¿Cómo era Alberto antes de Juanga?
"Si yo no hubiera sido Juan Gabriel, me habría gustado serlo", comentaba a sus amigos el orgulloso cantautor durante una de sus recientes fiestas de cumpleaños. Convencido de que la vida le ha dado mucho más de lo que alguna vez imaginó, durante esa reunión el ídolo recordaba entre cantos sus primeros años y parecía haber hecho las pases con los recuerdos de una infancia llena de pobreza, de su paso por prisión y de todo aquello que lo llevó a dejar atrás a Alberto Aguilera Valadez para convertirse en Adán Luna y, finalmente, reinventarse en un alter ego tan único y cercano a la gente, que todos lo llamaremos por siempre, Juan Gabriel o simplemente Juanga.
MI PADRE FUE CAMPESINO Y MI MADRE POR IGUAL...
Sus padres, Victoria Valadez y Gabriel Aguilera, vívían en una modesta casa a orillas de Parácuaro, Michoacán, junto a cinco hijos (Virginia, José Guadalupe, Gabriel, Pablo y Miguel). Luego vinieron tres hijos más que murieron a los pocos días de nacidos y que curiosamente fueron bautizados todos con el nombre de Rafael.
El 7 de enero de 1950 nació quien sería el último hermano en nacer y, para colmo, el cuarto hijo nombrado Rafael. Por lo menos ese era el plan, ya que para evitar que corriera la misma suerte de sus finados hermanos y dado el éxito de la radionovela El derecho de nacer, protagonizada por el personaje de Albertico Limonta, en el último momento decidieron llamarlo solamente Alberto.
Se avecinaban días grises para la familia pero el pequeño Alberto parecía haber nacido con estrella. Por ese tiempo, en la parroquia del pueblo, el cura Miguel Medina era considerado un santo por los feligreses e incluso le adjudicaban milagros. Él fue el encargado de bautizar a Alberto y cuentan que, durante la ceremonia, este le dijo al padrino -un campesino llamado Antonio Espinoza, quien era gran admirador de Pedro Infante y Jorge Negrete- que pidiera en secreto un deseo para su ahijado. Espinoza deseó que el niño llegara a convertirse en un artista tan famoso como sus ídolos... Una petición que sólo reveló hasta verla cumplida.
Tenía apenas seis meses de edad cuando la tragedia llegó a casa de los Aguilera. Un incendio provocado para preparar la tierra se propagó, alcanzando los sembradíos vecinos y provocando en don Gabriel una crisis nerviosa que finalmente lo llevó a ser internado en el manicomio La Castañeda. "No recuerdo nada de mi padre. Lo poco que sé es lo que me contaron mis hermanos mayores. Yo estaba muy chico. Dicen que se escapó y que volvió a buscarnos en Michoacán, pero eso nadie lo sabe, nadie lo vio muerto", relataba años después el compositor.
Ante el repudio de los lugareños afectados por la tragedia ocurrida, sin apoyo siquiera de sus familiares y con el estigma de ser una mujer "peligrosa por haber vuelto loco al marido", doña Victoria decide tomar a sus hijos y huir de los ataques. Comenzó un peregrinar por pueblos cercanos como Apatzingán y Morelia, hasta que un par de años más tarde contacta a una familia con quien había trabajado en su juventud. Ahí le ofrecen un sueldo como sirvienta y admitirla con todos sus hijos en una casa que para Victoria parecía estar al otro lado del mundo, un mundo desconocido a casi mil 700 kilómetros de distancia.
A mí me gusta más estar en la frontera...
Es así como llegan a Ciudad Juárez, sin más expectativa que la de subsistir. Los hijos mayores entraron como aprendices en un taller de talabartería, otros boleaban zapatos y los más pequeños vendían chicles en las esquinas. Alberto se quedó al lado de su madre, quien lo cuidó y trató -sin mucho éxito- que no hiciera de las suyas, hasta que la dueña de la casa, un poco cansada de tanta travesura, convenció a su madre para que lo ingresara en un internado conocido como "El tribunal". La futura estrella pasaría ahí toda su infancia (entró con sólo cinco años de edad), y precisamente ahí tendría su primer contacto con la música.
Gracias al maestro Juan Contreras, Alberto aprendió a tocar la guitarra y a los 13 años compuso su primera canción. Sobre esa etapa comentó alguna vez: "La música es lo más cercano a Dios y creo que fui un niño especial, me crié solo, pero gracias a la música yo me salvé y afortunadamente ahora no soy un vicioso o un amargado. El maestro Juan me enseñó la música y eso no tengo con qué agradecerlo, me puse Juan Gabriel en honor a él y a mi papá, pero me quedé corto".
