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El santuario yucateco de Jorge Marín

Poblada de santos, Budas y sus propias obras, la hacienda del escultor es una especie de museo que narra la historia de sus habitantes.
sáb 12 marzo 2011 12:40 PM
Poblada de santos, Budas y sus propias obras, la hacienda del escultor es una especie de museo que narra la historia de sus habitantes.
jorge Poblada de santos, Budas y sus propias obras, la hacienda del escultor es una especie de museo que narra la historia de sus habitantes. (Foto: Israel Hernández)

Un tucán de pico verde, naranja y rojo ha estado visitando el jardín desde hace unos días. Tuvimos la suerte de verlo posado sobre un alto árbol, nos miraba con su ojo azabache, tan intrigado por nuestra presencia como nosotros por la suya. El terreno, de unos 5,000 metros cuadrados y todo tipo de árboles y plantas, rodea la casa de techos altos y formas clásicas y serenas. Es austera, "probablemente de clase media, nada que ver con otras megaproducciones yucatecas de la misma época", nos dice Jorge Marín.

A pesar de haber estado continuamente habitada desde su construcción en 1850, ha resistido el paso del tiempo con dignidad, y el maestro no necesitó reconstruirla, sino más bien renovarla. Incluso algunos de los muebles son de aquellos años. Es una edificación de paredes estucadas, con una espaciosa veranda cuyo techo está sujeto por seis columnas dóricas. Desde hace cuatro años el escultor es el dueño y se siente un poco como el guardián del lugar, pero al mismo tiempo "sólo un invitado".

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Está hacienda data de 1850 e invita a la reflexión de quien la visita.
Está hacienda data de 1850 e invita a la reflexión de quien la visita.


Toda coincidencia es una cita

Jorge la descubrió de casualidad hace unos cinco años. La historia de cómo un artista urbano llegó a pasar la mitad de su tiempo en un lugar como éste, perdido en la selva tropical, es simplemente curiosa, pero no sorprendente, porque Marín empezó su vida en provincia: "Tengo recuerdos bellísimos de la primera infancia en Michoacán. La naturaleza, la candidez de la gente, la vida de pueblo. Hoy por hoy, cuando hago un recuento, supongo que esta etapa actual yucateca corresponde a un romanticismo con el que yo viví los siete primeros años de mi vida".

Lo peculiar es que antes de comprar esta casa, el escultor no conocía Yucatán. "Yo siempre he vivido en el DF, amo la ciudad donde crecí, pero llegó un punto en el que quise una vida más tranquila y relajada, y empecé a buscar sitios en provincia. Empecé en San Miguel de Allende y terminé mirando ranchos en Chiapas, pero por equis o por ye, ninguno me convencía. Walter, un viejo amigo, sugirió que nos diéramos una vuelta por acá. Habíamos escuchado el rumor de las haciendas henequeras que están siendo restauradas, y bueno la seducción fue instantánea".

Marín pasa casi la mitad del tiempo en esta residencia. Ya se le hace necesario venir aquí para reponerse del ajetreo citadino.
Marín pasa casi la mitad del tiempo en esta residencia. Ya se le hace necesario venir aquí para reponerse del ajetreo citadino.


Después, Jorge se enteraría de una serie de bondades del lugar, pero que son puras coincidencias del destino: la seguridad de Mérida, la gran tradición cultural que existe en la ciudad, la calidez de sus habitantes y, finalmente, la antigua dueña de la hacienda, quien hoy en día es una de sus mejores amigas. "Rosita es una maravilla de casi 80 años, que hace yoga todos los días y tiene una gran magia y alegría de vivir", declara el escultor, "y claro que estoy en contacto con ella, mucho. Rosita hizo este jardín, es su vida, era a lo que se dedicaba. Trajo plantas de mil lugares del mundo y, aparte, aquí solía organizar encuentros de yoga y de medicina ayurvédica. Cuando llegué aquí, era un punto de mi vida en el que andaba deprimido, y ella me ayudó a disfrutar más de la vida, a ser más agradecido y a estar más en el presente".

En esta pieza se nota otra de las fuentes de inspiración del escultor mexicano: la danza.
En esta pieza se nota otra de las fuentes de inspiración del escultor mexicano: la danza.


Rosita vivió aquí 40 años y tal vez por eso las paredes de esta casa parecen estar encaladas con serenidad: "El lugar se quedó impregnado de paz por todos lados. ¡Espero no estar yo contagiando mi neurosis a la casa!" Nada más alejado de la realidad, por todas partes, la obra y los objetos favoritos del artista conviven con arreglos de frutas, flores, velas, libros y telas, iluminados por la luz húmeda y caliente de la selva. Sus bronces de figuras masculinas en plenitud han encontrado un entorno perfecto para echar vuelo.

La sensación que transmite este hogar es de tranquilidad, de languidez, aunque algunas de las piezas de Jorge son perturbadoras, por no decir siniestras. "Todo esto", dice refiriéndose a la casa, al jardín y al éxito de su trabajo, "lo ha generado la escultura. En el sentido profesional me siento muy completo. Empecé con muchos miedos, claro, pero cuando entendí que era mucho más terrorífico dedicar mi vida a algo que no me gustaba, decidí hacer escultura". La consecuencia ha sido el reconocimiento internacional, y resulta interesante que su hermano Javier también sea un escultor famoso. Cosas raras de la vida, porque no es fácil triunfar en el arte y mucho menos que lo hagan dos miembros de la misma familia.

