir para ello los terribles momentos de su secuestro, que no ha podido olvidar y que una larga terapia psicológica le ha permitido enfrentar.

Es una mujer dulce y dura a la vez. Dice no gastar mucho dinero en ropa, que su vestuario como el "de toda la clase media mexicana" es de Zara. Le gusta el tequila, aunque no lo puede tomar y cuando la vida difícil se le para enfrente, no tambalea, sale al patio de su casa con una copa de vino blanco, mira el cielo de Cancún, respira hondo y vuelve a empezar.

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