Sus días de interno terminaron cuando decide escapar para probar suerte como cantante, pero no fue fácil y a la par de la música, trabajó durante tres años como hojalatero, artesano, vendedor de burritos y mesero. Incluso viajaba a California y Tijuana con la idea de darse a conocer en los cabarets fronterizos, pero todos lo rechazaban por su corta edad y argumentando que sólo triunfaría si cantaba en inglés. Finalmente una amiga le consiguió una oportunidad en un lugar entonces de moda, ahora legendario: el Noa Noa.
Este es un lugar de ambiente...
Pese a las críticas de su madre y hermanos, que no tomaban en serio su deseo de ser cantante, Alberto se adentró en la vida nocturna de Juárez y dejó atrás el pasado para rebautizarse en el Noa Noa como Adán Luna y los Prisioneros del ritmo. Con sólo 16 años ponía a bailar a todos con el himno del lugar o conmovía con canciones como "Yo no nací para amar".
Yo estaba solo, vivía muy triste...
Tenía muy claro lo que esperaba del futuro y, animado por amigos y compañeros, hizo algunos viajes a la Ciudad de México para promover sus canciones. La capital no lo trató nada bien. En varias ocasiones se encontró durmiendo en la Basílica de Guadalupe o la Alameda Central, sin comer y sin dinero. Guitarra al hombro recorría teatros y centros nocturnos para cantarle sus temas a las estrellas de la época que aceptaban escucharlo y sólo ocasionalmente ganó un poco de dinero supliendo a algún corista de Angélica María, Leo Dan o Roberto Jordán. En una ocasión, para no dormir en la calle, aceptó ir a una fiesta que lo marcaría para siempre. Resulta que al despertar se encontró envuelto en una acusación de robo y, aunque no hubo pruebas, eso no importó para que los siguientes 18 meses de su vida los pasara preso en la temida cárcel de Lecumberri.
Dentro del llamado Palacio negro cambiaba protección por canciones o limpiaba otras celdas para evitar ser agredido por los demás reos, mientras escribía a su madre cartas llenas de optimismo en las que siempre ocultó que estaba preso. Sólo sus amigos de Juárez sabían la verdad y aunque reunían dinero para pagar abogados, fue hasta que intervino una famosa cantante de la época, Queta Jiménez la Prieta Linda, que recobró la libertad. Resulta que ella mantenía una amistad cercana con el director del reclusorio y este le había hablado de las canciones de Alberto, un día fue a escucharlo cantarlas en vivo y ahí nació una amistad que se mantiene hasta el día de hoy gracias a que ella supo reconocer el talento musical de aquel joven y desafortunado preso. Sobre su estancia en la cárcel, el cantautor nunca quiso dar detalles. Alguna vez dijo que se prometió no escribir ninguna canción al respecto porque Lecumberri ni eso merecía, sólo comentó en una ocasión: "En mi vida hay muchas cosas que me hicieron daño. Hay algunas que he tratado de olvidar y lo he logrado, otras no. Es por eso que muchas veces no recuerdo lo que pasó. No sé si fue una pesadilla lo que viví o es un sueño lo que estoy viviendo ahora".
Meses después y luego de conseguir la tan anhelada absolución, lo primero que hizo fue viajar de vuelta a Juárez, llevando bajo el brazo una prueba de que los sueños pueden convertirse en realidad: era un disco de Queta Jiménez en el que estaba incluida "Noche a noche", el tema que pasaría a la historia como el primero de él en ser grabado profesionalmente.
El reencuentro con su madre y hermanos sirvió para impulsarlo a seguir buscando el éxito: "Creo que el que es buen hijo, es buen padre, buen hermano, buen ser humano en general... Yo alguna vez le prometí a mi madre que la sacaría de trabajar y le compraría su casa, eso me motivó y de verdad fue una bendición poder cumplir esa promesa".
POR ESO CANTA, CANTA...
Al poco tiempo regresó a la capital bajo el amparo de la Prieta Linda, quien como una amorosa madre adoptiva le ofreció alojamiento y le consiguió una audición en la discográfica RCA, donde al poco tiempo obtuvo un contrato como cantante. Fue ella y el director musical Eduardo Magallanes (quien sigue trabajando con el cantante y ha escrito su única biografía autorizada), quienes lo convencieron de olvidar tragos amargos e iniciar una nueva historia bajo el nombre de Juan Gabriel, como recuerdo a su padre y a aquel maestro de Juárez. Es así como en agosto de 1971 lanzan al mercado El alma joven, su primer disco como solista en el que se incluyeron 10 canciones y se eligió como punta de lanza un tema llamado "No tengo dinero"...
El resto es historia.