Como aquellos juglares del pasado que iban de poblado en poblado contando historias, este joven recorre los pasillos y plazas de Tlatelolco para, con bocina y micrófono en mano, sacar a los niños del aburrimiento que trajo consigo el encierro de la pandemia. Este arquitecto de profesión aprovechó que la obra en la que trabajaba estaba en pausa debido al confinamiento y dedicó sus días a atacar el tedio con la imaginación de los cuentos. Una forma de sanar el tejido social y a la comunidad a través del arte de la narración oral en un momento en el que la tendencia arrojó a todos hacia el entorno digital. Quizás, un día, los narradores callejeros del futuro cuenten la hazaña de Percibald, el cuentacuentos de Tlatelolco.