Silvia Pinal, los detalles más personales de su vida contados a Tere Vale
Silvia Pinal, la leyenda del cine, el teatro y la televisión mexicanos deja una huella profunda en nuestra cultura; en homenaje, la periodista Tere Vale nos comparte esta entrevista muy personal
La entrevista que se presenta a continuación fue realizada por la periodista Tere Vale en 2009 y publicada en el libro DE FRENTE Y DE PERFIL, de editorial Norma.
Tiene porte y actitudes de diva: bien plantada, seductora, arrogante y, en el fondo, un poco fría. Tiene “eso” que tienen todas las grandes estrellas. Es la esencia misma de la autosuficiencia; por completo independiente y autónoma. Nunca ha necesitado un par de pantalones al lado para hacer lo que quiere. Es una reina. Tiene misterio y deja entrever que puede ser una tirana. Se dice mucho acerca del control que ejerce en sus producciones; por ello es querida y temible; es hielo y fuego. Es una mujer que siempre dice lo que piensa y enfrenta las consecuencias, incluso cuando no era el modo habitual de ser de las mujeres. Por supuesto, es ambiciosa y versátil: lo mismo una rubia peligrosa que una indita con trenzas; lo mismo estrella del cine europeo que diligente legisladora; lo mismo actriz dramática de altos vuelos que divertida comediante. Imposible verla sólo como una mujer; es una figura pública que forma parte de la historia de la cultura popular mexicana.
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Conocerla impresiona. La primera vez que la vi en persona fue en el Hotel Continental, en Insurgentes y Reforma, por los años setenta. Coincidimos en un show de mi hermano Raúl, y verla ahí, de cerquita, tan bien arreglada, tan enjoyada, tan elegante y perfumada, simplemente me deslumbró. ¿Quién no la conoce? La vi innumerables veces en el cine actuando con Pedro Infante, Tin Tan y Arturo de Córdoba. Buñuel la dirigió en Viridiana, con seguridad, su filme más relevante, y en El ángel exterminador, se volvió para mí –y para el mundo– una figura emblemática, un arquetipo nacional. Es amable y sencilla. Por mi trabajo periodístico tuve oportunidad, a lo largo de mi carrera, de entrevistarla aquí y allá, y así nos fuimos haciendo amigas. Muchos años después, como diputada, fue compañera de mi esposo, y no me sorprendió su profesionalismo en materia política y la amistad entrañable que logró establecer con sus compañeros de partido y legislatura.
Siempre me intrigó saber qué había en el fondo de esta mujer y cómo habían sido sus relaciones con los hombres. Quería saber si el triunfo en todo lo que ha abordado (cine, televisión, producción, teatro y el medio empresarial) se debe a esa explosiva mezcla de talento y capacidad de seducción o si había algo más, algo quizá más oscuro e impenetrable. Tuve el gusto de conducir la ceremonia en la que se le nombró “La mujer del año”, y ahí la vi con sus hijos y con su mamá, disfrutando conmovida del reconocimiento, después de tantos años de lucha. Es, sí, una mujer fuerte y, con todo, cuanto mayor ha sido su fortaleza más ha resplandecido su femineidad. Ha enfrentado dolores poderosos, como la pérdida de su hija Viridiana, y aún en esos momentos nos dio muestra de la extrema elegancia de que era capaz para vivir su duelo: no se dobló y siguió.
La cita para la entrevista fue en su casa, en el Pedregal, que es impresionante. Una construcción de los años sesenta o setenta, cuando mucho, digna de la estrella. Llena de plantas y verdores, de cuadros en los que aparece ella: el muy conocido de Diego Rivera, que ocupa un lugar de honor, y otros también de buena firma. La decoración parece un tanto excesiva y tiene un peculiar toque chino. Quizá los muebles de madera, los grandes sillones blancos, los desniveles y la alberca central, que acapara buena parte del enorme hall, me abruman un poco. De pronto y por arte de magia aparece muy bien dispuesta y con sus infaltables lentes oscuros. Las incógnitas, espero, se van a despejar.
Tere Vale: ¿Cuéntame de tus primeros años?
Silvia Pinal: Nací en Guaymas, Sonora, un 12 de septiembre. Mi papá, Luis Pinal, que era militar, vivió un tiempo en San Diego y después regresó a México, donde conoció a mi mamá, y como en los cuentos... se enamoraron y se casaron. Debido a las actividades de mi padre viajamos mucho por gran parte de la república. Los primeros recuerdos que tengo son de Tequisquiapan, donde viví hasta los cinco años. Ahí vivimos muchos años, porque mi papá fue presidente municipal. En esa época aprendí a nadar y, la verdad, hasta la fecha nado muy bien. No me daban mucho dinero para comprar golosinas en la escuela, porque, aunque no parezca, era muy tragona y comía muchas cochinadas. Para resolver este problema se me ocurrió aventarme des- de la claraboya de la alberca de El Reloj, que era el hotel donde iba a nadar, y cobrar a los espectadores por ver el clavado. Era una hazaña peligrosa, pero yo era muy aventada. De esta manera sacaba para comprar mangos verdes, jícamas, manzanas acarameladas y todo lo que a mí me gustaba. Cuando mi papá se enteró, casi me mata.
Mi mamá, María Luisa Hidalgo, me apoyaba en todas mis locuras y me consentía mucho. Tuve una infancia feliz como hija única del segundo matrimonio de mi papá, ya que él se había casado antes en San Diego. Como no había más niños, aprendí a jugar sola in- ventándome muchas fantasías en las que yo era la actriz principal. Me divertía muchísimo: escribía poemas, bailaba y cantaba frente al espejo, actuaba, lloraba, me reía. Por el trabajo de mi papá, teníamos siempre una patita en Tequisquiapan y otra en Cuernavaca, donde viví la mayor parte de mi infancia y adolescencia. Estudié la primaria en la escuela Pestalozzi y la secundaria en la Escuela Oficial número 1, en Cuernavaca. Como te decía, ya desde entonces me gustaba cantar y bailar, y siempre participaba en todos los recitales de la escuela. La verdad, no era muy buena estudiante, pero les caía bien a los profesores y me pasaban de año de panzazo. [Risas.]
TV: ¿Cómo descubriste que te interesaba actuar?
