Apenas la ve entrar por la puerta del camerino del legendario Luna Park, en Argentina, y salta de su asiento. Su traje color beige lo hace ver mucho más adulto, pero basta con ver a su mamá, entre camarógrafos y asistentes, para que el niño recupere toda la inocencia. "Es mamá. Ahí está mamá", balbucea. Ella, vestida de blanco y con los ojos ya llenos de lágrimas, corre hacia él y cubre su cuello con los dos brazos. Lo aprieta. Es su hijo y no lo va a soltar. Lo besa. Le pega sus lágrimas a la mejilla. Él, sonríe de nuevo, nervioso. Todos aplauden a su alrededor y la escena queda en la cámara.
Segundos después, el reportero se acerca y termina con el vals: "Señora, ¿es difícil ser la madre de Luis Miguel?". "No, para mí no", responde Marcela Basteri y vuelve a abrazar a su hijo que ahora cambia la sonrisa por esa actitud propia de adulto que le sirvió como recurso tantos años y que tan buenos resultados le está dando entre los bonaerenses.