El jardín es obra de la dueña anterior, con quien Marín ha desarrollado una profunda amistad.
El jardín es obra de la dueña anterior, con quien Marín ha desarrollado una profunda amistad.


Los objetos elocuentes

Afortunadamente para el arte mexicano, los dos hermanos optaron por dedicarse a la escultura. Al ser los más pequeños en una familia tan grande (diez hijos), crecieron con mucha libertad, pero con austeridad en lo económico. Estas dos circunstancias sin duda fomentaron en ellos la creatividad y la construcción de mundos interiores. Jorge es el más chico de todos. "En mi casa no había una figura de autoridad y que me perdonen mis padres, que en paz descansen", comenta, "la educación en consecuencia fue muy libre, casi anárquica. Yo recuerdo pintar en las paredes con mis crayolas nuevas y un episodio en el que un hermano decidió construir una caja fuerte. Hizo un hoyo en la pared de su recámara y nadie le dijo nada".

Su lugar favorito de la hacienda es la capilla, donde guarda muchos de sus objetos y obras favoritas, como una cabeza de porcelana rota sobre un libro, "ésta le fascinó a Bruce Weber" (fotógrafo), comenta entre divertido y sorprendido de que mucha gente se fije en esa escultura rota.

Los colores cálidos y las formas clásicas son el toque por excelencia de este lugar.
Los colores cálidos y las formas clásicas son el toque por excelencia de este lugar.


Además ahí tiene el primer gran cuadro que pintó, mesas con violines y magníficos libros ilustrados, y un altar con varias santas entre las que destaca una Santa Cecilia quemada, vestida de precioso encaje negro adornado de milagros y con leyenda incluida. La historia dice que la santa salvó a un bebé en un incendio: Al oír los gritos de que se quemaba la casa, la madre salió despavorida de la capilla olvidando por un instante a su hijo. Para cuando se dio cuenta, ya las llamas envolvían todo el edificio. Al día siguiente, cuando el fuego fue dominado, encontraron a la santa quemada sobre el niño vivo. Un escalofrío nos recorre la espina cuando vemos esta figura.

Otro rincón predilecto es el pasillo central que se abre hacia el sur. En medio, una mesa presidida por un Buda de la compasión sostiene también la colección de arenas y piedras del maestro. No es el único Buda en la casa.

Curiosamente, Jorge afirma que es "ateo de corazón" para añadir más ironía a la contradicción de no pertenecer a ninguna religión, pero vivir fascinado por todas. "Mi arte está influenciado por las religiones y las filosofías, que están ligadas, claro. Y soy muy empírico. Voy a diferentes lugares del mundo para visitar templos, para conocer de primera mano cómo vive una sociedad con su religión, y por lo que he visto, la realidad supera a la ficción. Es increíble esa necesidad de magia y de rendir culto que tenemos los humanos".

En esta casa se mezclan tanto las obras de Marín como sus gustos por la iconografía católica mismo que adquirío por el gusto que su madre le tenía por ellas.
En esta casa se mezclan tanto las obras de Marín como sus gustos por la iconografía católica mismo que adquirío por el gusto que su madre le tenía por ellas.


El coleccionista de sí mismo

Más allá de las instalaciones que hay montadas, Jorge aún no trabaja en esta hacienda, aunque el plan es construir unos talleres. "Ya estamos proyectando los estudios", nos platica el escultor, "mi hermano y yo queremos poder trabajar aquí e incluso invitar a otros artistas, armar una especie de programa de residencias. Tenemos muchos amigos en el teatro y también estamos proyectando un escenario". Todo esto se haría con la colaboración de la comunidad vecina.

Mientras tanto, viene a este refugio en busca de tranquilidad para poder reponerse. Es un entorno muy creativo, saturado de ideas. Constantemente se antoja intervenir, colocar flores, cambiar las cosas de sitio. Los objetos son como las piezas de un juego y Jorge invita a todos sus amigos a participar en él. Su hermano pintó unas figuras en las paredes. Otros traen regalos a las santas y los budas. La influencia de su madre católica, la fascinación por el cuerpo humano en todas sus etapas, la obsesión por la materia y la belleza que ésta puede llegar a poseerS Todos estos objetos, cuadros, libros, piedras, forman parte de una colección que sólo cobra sentido porque cuenta la vida de este artista peculiar. "A pesar de todo, no soy nada fetichista, ni aferrado a los objetos. Al final del día, me podría ir a cualquier lugar y dejar todo esto atrás. Mírame, rodeado de objetos y hablando del desapego: Es que somos de una complejidad difícil de entender y más de vivir en la práctica. Se hace lo que se puede".

Por este pasillo, abierto hacia el sur, se distribuye de forma orgánica la energía de la casa.
Por este pasillo, abierto hacia el sur, se distribuye de forma orgánica la energía de la casa.


La noche llegó rápidamente, como sucede en el trópico. Jorge y su amiga Mónica nos regresan en su coche a nuestro hotel, un gesto generoso que apreciamos con gratitud. Venimos platicando de mil cosas, riendo de la forma lenta y civilizada en que manejan los yucatecos. Salimos cansados, pero contentos y satisfechos: por las fotos que salieron bien, por el trato, por la sopa de lima de Rosa y Elisabeth, por el tucán y porque, como cualquiera que conozca al maestro puede atestiguar, pasar un rato a su lado es un privilegio (y probablemente un amuleto de la buena suerte).

* Este artículo fue publicado en la edición 234 de la revista Quién. Portada: "Harry Sacal, el turista espacial".

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