SP: Fue en la secundaria cuando descubrí con claridad mi interés por la actuación. Mi padre, de plano, me dijo que estudiara algo más, como respaldo, porque no tenía ninguna garantía de triunfar. Como buen militar, era un hombre estricto y rígido. Yo prefería no invitar a mis amigas a la casa, porque mi papá tenía un carácter muy fuerte, y cuando salía, tenía que llegar muy temprano. Mi mamá, por el contrario, era muy consentidora. Siempre me apoyó y gracias a ella tenía más posibilidades de salir. Yo tenía muchas ambiciones, así que logré que me dejaran viajar a la ciudad de México como interna en el Instituto Washington. Ahí estudié taquimecanografía y comercio, pues fue la carrera más corta que encontré, y en nueve meses, con tan sólo 14 años, obtuve el título de secretaria. Empecé a trabajar como mecanógrafa para una tía que era ejecutiva en unos laboratorios. Yo era, la verdad, muy eficiente, así que al poco tiempo llegué a ser la secretaria del departamento de propaganda. Luego me obligaron a comprarme medias y a quitarme los calcetines y, antes de cumplir los 15 años, ya vestía de traje sastre, que compraba con mi sueldo. Fue entonces que comencé a tener contacto con el medio publicitario, incluso grabé unas cápsulas para la radio con Luis Manuel Pelayo y Carlota Solares. Me sentía muy orgullosa de valerme por mí misma y poder darme algunos lujos como comprarme plátanos con crema de postre, que me costaban casi lo mismo que el guisado, o comprar ropa bonita que pagaba en abonos. Decidí ser actriz justo en esa época, cuando tenía más o menos 15 años. Así que me metí a estudiar bel canto, porque, fíjate, yo quería ser cantante de ópera.
TV: Qué interesante, ¿te gusta mucho la ópera?, ¿tenías aptitudes?
SP: Sí, me encanta la ópera. Yo oigo una ópera y se me salen las lágrimas de la emoción. Tenía una tesitura muy amplia, muy alta. Era soprano lírica. Y, pues, me fue bastante bien en mis estudios de canto en el Instituto Nacional de Bellas Artes, donde llegué a dar algunos conciertos. Me hubiera encantado ser cantante de ópera e interpretar La Traviata en Bellas Artes, pero no se pudo. Un día, durante un con- cierto, se me salió un gallo y eso me dio mucha vergüenza, tanta, que desistí de mi idea de ser cantante. Ya no quería ir a las clases, me sentía muy mal, muy ridícula. Mi profesor habló conmigo y me dijo que te- nía una voz muy mona, pero que para cantante de ópera no tenía capacidad. Entonces me recomendó que estudiara actuación para que se me quitara el miedo escénico, porque los gallos que me aventé fueron a causa de los nervios. Fue por esta razón que me metí a la escuela de arte dramático. Ahí fui invitada a participar como dama joven en la compañía teatral de las hermanitas Blanch. Además, en la escuela de canto me propusieron para ser reina de belleza, lo que me permitió conocer a muchos periodistas y agentes, quienes, más tarde, pensaron en mí para hacer un grupo teatral experimental. Fue algo muy chistoso, porque nunca había trabajado en teatro. En la audición me pidieron que actuara un personaje y les dije que sí, pero con la condición de que no me viera nadie, así que, creyendo que nadie me veía, me tiré al piso, chillé y me revolqué. Así resultó que obtuve un personaje en la obra Nuestra Natasha. Después debuté en el Teatro Ideal, en la calle de Dolores, en la obra Un sueño de cristal, bajo la dirección de Rafael Banquells, que después se convirtió en mi primer marido.
TV: ¿Y nadie en tu familia era actriz o artista?
SP: No, aunque mi mamá quiso serlo. No lo logró porque me tuvo a los 15 años y su vida cambió, pero ella cantaba muy bonito y también bailaba. A mí me encanta bailar y cantar, quizá por eso lo que más me gusta es la comedia musical.
TV: Y tú, guapísima...
SP: Pues yo era muy mona, la verdad. Tenía una carita de niña buena que me ayudó muchísimo. Me hablaban para hacer papelitos y yo les decía: “Bueno, pero mi papá no sé si me deje”. Era un rollo recogerme en Bellas Artes, porque salíamos como a la una de la ma- drugada y cuando mi papá se enteró del “gran papel que hacía”, me sacó de la obra. No quería que siguiera en el teatro.
TV: ¡No me digas! ¿Por qué?
SP: Porque mi papá en ese entonces era director general del rastro, y entraba a las 4 o 5 de la mañana a trabajar. Entonces, estar esperando a una mugrosa escuincla que actuaba de extra en Bellas Artes y salía a la una de la mañana, se le hacía muy poco importante y muy latoso.
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TV: ¿Cómo surgió tu primera aparición en cine con la película La Bamba?
SP: Pues, mira, antes trabajé en Sueño de una noche de verano, de Shakespeare. Hacía yo de extra entre las damas de la corte y Georgina Barragán, que hacía de la reina, me odiaba porque, por accidente, le pisaba siempre el sombrero, que tenía una gasa inmensa. Y decía: “Esta niña nunca va a llegar a ser nada. ¡Indisciplinada, grosera!” [Risas]. Surgió por esto: como te decía, conocí a Rafael Banquells, que era el director de las obras en las que trabajaba, y seguro me vieron posibilidades, porque desde ese momento ya no me soltaron. Después, como a los ocho o diez días del estreno de una de las obras, estábamos caminando frente al teatro, esperando que abrieran las puertas, cuando pasó por ahí Miguel Contreras Torres, director y productor de La Bamba. Se acercó a Rafael y le dijo: “Oye, esta niña quién es”. “Es mi novia, don Miguel.” “Ay, pues está muy linda, está muy mona. Yo necesito una niña así para la película que voy a empezar. Tiene que ser muy jovencita, con esa carita que tiene de ingenua.” Y así fue como empecé.
TV: ¿Tú ya eras novia de Rafael Banquells?
SP: Comencé a ser novia de Rafael cuando empezaba mi carrera en el teatro. Rafael fue mi primer novio y mi primer marido. Me casé con él cuando tenía 16 años de edad y me divorcié a los 18. Creo que quien falló en la relación fui yo, pues no tenía la madurez para resolver los problemas que enfrentábamos y me pesaban mucho las responsabilidades. Recuerda que él me doblaba la edad y mi forma de amar era, digamos, diferente.
TV: Y tienes a Silvita...
SP: Tengo a Silvita cuyo nombre real es Silvia Banquells Pinal.
