Diego Boneta fue elegido por la casa Moët & Chandon como uno de sus embajadores. Por ello, hace unas semanas el actor visitó Épernay, la ciudad francesa enclavada en la región de Champagne que constituye el corazón de la Maison, en compañía de su familia y su novia, la también actriz Renata Notni.
Diego Boneta se alojó en el Château de Saran, que ha alojado a huéspedes distinguidos de la maison como Roger Federer y Scarlett Johansson, visitó los viñedos en el momento en que las uvas están en su punto y festejó el inicio de la vendimia en una cena creada especialmente por el chef ejecutivo de la maison, Marco Fadiga.
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Tras su estancia, el protagonista de Father of the Bride compartió lo que vivió en este icónico lugar.
¿Qué fue lo que más te sorprendió de este viaje? Desde niño me encanta la historia y leer al respecto. Fue así como descubrí a un personaje por el que a la fecha siento una empatía y una admiración a nivel personal: Napoleón Bonaparte. Su valor, su visión, su liderazgo y su tesón siempre me han inspirado.
Estando en Épernay, nuestro guía mencionó que Jean-Rémy Moët (quien mandó a construir el Château de Saran) había sido muy amigo de Napoleón y que incluso la etiqueta de Moët Impérial surgió en homenaje a él. Yo les conté de mi admiración por Napoleón y entonces me sacaron un sombrero, un tricornio como los que siempre le vemos en imágenes de la época… ¡fue una locura! Napoleón regaló ese sombrero a uno de sus capitanes. Años después, Jean-Rémy Moët lo compró como homenaje al recuerdo de su amigo y pasó a formar parte del inventario de la maison. Cuando me lo sacaron no lo quería ni tocar; les decía “No puedo, es sagrado, es histórico”, pero me insistieron y terminé por tomarme una foto con él. Fue muy bonito porque me sentí parte de esa historia, aunque sea en una medida muy modesta.
Otro momento increíble fue un detalle que tuvo Benoït Gouez, chef de Cavé de la maison, durante la cata que nos ofreció; sabiendo que nací en el 90 y que me encanta el rosé, sacó de las cavas una botella de ese año, era una Grand Vintage Rosé 1990, pero, además no cualquiera, sino una magnum. Nunca había probado un champagne tan complejo. Definitivamente me marcó el probar algo que tiene mi edad en elaboración en un ambiente tan íntimo con mi familia y amigos de la maison.
Al final del día hubo un coctel donde pudimos vivir de primera mano la magia del Château de Saran, reímos, compartimos historias entre mi familia y nuestros amigos de la maison; pero sin duda lo más irreal fue poder ser parte del ritual emblemático de Moët: la pirámide de copas. ¡Fue tremendamente divertido – y retador - ayudar a llenarla!
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¿Qué nos puedes contar del proceso de elaboración de Moët & Chandon? Es increíble el ambiente que se siente en ese lugar, la seriedad con que se toman todo y, al mismo tiempo, la calidez con que te tratan. Me llevaron a ver las cavas: 28 kilómetros de botellas que te dan una perspectiva de la inmensidad de un proyecto artesanal. Pensar que cada botella tarda más tres años en hacerse –uno de cosecha, 24 meses de maduración y otros tres después del degüelle– es algo que te vuela cabeza porque te recuerda que las grandes cosas toman tiempo. Fue un aprendizaje increíble.
También me llevaron a los viñedos, y en la mejor época, cuando está a punto de empezar la vendimia; pude probar las uvas en su punto, entender la importancia de la acidez en la elaboración del champagne, lo complejo del trabajo de un enólogo para imaginar el potencial de la uva. Que además hagan todo eso con procesos sustentables, sin herbicidas, con energía 100 por ciento verde y reciclando el 99 por ciento del agua es algo increíble.
Durante tus días en Épernay, ¿qué lo que más te marcó a nivel personal? Que fuera una experiencia tan familiar. Por alguna razón imaginamos el mundo del lujo como algo frío e imponente, nada más alejado de lo que pude ver ahí. No sólo me invitaron con todo y mi familia sino que ese espíritu de compartir marcó toda la visita. Me pasó un poco lo que sucede en los rodajes, me sentí arropado, parte de un todo que se siente unido en torno a un propósito común; pero lo que es muy impresionante es que esa mística es permanente y se extiende a las relaciones con los vinicultores, con los clientes, con todo mundo.