Uno vuelve a Pangea como quien vuelve a una película que lleva años viendo con placer una y otra vez: conociendo el final, pero atento sobre todo a los detalles y descubrimientos felices que van apareciendo en cada nuevo visionado.
Como ocurre con las buenas películas, lejos de los efectos especiales o los imprevistos giros de guion, lo que importa aquí son las sutilezas, esa suma de perfecciones y asombros bien medidos que se nos revelan plato a plato, copa a copa, para recordarnos por qué vuelve uno aquí siempre que pone un pie en Monterrey.