TV: ¿Cómo empezaste a crecer en el cine? ¿Fue después de esta primera película?
SP: Empecé a hacer miles de papelitos chiquitos. Muchísimos.
TV: Pero llegaste a trabajar con Cantinflas, con Tin Tán…
SP: Bueno, ya entonces tuve mi primer estelar. Luego hice dos o tres películas más con Tin Tán, pero eran papelitos como de patiño del cómico.
TV: Bueno, eras la dama joven…
SP: La dama joven, sí, pero con Tin Tan acabé con la cara llena de tizne y empapada, y con Cantinflas hacía yo de ciega… o sea, eran personajes al servicio del cómico, cosa que, entre paréntesis, a mí me encantaba.
TV: ¿Y cómo te llevabas con Cantinflas?
SP: A Cantinflas lo respetaba mucho. Yo era muy respetuosa. En ese entonces tenía la costumbre del “usted”, y hasta la fecha todavía soy medio pesada con eso: cuando de entrada me hablan de tú como que me “friqueo”. De modo que a Cantinflas le hablaba de “usted” y él también era muy respetuoso conmigo.
Nunca fue mi amigo. Tuvimos una relación muy cercana, porque cuando Rafael y yo nos casamos le pedimos que fuera nuestro padrino por la Iglesia. Y a partir de ese momento nos ayudó mucho. El día que nos casamos nos regaló dinero, que nos sirvió muchísimo porque no teníamos los muebles de la casa. Compramos la cama, un comedorcito… lo mínimo, ¿no? Pero sí fue muy generoso con nosotros. Era muy cariñoso. Le llevábamos siempre a Silvita cuando es- taba trabajando en el Teatro Insurgentes y era muy cariñoso; como no tenía hijos todavía, le encantaban los chamaquitos y entonces jugaba con ella; era muy gentil.
TV: ¿Y con Tin Tan?
SP: Pues ya era más reconocida; había hecho más películas y empezaba a bailar. Recuerdo que me dijeron: “¿Sabes bailar?” “Sí, claro”, y empecé a tomar clases de baile. “¿Sabes cantar?” “¡Claro! Tengo raíces.” [Risas.] Pero yo no cantaba boleros ni nada de eso, entonces regresé a estudiar canto. Así empecé a trabajar bailando y cantando nada menos que con Tin Tan.
TV: ¿Y qué tal era Tin Tan? ¿Era igual de relajiento que en las películas?
SP: ¡Era encantador! Tin Tan era un sol. Además, disfrutaba mu- cho su trabajo. Era un genio. Hicimos una película que se llamó La marca del Zorrillo en la que él hacía un desdoblamiento de movi- mientos: la mitad de la película era un viejito y la otra mitad era El Zorrillo. Era sensacional, muy lindo, cariñoso, gentil, respetuoso, divertido, simpático y muy coqueto, pero no conmigo.
TV: Y luego empiezas a filmar películas con Arturo de Córdoba.
SP: Sí, pero eso fue cinco años después. Estaba contratada en exclusiva con Gregorio Wallerstein, que me dijo: “Hay una película que quisiera que hicieras, pero no va a querer Arturo porque no tienes la facha que se necesita. El personaje es una devoradora de hombres, lo que se dice: una mujer fatal, muy sensual, no una mujer que salga toda apretada y con pestañas”. Entonces, cambié por completo mi imagen para ganar el papel. Fui con un modista y un estilista, y me cambiaron: me cortaron el pelo muy chiquito, me maquillaron de otra forma, me pusieron unos aretotes, me quitaron la ropa interior y me hicieron unas blusitas muy coquetonas. Cuando terminé la prueba, Arturo me dijo: “Usted va a hacer la película, señorita”.
TV: ¿Y cómo se llamó esa película?
SP: Un extraño en la escalera, y fue mi película.
TV: ¿Fue entonces cuando empezaste a crecer y a tener mucho éxito?
SP: Con Un extraño en la escalera me convertí en estrella de un día para otro. Recuerdo que cuando llegué a Perú, después de regresar de filmar otra película en Chile, me estaban esperando en el aeropuerto cientos de personas, periodistas y fotógrafos. Después me llevaron al cine en el que se exhibía la película, y ahí estaba mi imagen del tamaño del edificio con mi nombre grande, en primer lugar, y el de Arturo, en segundo. Me tomé fotos y se las mandé a Arturo. Ya teníamos más confianza, lo llamaba “gordo”, así que le escribí: “Mira, gordo, dónde estás tú”. [Risas.]
TV: Por lo visto se hicieron amigos…
SP: Nos hicimos amigos, y no sólo eso: nos quisimos mucho, nos enamoramos. Fue un gran amor, uno de los grandes amores de mi vida.
TV: ¿Y te correspondió?
SP: ¡Sí, claro! Enamorarse a lo menso uno solita, no. Estábamos muy enamorados los dos.
TV: ¿Ya estabas separada de Rafael Banquells?
SP: Ya estaba divorciada. En la filmación de Un extraño en la escalera, que fue en Cuba, me estaba divorciando. Las cosas con Rafael ya no iban bien.
TV: ¿Y cómo se dio esta relación con Arturo?
SP: Todo comenzó en el trabajo. Nos fuimos conociendo y, aunque sólo convivíamos durante las horas de comida y en el rodaje, congeniamos muy bien. Cuando regresamos a México nos veíamos muy seguido; ya estábamos enamorados.
TV: ¿Y por qué no culminó esa relación en una boda?
SP: Porque su mujer nunca se quiso divorciar de él. Y Gregorio Wallerstein me protegió mucho en esos momentos, lo que le agradezco, pues fue como un padre protector. Yo me iba a ir a Brasil, donde Arturo estaba haciendo una película, y Gregorio me dijo: “Silvia, ¿qué estás haciendo?, ¿qué vas a hacer con tu carrera? Estás botando todo por un amor que no sabes cómo va a terminar. Arturo puede cambiar de parecer, además creo que no se puede casar contigo”. Y no me dejó ir a Brasil para seguir con mi apasionamiento. No me dio el boleto, y yo, sin su apoyo, en esos tiempos, no tenía capacidad económica para moverme. Y, fíjate, se lo agradecí toda la vida.
TV: Pero ¿no estabas muy enamorada?
