El Iñárritu que conocimos antes de llegar a la cima en Hollywood
Iñárritu nos dio una entrevista en exclusiva hace varios años, en 2003, justo cuando “21 gramos” lo diera a conocer en grande, nos dejó ver que, al igual que cualquiera, también es humano. En su mente hay fantasmas y un buen día se enamoró de una desconocida tan sólo escuchando su nombre. Alejandro no es de poses. Respondió rápidamente a cada pregunta. Es un hombre de personalidad magnética; capaz de convencer a cualquiera. Tiene gran sentido del humor y es creativo, tenaz y amante de los desafíos, como pocos. En ocasiones se esconde detrás de los muchos hombres que le ha tocado ser, detrás de sus necedades, sus retos y los sueños que le quedan por realizar. Algunas veces es irónico –de ésos que saben lanzar al aire pequeñas maldades sin perder la sonrisa–, otras, meramente seductor. Tiene los huesos preparados para lo que venga y la agilidad mental para introducirnos en sus laberintos existenciales. A casi cuatro años del rotundo éxito de su debut cinematográfico (Amores Perros), regresó con su segundo y esperadísimo proyecto, 21 gramos, con el que de nuevo asombró al mundo. Fue entonces cuando, cosa rara en él, nos dejó entrar a su vida privada, sorprendiéndonos con sus respuestas directas y honestas. Pocas cosas han cambiado, pues a sus entonces 40 años, González Iñárritu también detestaba hablar de otra cosa que no fuera su trabajo. Pero insistimos en adentrarnos en su vida personal y aceptó a regañadientes. Esto es lo que nos contó:
EL NEGRO SE PRESENTA “Soy músico frustrado, tenista mediocre retirado, ex vendedor de huevo en la central de abastos y ex vendedor de anuncios luminosos. Nací en la colonia Narvarte, en la calle Uxmal, y mi teléfono era 5-19-65-87. Limpié pisos y baños en un barco y así crucé el Atlántico (la primera vez a los 17 años y la segunda a los 19). Viví en Madrid con mi amigo Jaime Zambernardi y subsistimos un año y un mes con mil dólares. Dormí en el Parque del Retiro de Madrid muchas veces. Allá, también para subsistir, Jaime y yo fuimos bailarines de discoteca, pero nos corrieron al tercer día, pues nos hicimos novios de las bailarinas, que eran guapísimas, y nos emborrachábamos.” “Soy hijo de la Chata y Héctor (quien falleció a los 87 años apenas en septiembre de 2015), esposo de María Eladia y padre de Eliseo y María Eladia.” “Soy un tipo que tuvo la suerte de iniciarse en la radio haciendo lo que más le gustaba en la vida: oír música, y dicho sea de paso, sigue siendo mi vicio y mi neurosis. Soy un trabajador compulsivo, perfeccionista y neurótico. No he heredado nada más que un gran cariño de mis papás y la preocupación por la educación. Lo que hago hoy lo aprendí en la calle y lo he logrado por mí mismo.”
¿Te consideras un hombre congruente con tu vida? En general sí. Me parece que la integridad es uno de los valores más importantes. Hay muchas cosas que me hace falta hacer como persona. Aún aspiro a cosas personales que no me he dado tiempo de hacer. En ese sentido, a lo mejor no he sido tan congruente, pues me he dejado llevar. No hay nada planeado.
Entonces, ¿tu historia se ha forjado de manera improvisada? Bueno, no exactamente. Digamos que las circunstancias las he aprovechado, pero también detrás de todo esto hay una visión de vida que yo deseaba, un plan, y sobre todo un camino deliberadamente recorrido en el que visualizo objetivos claros por los que he trabajado duro para alcanzarlos.
¿Cuál sería tu doble sentido, tu alter ego? Creo que mi doble sentido es el ser un pinche negro esclavo de sí mismo que trabaja sin parar.
Hay una frase en Amores Perros que dice: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes.” ¿Tú cómo haces reír a Dios? ¡Ésa es una frase de mi padre! Yo creo que hago reír a Dios contándole siempre mis planes, pues casi nunca salen las cosas como las planeo. Sobre todo las pequeñas cosas. Como decía Charles Bukowski: “Uno no se suicida por los grandes proyectos, sino porque no se puede amarrar las agujetas.” En mi caso es así, tengo grandes conflictos y frustraciones cotidianas.
