El accidente que marcó la Fórmula 1
La curva Bergwerk es una de las 174 del circuito de Nürburgring, en los bosques de Alemania Oeste. Ahí, el 1 de agosto de 1976, cambió la vida de Niki Lauda. Habían pasado pocos minutos desde que se tomó la decisión de cambiar los neumáticos del Ferrari 312T2, conducido por el piloto austriaco. El Gran Premio de Alemania presentaba, desde su primera vuelta, muchos problemas y la primera decisión del equipo Ferrari cambió todo el panorama. Pocos minutos de aquello, y la tragedia apareció en la pista y el automovilismo se encontró con un momento de esos que sobresalen en la historia.
Cuatro décadas después, cada mañana, vuelve la misma escena a la cabeza de Niki Lauda y hoy es tiempo de hablar de ella; con el mero pretexto de seguir de pie y con la idea de reconocer y separar al eterno campeón de la F1, del padre de dos pequeños de siete años, quien hoy divide su tiempo entre ellos, su trabajo como comentarista y su colaboración con el equipo Mercedes (al que guía con la misma mirada empresarial que le permitió llegar a tener dos aerolíneas), y el permanente recuerdo de aquel 1 de agosto de 40 años atrás.
¿Cómo decidir si seguir en el volante cuando la muerte ya te hizo un guiño?
Es una buena pregunta, porque después del accidente fue una decisión difícil para mí elegir entre volver o dejar de correr. Me di cuenta de que un accidente como ése era posible porque yo sabía que lo que hacía era peligroso. Estoy vivo y tenía un estado físico que me permitió continuar con mi profesión aún después de esa mala experiencia. De lo que me di cuenta fue que no podía obligarme a mí mismo a no patinarme en la ducha y romperme un brazo, porque son cosas que le pasan a todo el mundo. Pero sí podía obligarme a tener toda mi atención y concentración en lo que hacía.
Tu familia se oponía a que fueras piloto...
El problema era el abuelo Lauda. Era un industrial muy poderoso en Austria, un hombre muy conocido, que era el presidente de la Cruz Roja. En cambio, la relación con mis padres fue completamente normal. Mi abuelo puso mucha presión para que todos sus nietos fueran a la universidad, obtuvieran un título, se sumaran a las compañías y continuaran con el espíritu Lauda. Mis padres aplicaron esa presión en mí y por eso me marché de mi casa a los 18 años, porque quería forjarme mi propio camino. Pero tuve un gran problema con mi abuelo. Para poder correr en la Fórmula 1 necesitaba conseguir un auspiciante. Tenía un banco que lo hacía mientras corría en Fórmula 2 y 3. En aquellos tiempos hacían falta 200.mil dólares para que pudiera participar por primera vez en F1 y el banco me dijo que me iba a apoyar. Viajé a Inglaterra, firmé el contrato y cuando regresé me llamó el encargado del banco para decirme que no iban a poder auspiciarme. Cuando le pregunté por qué me respondió que mi abuelo estaba en el comité de supervisión y había dicho que no. Fui a ver a mi abuelo y le dije que estaba loco y rompí toda relación con él porque utilizó toda su influencia para detenerme. Falleció tres o cuatro años después por lo que no alcanzó a ver mi éxito. Mis padres, en cambio, siempre me siguieron a la distancia. Yo vivía en Salzburgo y ellos, en Viena, y me apoyaban tanto como les permitía el miedo a que me pasara algo... Lo comprendo y no los culpo por tener esas emociones con respecto a mi profesión.
¿De niño soñabas con ser piloto de carreras?
No. Me interesaban los autos, no sé muy bien por qué. El hermano de mi padre era también un industrial, pero le encantaban los kartings, y cuando yo tendría 9 o 10 años me invitó a ir con él. Me permitió que lo manejara hasta la pista, muy lentamente, porque a él le aburría hacer esa parte, y luego, con el motor encendido, se sentó y salió a toda velocidad. Me gustó mucho verlo correr. Como todavía no me permitían hacerlo me quedé con las ganas y allí fue cuando comenzó todo. Ahí despertó el interés y la pasión.
¿Cuándo percibiste que eras bueno al volante?
Desde muy temprano porque mi familia poseía grandes compañías entre los 12 y los 15 años y me dejaban conducir tractores y camiones en nuestros caminos privados. Creo que todo comenzó como un accidente. Pero lo que me intrigó fue la posibilidad de desarrollar los motores por mi propia cuenta. A mí lo que me interesaba era entender cómo funcionaban. Yo siempre trataba de comprender por qué un auto no estaba funcionando como se necesitaba. Ya una vez convertido en piloto, perseguía a los ingenieros para que hicieran los autos más rápidos, porque ésa era la forma de que todo me resultara más fácil.
Jackie Stewart dijo alguna vez que el mejor piloto de la década de los 70 era, sin dudarlo, Niki Lauda...
No. No soy el mejor, porque ha habido muchos otros grandes pilotos. Michael Schumacher, por ejemplo, ganó siete títulos mundiales, y siguiendo ese criterio él es el número uno. Juan Manuel Fangio es el número dos, con cinco. Por eso a mí no me gustan las comparaciones porque cada año hay nuevos pilotos. Para mí, aquel que haya ganado más de un campeonato mundial está entre los mejores, porque para lograrlo una sola vez tienes que ser tremendamente afortunado, haber tenido el mejor auto y haber podido correr en las mejores circunstancias.
¿Cuál dirías que era tu mayor virtud como piloto?
Que no le tenía miedo a nada. En aquellos tiempos, si querías correr, lo único que tenías que hacer era empezar con autos de F3, para pasar luego a F2 y tratar de llegar a la F1. El secreto era no preocuparse por nada ni pensar en el peligro, porque, de lo contrario, jamás ibas a llegar a tu objetivo. Claro que un día uno iba a las carreras como siempre lo había hecho, y uno de los pilotos terminaba matándose en un accidente. Es cierto que siempre los había habido, pero nunca tan serios como los que ocurrían en la F1. Entonces tuve que decidir si quería correr el riesgo o no, porque esa es la decisión más importante que cada uno de los pilotos tiene que hacer. Creo que una de las virtudes que tuve como piloto es que nada me provocaba ansiedad. Eso es lo que me permitió involucrarme en un deporte tan peligroso. Cada vez que alguien se mataba, yo trataba de entender cuál había sido el problema porque eso me tranquilizaba.
¿Qué aprendiste de James Hunt?
En las carreras no le aprendí demasiado, más allá de que era rápido. Era un hombre competitivo, y como todos saben, en ese mundo hay buenos pilotos y otros que no lo son. James era uno de los talentosos. Su estilo de vida es bien conocido, y por eso yo siempre lo estaba observando antes de cada carrera, cuando se iba al baño a vomitar.
Un día entré en el baño a orinar y lo escuché vomitando, así que le dije: “¿Cómo estás, James, vamos a correr hoy?”. Lo cierto es que era un duro y nos respetábamos mutuamente, porque en los viejos tiempos si uno de los dos cometíamos un error, uno o los dos íbamos a terminar muertos.
El peor día de tu vida, el accidente de hace 40 años... ¿y el segundo?
El accidente de uno de los aviones de mi aerolínea, porque cuando vendes pasajes todo marcha bien hasta que un avión se cae. Y la catástrofe de Lauda Air que mató a 223 personas fue un defecto en la fabricación de ese avión. Ciertamente, fue el peor momento de mi vida. Lo que ocurrió fue mucho más grave que lo que me pasó a mí, porque yo acepté correr el riesgo cada vez que me subí a un auto de carrera, y los pasajeros no tenían por qué hacerlo.