SP: Cómo no, muy, muy, enamorada. Pero para moverte de un país a otro con una niña, Silvita, tienes que tener el dinero para hacerlo y yo todavía no podía. No tenía dinero para irme a Brasil y dejar a mi niña aquí era muy complicado; además, con qué dinero la sostenía. El sueldo que me daban de exclusividad era muy pequeño y no me alcanzaba; yo estaba empezando.
TV: ¿Arturo no te ayudaba?
SP: No, nunca le pedí nada. No llegamos al punto de formalizar tanto la relación.
TV: ¿No te arrepientes?
SP: No, la vida es muy curiosa: te da una oportunidad y de ti depende si la tomas o no. Quizá después descubras que tuviste una buena posibilidad de cambiar tu vida, pero en este caso no sucedió. Arturo me envió una carta cuando vio que no llegaba a Brasil. Su carta me hizo llorar, no sabes cuánto. Decía que me amaba, que me quería mucho, pero que yo era muy joven y él me llevaba muchos años; que lo que le había dicho Gregorio era verdad, que él tenía razón. Me dijo: “Piensa en ti y en mí en diez años. Tú vas a ser una mujer en plenitud y yo voy a ser un hombre que empieza la senectud”. Guardé la carta, lloré mucho, total… terminamos.
TV: ¿Nunca lo volviste a ver?
SP: Sí, ¿cómo no?, volvimos a trabajar juntos. Fue terrible. Pero logramos hacerlo con profesionalismo y entereza.
TV: ¿Y después de esto apareció en tu vida Gustavo Alatriste?
SP: Sí, pero muchos años después. Me costó trabajo olvidar a Arturo. No tengo claro cuánto tiempo me llevó, pero fue una etapa larga, de varios años. Pasó mucho tiempo para que saliera con alguien. De pronto, conocí a Gustavo, que también estaba casado, en la casa de mi gran amigo Ernesto Alonso. Me gustaba mucho. Pasaron muchas cosas entre él y Ariadna, su mujer, y al final se terminó ese matrimonio. Fue cuando Gustavo empezó a buscarme por medio de Ernesto. Ahí convivíamos mucho, primero como amigos, pues estaba casado, pero yo me daba cuenta de que empezaba a “aventarme los perros”.
TV: ¿Y no te molestaba?
SP: No, pero no le hice caso hasta que me enteré de que estaba separándose de su mujer.
TV: ¿Cuándo llegó Luis Buñuel a tu vida?
SP: Buñuel llegó a mi vida antes de mi relación con Gustavo. Yo era muy amiga de Ernesto Alonso. Actué con él en varias obras de teatro y fue durante la obra Dos en el sube y baja que nos hicimos más y más amigos. Iba a su casa muy seguido, éramos un grupo de amigos que nos la pasábamos muy bien juntos. Él ya había hecho Ensayo de un crimen con Buñuel. Un día me dijo: “Por qué no vamos a ver a don Luis. Me encantaría que hiciéramos una película juntos, Silvia”. El encuentro con Buñuel fue posible por la idea de Ernesto.
TV: Yo pensaba que por medio de Gustavo Alatriste habías conocido a Buñuel.
SP: No. Yo le presenté a Gustavo a don Luis. Ernesto y yo nos pusimos a buscar el encuentro. Yo ya conocía a Buñuel, porque le había entregado un premio en el Palacio Chino, y ahí lo saludé. Pero fue un encuentro breve, sólo le expresé un: “Mucho gusto, don Luis, qué admiración, qué emoción”. Sin embargo, cuando fuimos a la casa de Ernesto, él ya sabía quién era yo, porque conocía muy bien a la gente de cine. Entonces nos dijo: “Fíjense, qué casualidad, estoy adaptando una obra que les va a los dos como anillo al dedo” –era Tristana–, “Pero no tengo productor, así es que si ustedes quieren producir, pues adelante”. Contestó Ernesto: “No, nosotros no tenemos dinero, don Luis, pero vamos a buscar un productor, ¿qué le parece?”. Entonces nos fuimos a buscarlo para poder hacer la película, pero no lo conseguimos. Todo se quedó en un sueño, que nunca alcanzamos a realizar.
TV: Bueno, pero a cambio de eso hiciste Viridiana, El ángel exterminador, Simón del desierto, todas con Buñuel…
SP: Sí, pero fue porque hice muchas cosas para que eso sucediera; yo seguí con el gusanito de hacer una película con Buñuel. Cuando me casé con Gustavo Alatriste fuimos de luna de miel a España y vimos al gran actor Francisco Rabal. En una de esas le dije a Paco: “¿No estás viendo a don Luis?” “Sí, sí lo estoy viendo, es más, en la tarde tengo una cita con él”. Y yo luego, luego, pronuncié: “Por favor, invítame, porque le quiero presentar a Gustavo, mi marido”.
TV: ¿Gustavo ya estaba en el negocio del cine?
SP: No. Él vendía muebles; tenía una fábrica de muebles y librerías. Cuando me casé con él, amuebló toda la casa con sus cosas. Él era eso: un mueblero. Pero cuando empezó conmigo, y conoció a don Luis, me dijo: “Yo te quiero ayudar, japonesa” –porque así me de- cía Gustavo– “¿qué quieres?” Yo respondí: “Pues siempre he querido hacer una película con Buñuel, y nunca he podido.” “Bueno, yo no tengo dinero para hacerla, pero podemos conseguirlo. Vamos a ver- lo.” Y después surgieron muchas pláticas con don Luis hasta que le dijimos que queríamos hacer una película con él. Buñuel, muy intrigado, me preguntó: “¿Y este señor qué hace?” “Pues, vende muebles.” “¿Y por qué quiere hacer una película conmigo?” “Porque me ama, don Luis, por eso quiere hacer una película para mí con usted.” A Buñuel esto le pareció un buen argumento. Con el tiempo hicieron una mancuerna maravillosa, se llevaron muy bien desde el principio: platicaban mucho, se reían, se divertían, tomaban la copa. Alatriste se hizo un gran amigo de don Luis. Para mi director, Gustavo era el hijo que le hubiera gustado tener.
TV: En Europa y América, Viridiana causó conmoción por su temática, debido al tratamiento del tema religioso. ¿Cómo viviste ese momento? ¿Qué fue Viridiana para ti como actriz?