LA MUERTE, PRIMERA EXPERIENCIA Háblanos de tu papá… Mi papá se llama Héctor y es uno de los mejores narradores que he conocido en mi vida, el mejor conversador. Desde que yo era niño lleva contándome las mismas historias, y cada vez que lo hace me da a entender cosas diferentes por las pausas y el tono que les da. De cualquier anécdota pequeña puede hacer una gran historia. Es admirable. ¿Cuál es el amor más perro que has tenido? Mi amor perro ha sido Boli, un french puddle que tuve. A propósito, ¿por qué hacer una película con un título tan coloquial? El título se lo puso mi mujer. Una mañana yo estaba sin haber dormido, dando vueltas en la cama, pues no había un título para la película que en verdad me convenciera. Originalmente, Guillermo Arriaga (guionista de Amores Perros y 21 gramos) la había titulado Perro negro, perro blanco y yo me burlaba pues le decía que parecía la segunda parte de la película de Emir Kusturica, Gato negro, gato blanco, que el director yugoslavo había sacado en 1998.
Entonces, María Eladia y yo nos pusimos a jugar con las palabras que sintetizaban la esencia de la cinta: los perros, lo perro de un sentimiento, el amor… y bueno, al final salió Amores Perros y no pudo ser mejor. Debo dar todo el crédito a mi esposa.
¿Cómo es que te enamoraste de María Eladia? Para que mejor me entiendas, un día alguien mencionó su nombre: María Eladia Hagerman, y automáticamente sentí algo especial. Me resonó internamente. Ese día que mencionaron su nombre me enamoré de ella sin haberla conocido. Luego me la presentaron en una cena y quedé perdidamente enamorado.
¿Puede una persona enamorarse de alguien simplemente al escuchar su nombre? Sé que suena imposible, pero no te miento. El día que escuché el nombre María Eladia Hagerman sabía que algo iba a haber con ella. Es un nombre espectacular para mí. Y luego al verla dije: “Es la mujer más hermosa que he visto en mi vida.” Se te reconoce como un genio creativo. ¿Tú cómo te percibes? Como el mismo imbécil que soy desde que nací. Siento que no he madurado y creo que es un mito eso de que la edad te da experiencia y madurez.
¿Te preparaste para el éxito? No te puedes preparar para el éxito. No puedo ver una película mía y decir: “Qué bruto, qué bárbaro, qué bien lo hice”, pues mi obra es parte de mí; es como mis tripas. No creo que la vieja más buena del mundo se pueda admirar las nalgas.
Ahora, cuando recibes el cariño del público y la gente se identifica contigo a través de tu trabajo, es poca madre. Trato de no creerme el éxito, pues es un regalo temporal, un tesoro que llega y se va. Hay que darle un trago y escupirlo, porque si te lo tomas te hace un hoyo en el estómago.
¿Cómo hiciste para que Sean Penn, Naomi Watts y Benicio del Toro accedieran a trabajar contigo en 21 gramos? En el caso de Sean él me llamó. Fue increíble. Un día sonó mi celular y era él, que acababa de ver Amores Perros y quería felicitarme por mi trabajo. Obviamente yo no lo podía creer. Le decía: “Sean, pero si aquí el fan soy yo.” Creo que ellos aceptaron participar en este proyecto porque les pareció bueno. Pero esto no se me dio sencillito. Es el resultado de 20 años de trabajo y mucho sacrificio. 21 gramos denota que tus películas son catárticas y presentan de manera recurrentenel sentimiento de pérdida.
¿Por qué? La vida en sí misma es una cadena interminable de pérdidas constantes. Desde que nacemos perdemos la inocencia, los sueños, amigos, familiares, la fe. Perdemos el trabajo, la salud, el pelo, los dientes y, finalmente, la vida. 21 gramos habla de esto. Explora esa línea en donde dejamos de vivir y comenzamos a sobrevivir. Cómo, ante la pérdida más brutal, podemos recuperar la vida a través de la esperanza. Yo me siento identificado con cada uno de los personajes, pues he sido o puedo ser cada uno de ellos.
¿La pérdida más grande que has sufrido fue el bebé al que le dedicas Amores Perros? Así es. Mi hijo Luciano murió recién nacido. Ha sido lo más doloroso que me ha pasado. No hay nada más duro que eso. Jorge Luis Borges decía que la última experiencia del hombre es la muerte.
¿Qué opinas? Yo digo que la muerte es la primera experiencia real. Cuando la muerte te ronda o ha pasado cerca puedes tener una verdadera visión de la vida, pues hay muchos que viven muertos. Damos todo por hecho y pensamos que lo jodido le va a pasar a los demás. Sólo desde la perspectiva de la muerte se puede gozar la vida.
¿Te da miedo que la muerte te alcance? No, posiblemente le temo a la falta de salud tanto mental como emocional y física. Me aterra no poder tener la energía para llevar a cabo ciertas cosas, y conste que no hablo de la vejez, pues hay muchos jóvenes viejos.
Si hicieras una película de tu vida, ¿cómo la llamarías? Bueno, aparte de que nunca pagaría un boleto para verla, la titularía Lo negro del negro, y a lo mejor la familia de Durazo se confunde y la entra a ver… Aunque, pensándolo bien, ya hay una película con ese título. Entonces le pondría El hoyo negro, o mejor, El hoyo del negro, y así ganaría más dinero.