SP: Hicimos la película con muchos sacrificios. Don Luis no quería volver a trabajar en España, pero lo convencimos. En realidad fue idea de Gustavo, que era muy inteligente para esas cosas. Descubrió que en España otorgaban premios a las películas, según el interés que lograban generar. Como Gustavo no tenía dinero, pensaba: “Si nos sacamos un premio, cualquiera, pagamos con facilidad todo lo que consiga prestado”. Esa fue la razón que le dimos a Buñuel para ir a España a hacer la película, pero don Luis dijo: “Yo la hago aquí, con todo y Franco, pero sólo con gente de izquierda”. Y así fue: Gustavo habló con algunos amigos de don Luis y los convenció de que fueran nuestros productores ejecutivos. Gustavo iba y venía a México, yo me quedé en España y don Luis empezó a escribir Viridiana. Al principio, el argumento no era como quedó al final, sino que lo fuimos cambiando. Yo me atreví a opinar, Gustavo también, y así fue como llegamos a Viridiana.
TV: ¿Y cómo la recibió la crítica y el público?
SP: Como la película se hizo en España, que estaba bajo el régimen de Franco, lo primero que se dijo fue que era la historia de una monja. Esa era la primera impresión que se tenía de ella y sólo de oídas, por- que aún no se exhibía. Pensaban que era un filme “chafa” que Buñuel había hecho en España para poder volver a su país a costa de renunciar a sus principios. Cuando llegamos a Francia, al Festival de Cannes, nos dieron la proyección de las 3:00 de la tarde, que, de manera evidente, no era un horario estelar ni mucho menos. Con decirte que yo no quería ir a la proyección, tampoco don Luis, pero al final sí fuimos. Después de que proyectaron la película, me dice Gustavo: “Mira, Japonesa, se les caía el cigarro de la boca y salían todos gritando que era una bomba lo que había mandado Buñuel”. Fue tal el impacto, que a pesar de que ya habían otorgado los premios principales a una película italo-francesa, los tuvieron que compartir con nosotros para darnos La Palma de Oro. Y así fue que ganamos.
TV: ¿Fue el momento más importante de tu carrera?
SP: Quizá sí, porque tengo muy buenas películas en casa, en el mercado mexicano; pero Viridiana traspasó fronteras, llegó a museos, a cinetecas y ahí sigue todavía. De acuerdo con una encuesta que aplicaron con motivo del centenario del cine, Viridiana ocupó el décimo lugar como una de las mejores películas de todos los tiempos.
TV: ¿Ésta fue una época muy feliz en tu vida?
SP: Sí, fue una temporada muy bonita, muy feliz. Me dolió mucho terminar con Gustavo, pero las cosas son así. Para él fueron también muy importantes esos años porque su vida cambió: se dedicó al cine, se enamoró de él, de Buñuel y de la maravillosa sensación que tienes cuando te ganas una Palma de Oro.
TV: ¿Y por qué termina esa relación?
SP: Mira, él era muy coqueto. Yo me enteré de que andaba con muchas “viejas”, incluso con amigas mías. Y, pese a todo eso, cuando hicimos Simón del desierto, él quería dirigirme en un cuento para que se uniera a la película de Buñuel. Yo le dije: “Pero tú sí que eres osado. Nunca has hecho nada, nunca has dirigido. ¿Cómo vas a dirigir un cuento para juntarlo con el de Buñuel? Se me hace que no va a gustar. Tienes que empezar de otra forma”. Él se sintió mucho y, a partir de ese momento, empezamos a distanciarnos.
TV: ¿Y El ángel exterminador?
SP: El ángel exterminador lo hicimos como un año y medio después de Viridiana.
TV: ¿Esta película sí se hizo en México?
SP: Sí, aunque don Luis quería hacerla en Londres. Decía, medio en serio, medio en broma: “Allá las servilletas son grandes”. [Risas.] “Necesito un candil fenomenal para la casa y quién sabe si lo consigamos en México”. Pero Gustavo consiguió todo; le sirvieron mucho sus contactos como mueblero.
TV: ¿Llegó a ser opresivo el ambiente de la filmación de El ángel exterminador? ¿Fue tan asfixiante como la película?
SP: Sí, fue muy duro, porque fueron treinta y tantos días de estar encerrados todos en esa casa; nos fuimos deteriorando.
TV: Como en la película.
SP: Sí, igual que en la película. Llegó un momento en que me sinceré con Buñuel y le dije: “Yo no me siento sucia. Se supone que debo salir manchada, llena de tierra, sucia… Pero en la película, la verdad, ni me veo sucia ni me siento sucia”. Don Luis me dijo: “Tiene razón, hay cosas que quisiera hacer, pero no me atrevo. Pero, bueno, si usted lo quiere hacer, si se atreve, la seguirán los demás actores”. El resultado de esta conversación fue que nos untaron miel y luego nos echaron tierra en las partes que se veían: la cara, el cuello, el escote y los brazos. Y no sabes qué cosa más asquerosa. Entonces, sí nos sentíamos incómodos. Además el sudor a causa de los focos era muy desagradable y no nos retocaban.
TV: Fue una gran película...
SP: Sí, una gran película. Se consiguió además un repartazo.
TV: De las tres películas que filmaste con Buñuel, ¿cuál es tu favorita?
Mi favorita, favorita, como actriz, es Simón del Desierto, porque es un papel muy versátil. Yo soy el Diablo y hago todo tipo de travesuras: salgo de niña, de mujer, de Siria, de Jesucristo, bailando swing... Fue muy apasionante y divertido hacerla.
TV: Pensé que Viridiana sería para ti la consentida.
SP: Es mi consentida, sin duda, pero no es mi mejor papel. Mi mejor papel con don Luis fue, como te decía, el que hice en Simón del Desierto. Después de ver la película no sé cuántas veces, un día se me acercó Buñuel y me dijo: “Comí con Alcoricita y me dijo que estaba usted muy bien en la película. Y sí , es cierto, está usted muy bien”. [Risas.] Yo al principio no quería el papel de Viridiana, porque me parecía muy gris, muy negativo. No servía para nada esa mugre monja, fíjate: la tratan de violar y no la violan; luego, cuando por fin se atreve a entregarse, sigue pareciendo novicia: con su redecilla, su pelito recogido y sacando su ridículo espejito. Al final, encuentra al hombre con la criada, que ella sabe que es su amante; él corre a la criada, abre la puerta y le dice: “Pasa, Viridiana, pasa”; después, él cerraba la puerta y ahí terminaba la película. Sin embargo, este final lo cambiaron.
TV: ¿Y por qué lo cambiaron?
SP: Porque la censura franquista dijo que no era posible que Viridiana, que había vivido tantos sufrimientos y tantas cosas, se que- dara sola con un hombre en la habitación, sin nadie más. Entonces dijo don Luis: “Bueno, ¿y si se queda la criada?” “Sí, así sí, entonces ya habría por lo menos otra persona.” “Bueno, que se quede la criada, y entonces los voy a poner a jugar a todos a las cartas, ¿le parece bien?” “Sí, me parece bien”.
TV: ¿Pero a quién le decía eso don Luis?
SP: Pues al director de cinematografía de España. La película y el guión fueron censurados, pero no se dieron cuenta de las travesuras que hacía don Luis. Por ejemplo: les dijo que iba a salir la famosa foto del cuadro de La última cena, pero quienes la censuraban no sabían que él la iba a hacer con mendigos. Y que el ciego, que era el más mañoso y degenerado de todos, sería Jesucristo. Todo esto, al parecer, resultó impío, y al siguiente día de que la película llegó al Vaticano fue clasificada en el L´Osservatore Romano así: impía.
TV: ¿Tuviste alguna represalia por todo esto?, ¿alguna reacción agresiva contra ti o don Luis?
SP: No, no, la gente estaba enamorada de la película. Les fascinó. Pagaban entre 500 y 600 mil dólares por llevar la película a Inglaterra, a Alemania… Y en esa época estas cantidades eran exorbitantes. Todo el mundo estaba enloquecido con Viridiana. Pero la censura nos hizo mucho daño porque, en una de esas, Franco pidió verla, y cuando lo hizo mandó quemar todo lo que se había hecho de la película en España. Cuando pasó esto estábamos en Francia, en el Festival de Cannes, y Gustavo me dijo: “Hay que salvar el negativo que está aquí.” “Yo me lo llevo a México, no te preocupes.” Entonces lo sacamos de las latas y nos lo llevamos envuelto en plástico en una maleta. En México, una película así no era algo terrible. No prohibían nada de lo que salía. Los Dominguín se quedaron con el negativo que estaba en los estudios, se lo llevaron a su finca y ahí lo enterraron. Así se salvó la película. Si no hubiéramos hecho todo eso, se hubiera perdido.
TV: Y mientras triunfabas internacionalmente, ¿empezaste a grabar en México muchas comedias?
SP: No, cuando llegué a México nadie me contrataba porque era una actriz de Buñuel. Si me había llevado La Palma de Oro, ¿cómo iba a querer hacer algo comercial? Me hicieron a un lado y me fue fatal.
TV: ¡No me digas!
SP: Sí, un día fui a ver a Emilio Azcárraga, que por cierto habíamos sido novios, para decirle: “Por favor, dame un programa de televisión. Necesito dinero”. Porque, además, un edificio mío se lo había dado a Gustavo para que ahí pusiera nuestras oficinas, y no tenía más entradas que las de mi trabajo, es decir, ninguna, pues no tenía chamba. Emilio me ayudó dándome un programa de televisión. Empecé a trabajar y un día me habló Carlos Amador para decirme que tenía una película para mí con Ricardo Montalbán, pero que no se había atrevido a proponérmela porque suponían que era de poco nivel para mí.
TV: ¿Era Buenas noches, Año nuevo?
SP: Sí. Así que le dije: “Bueno, y ¿cuándo empiezan?” “Mañana.” “¿Y por qué me hablas hasta ahora?” “La verdad es que se la había- mos ofrecido a Elsa Aguirre, pero tuve un problema con ella. Terminamos mal y ya no la va a hacer, y debo empezar mañana. Tengo a Ricardo aquí, que vino de Hollywood.” Al final le contesté: “Pues sí, acepto. Mándame a la gente de vestuario y comencemos a ver la ropa”. Y empezamos a trabajar al día siguiente. Así regresé al cine después de mis triunfos en Europa, con la película de Amador, pero me costó mucho trabajo, porque todos creían que no me interesaría nada más que el cine de arte. Y no, pues no, yo tenía ganas y necesidad de trabajar.
TV: Fue entonces que empezaste a hacer muchas películas en México. Recuerdo algunas con Joaquín Cordero, con Enrique Rambal y con Julio Alemán. Pero también comenzaste a hacer telenovelas. ¿Cómo fue tu experiencia con Los caudillos?
SP: ¡Cómo no! Fue una novela sensacional. La repitieron hace algunos años y el público la recibió muy bien de nuevo. Era muy buena novela. Escrita por Miguel Sabido y Eduardo Lizalde. “¡N´ombre!”
¡Qué libretos teníamos, qué situaciones! Yo hacía un personaje falso, imaginario, y el papel protagónico lo hacía Enrique Lizalde. Muy buena experiencia.
TV: Y después, apareció en tu vida Enrique Guzmán.
SP: Sí, apareció Enrique Guzmán.
TV: ¿Por qué te enamoraste de un hombre como Enrique, tan distinto a ti y a tus otros amores?
SP: Ese capítulo prefiero no tocarlo, porque como está vivo y es un señor muy, digamos, especial, no quiero meterme en problemas con él. Pero, bueno, me casé con él y tuve dos hijos maravillosos. A veces pienso que en el amor no supe elegir, aunque, por supuesto, no en todos los casos. Pero, sí, con todas mis parejas he sido yo la que ha roto la relación. Me ha pasado que, de repente, siento que voy jalando a mi pareja, y no estoy hecha para ir jalando a nadie. Creo que lo menos que puedo aspirar es ver a mi pareja a mi nivel, aunque lo que en verdad me gusta es voltear hacia arriba, que la persona que esté a mi lado sea más que yo. Enrique Guzmán era más joven que yo y tuvimos muchos problemas porque él me celaba demasiado. Con Enrique fui muy feliz, pero era muy celoso, y eso fue difícil de sobrellevar. Bendito sea Dios, tuve dos hijos de ese matrimonio, que son extraordinarios; en realidad todos mis hijos lo son. Con Gustavo tuve a Viridiana. Tuve en total cuatro hijos, y a pesar de tanto trabajo pude salir adelante.
TV: ¿Y cómo le hacías?
SP: Pues, mira, cuando estábamos haciendo Silvia y Enrique trabajábamos así: hacíamos un programa en vivo y otro grabado para guardarlo y hacer un colchón. Entonces, al final de la temporada, teníamos cinco meses grabados y yo podía dejar el programa durante ese tiempo para dedicarme a mis hijos y a otros proyectos.
TV: ¿En qué momento empezaste a tener intereses políticos? Platícame acerca de la época en que te volviste la esposa del gobernador de Tlaxcala, de Tulio Hernández.
SP: Como te decía, mi papá fue militar y político. Aunque en mi casa siempre escuché hablar del PRI y de política; fue hasta mi matrimonio con Tulio que me integré a ella, por primera vez, de manera formal. Y me encantó ser primera dama. Era precioso, porque tienes un poder para ayudar a los demás, que en otras situaciones es imposible. Con Tulio tuve una relación de mucha armonía. Él tenía sus hijos y yo los míos; era un hombre divorciado y yo también; era poderoso, maduro e inteligente. Fue una relación muy diferente de las demás porque nos parecíamos en muchas cosas.
TV: ¿Qué hiciste como primera dama?
SP: Muchas cosas sencillas y complicadas: creamos bibliotecas en todos los municipios; repartimos más desayunos escolares que na- die; realizamos obras en Cacaxtla para proteger este lugar maravilloso; recuperamos el teatro de la ciudad, que estaba convertido en un gallinero, entre muchas otras cosas útiles e interesantes.
TV: Pero, con todo, nunca dejaste de trabajar en tu carrera…
SP: No, no, al mismo tiempo hacía novelas. Déjame decirte que sí se pueden combinar varios trabajos. Sí se puede, cómo no, de manera perfecta. Tenía un socio de mi línea de productos de belleza, que tenía dos helicópteros. Entonces Tulio, que era su amigo, le pedía: “Oye, préstame el helicóptero para que venga Silvia”, y nos lo prestaba. Yo iba y regresaba en helicóptero de México a Tlaxcala para poder trabajar en mis cosas.
TV: ¿En esa época ya pensabas en el Teatro Silvia Pinal?
SP: Sí, mira, lo primero que hice fue recuperar el teatro de la ciudad de Tlaxcala. Lo arreglé y quedó hecho una monada, muy adaptado a su época. Quedó precioso: con sonido, luces, un ramillete de pinturas arriba, muy lindo. Y de ahí me dije: “Me encantaría tener un teatro en México”.
TV: Y lo tuviste. SP: Y lo tuve, sí.
TV: En el teatro has tenido momentos muy importantes en tu carrera; desde Ring, ring llama el amor, una obra espléndida, divertida, que fue un trancazo, y que se montó en el Teatro del Bosque. Y qué decir del sinfín de éxitos que has tenido. Pero, ¿dónde te sientes más a gusto? ¿En el cine, en el teatro o en la televisión?
SP: Son distintos por completo. Con el cine obtienes internacionalización, puedes llegar a los lugares que no puedes alcanzar con una obra de teatro y puedes guardar tu trabajo hasta en un museo. Pero el teatro es mágico. El contacto directo con la gente te da una retroalimentación inmediata para mejorar tu trabajo todos los días. Todos los medios me gustan, y todos tienen sus dificultades y su encanto. Pero el teatro me gusta muchísimo, en especial la comedia musical. He intervenido en más de 200 puestas en escena, como: Anna Christie de Eugene O’Neill, Anna Karenina de Tolstoi, Auntie Mame, de Patrick Dennis, Ring ring llama el amor –como tú decías–, Dos en sube y baja con Ernesto Alonso, Plaza Suite de Neil Simon, La señorita de Tacna de Mario Vargas Llosa, El año que entra a la misma hora, o unas muy divertidas como Annie es un tiro y Vidas privadas, ésta última de Noel Coward. Pero quizá la que recuerdo con especial cariño es Mame.
TV: ¿Cómo y en qué momento surge “Mujer casos de la vida real”?
SP: Pues, mira, cuando estaba en Tlaxcala surgió la idea de este programa, así que ya tiene muchos años.
TV: Pero ¿cómo se te ocurre?
SP: Resulta que durante una gira que hice en Argentina para promover una de mis películas, realicé un programa para Carlos Yenes, un escritor argentino maravilloso, que me dijo: “Tengo 17 programas de televisión, que son historias de mujeres y han sido un exitazo en Buenos Aires”. “Pues dámelas”, le contesté. Hice entonces un programa que se llamó Mujer, y fue un trancazo. Duramos 17 semanas porque sólo tenía los 17 libretos. Sabíamos que iba a durar muy poco, pero yo me quedé con la idea del programa en la cabeza. Me había gustado mucho la experiencia. Tiempo después, Jorge Lozano me dijo: “Hay un programa que tuvo mucho éxito en Argentina. Lo hizo durante cinco años una actriz muy conocida, que era la que lo presentaba y lo despedía. Cuenta historias de mujeres. Lo podrías hacer aquí”. Le dije: “Me parece muy buena idea”. Fue entonces que Emilio Azcárraga me pidió un programa para la mujeres. Me dediqué a hacerlo, y cuando me preguntó el título le dije: “Mujer.” “¿Y de qué trata?” “Son casos de la vida real.” Ahí me saqué de la manga el nombre porque no eran casos de la vida real, sino historias que podían haber sucedido en la vida real; pero cuando empezó a salir el programa al aire, yo le pedí al público que me mandara casos de la vida real.
TV: ¿Y cuántos años lleva el programa?
SP: Casi 25.
TV: ¡Qué maravilla! Por supuesto, todos los programas están basados en historias que te escriben y te cuentan.
SP: Claro. Y no sabes qué historias. Se te parte el alma al oírlas y verlas después.
TV: Me imagino que tienes una oficina dedicada sólo a atender estos envíos.
SP: Sí, tengo varias personas que me ayudan con este trabajo. Las historias las catalogan por tema, las vamos escogiendo, las vamos “campechaneando”. Cuando llevábamos 22 años al aire se me ocurrió la idea de hacer una mini serie con historias más largas; esa idea ya fue mía y nos ha dado muy buenos resultados.
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TV: Pasando a otro tema, ¿cómo llegaste al trabajo legislativo?
SP: Todavía estaba casada con Tulio. Fue Marcelo Ebrard, que en esa época era del PRI, quien me dijo: “Queremos que se incorpore usted a nuestro trabajo partidario, porque queremos que sea usted candidata por el PRI en el distrito XXVII”. Yo repuse: “Ah, caray, pues, déjeme pensarlo”. Llevaba apenas ocho días pensándolo, cuando Marcelo me habló desesperado: “Señora, ya no la podemos esperar más”. Y yo dije: “Pues sí”. Me acordé de todo lo que había hecho en Tlaxcala y pensé que como diputada podría participar en la generación y modificación de las leyes de mi país. Eso me encantó, así que acepte y gané mi diputación con la mejor votación de todos los diputados del PRI en la ciudad de México. Le gané a Conchello, lo que es un honor para mí. [Risas.]
TV: Y después tuviste una actuación muy destacada en la Cámara de Diputados.
SP: Bueno, traté de hacer lo mejor posible. Me daban asuntos de cultura, radio, cine y televisión y algunos de Turismo. Se podían hacer cosas maravillosas. Al principio fue muy duro entrar a la Cámara. Fue la primera vez que conocí, de manera directa, el machis- mo. Supongo que en la Cámara pensaban que no iba a hacer nada, y por eso no me tomaban en cuenta ni en serio; pero después las cosas cambiaron. Yo estaba decidida a involucrarme a fondo y así lo hice: estuve en todas las sesiones, que a veces eran muy largas y duras, y me integré a siete comisiones, hasta en algunas en las que no tenía la obligación de estar. La ley cinematográfica es para mí un logro personal, pues conseguí que en ella se considerara el derecho de intérprete.
TV: Más tarde, fuiste senadora suplente y senadora. ¿Piensas seguir tu carrera política?
SP: Mira, yo creo que eso es un asunto de oportunidades. Ésa no era mi carrera central. Mi actividad política fue maravillosa, la viví al máximo y ayudé en lo que pude: luché, trabajé, nunca falté, me peleaba y hablaba. Estaba metidaza en mi chamba, pero cuando ter- miné la senaduría yo tenía muchos problemas con mi trabajo. Surgió entonces un problema serio con Alejandro Gertz Manero y tuve que irme del país. Me fui a Miami por una temporada, aunque en ese momento estaban dispuestos a darme una candidatura para ser delegada en una demarcación de la ciudad. Como comprenderás, no era el mejor momento para mí.
TV: En distintos medios de comunicación apareció una serie de en- cuestas que se realizaron en todo el país, en las que tú resultas ser la mujer más famosa y reconocida de México. ¿Cómo te sientes ante esto? ¿Qué balance haces acerca del recorrido que, a muy grandes rasgos, hemos hecho por tu vida? Sin duda, una vida llena de grandes éxitos, de grandes triunfos. ¿Cómo evalúas el hecho de haber abierto espacios muy importantes para todas las mujeres?
SP: Pues, me siento muy satisfecha, muy orgullosa. Muy, muy, contenta.
TV: ¿Porque nadie te ayudó?
SP: No, nadie me ayudó. Mucha gente creía que Tulio me había apoyado en mi carrera política. Pero no fue así, por el contrario, Tulio siempre me regañaba, me decía: “Tú no eres mujer de sexenios, Silvia. Puedes sufrir mucho, porque no te van a dar en la política el lugar que mereces como la gran actriz que eres ante tu público. Piénsalo mucho, no te apresures”. Y lo pensé mucho. Y decidí que sí me interesaba la política, y lo hice.
TV: ¿Y el amor, Silvia? ¿Cómo te encuentras en este momento?
SP: Mmm… Tuve un conato de amor hace como un año, pero no... [Risas]. ¿Sabes qué descubrí?, que ya me acostumbré a estar sola.
TV: ¿Tú crees?
SP: Sí. En ese momento que te digo, en ese conato, de pronto me di cuenta de que hacer un espacio en mi clóset era algo muy difícil, porque, simplemente, no tengo espacios que abrir. Que si me quiero ir el sábado a no sé dónde. Que no, porque el sabbath o no sé qué... ¿Y el domingo? No, por esto, no, por lo otro. Entonces dije: “Los fines de semana, que son los únicos días que puedo compartir mi vida con alguien, él no puede por su religión. Entonces, ¿qué voy a hacer? Simplemente nada. Y hasta ahí quedó la cosa.
TV: Lo que me parece asombroso es que ¡eres bisabuela!
SP: ¿Sabes cuál fue la ventaja? Que me casé la primera vez muy joven. Cuando tuve a mi último hijo, que fue Luis Enrique, mi hija Silvita estaba embarazada al mismo tiempo de Stephy. Mi nieta y mi hijo tienen la misma edad; por eso tengo una bisnieta que es mayor que una de mis nietas, nietas.
TV: ¿Qué sigue para Silvia Pinal?
SP: Quiero hacer y, de hecho, estoy haciendo teatro otra vez. Estoy también con participaciones en la televisión y, sobre todo, quiero volver a tener mi propio teatro. Creo que lo puedo lograr, pues hay un grupo de financieros que quieren apoyarme. Ése sería uno de los sueños que me gustaría realizar otra vez.
TV: ¿En el mismo lugar?
SP: No. En un terreno que tengo desde hace muchísimos años, que era donde, desde un principio, quise hacer mi teatro. En ese momento no se pudo por los permisos y otros problemas, pero el terreno lo tengo y quizás ahora todo se resuelva a mi favor.
TV: ¿Estás escribiendo tus memorias?
SP: No las estoy escribiendo, más bien estoy contando mi vida para que alguien me las escriba, y después quiero publicarlas. Ésa es otra de las cosas que también quiero hacer: mi teatro y el libro.
TV: ¿Y en el cine?
SP: No, hoy en día el cine es muy difícil para mí. Tienes que tener tu propio equipo para que tú, o en grupo, produzcas, y realices tus películas. ¿Voy a hacer mejor cine del que hice? No, no puedo hacer nada mejor de lo que ya hice.
TV: ¿A qué atribuyes tu éxito?
SP: No me han regalado nada. Busqué y busco con persistencia to- das mis oportunidades; luché y lucho por conseguirlas y lograr lo que quiero. Así ha sido siempre: busco las oportunidades y lucho por conseguirlas. La mujer necesita prepararse y valerse por sí mis- ma. He tratado de demostrar que tener éxito no es cuestión de sexo o de condición económica, sino de ganas de hacer las cosas y hacer- las bien. Esto te da la posibilidad de llevar a cabo cualquier sueño. He mantenido a lo largo de mi vida una lucha constante y nunca me he dado por vencida.
Al terminar de platicar con esta polifacética mujer, ya había logrado despejar muchas de mis incógnitas. ¿Que cuál es el secreto de su éxito? Trabajo, trabajo y más trabajo; dando por descontadas sus extraordinarias herramientas de lucha: belleza, talento, audacia y pasión. No más.