Diva contra diva
En 1836, una compañía europea de ópera, traída por el diplomático Manuel Eduardo Gorostiza, conmocionó la escena artística mexicana. Antes de que hiciera su debut en la capital, se alquilaron lujosas casas para los actores y se mandó remodelar el teatro de la calle de Moras, donde se iba a presentar. El escritor y político mexicano Guillermo Prieto cuenta que el estreno se convirtió en uno de los sucesos más esperados del año. Los asistentes se deleitaban cotidianamente con el espectáculo, que se quedó unas temporadas en el país. Dos divas robaron los corazones del público: Marcela Albini y Adela Cesari. Para Prieto, Albini claramente era la mejor; decía que tenía una voz admirable y un conocimiento de la escena impecable; su interpretación de las grandes pasiones era perfecta. Cuando cantaba, comenta el cronista, las lágrimas, flores, vítores y coronas caían como lluvia de oro a los pies de la actriz. Sin embargo, otros sostenían que la guapísima Cesari era la más talentosa. El público se encontraba dividido y la admiración por las divas se radicalizó: los “viejos ricachos y lujuriosos de las primeras butacas” armaron una campaña polarizadora que enemistó a los seguidores de la Albini con los de la Cesari, como si fueran los Capuleto contra los Montesco: “Encarnizados partidarios se alistaron en uno y otro bando”, dice Prieto; las pasiones se encendieron y el espectáculo se transformó en un campo de batalla vespertino; dentro y fuera del teatro se generaban con frecuencia disputas, gritos e incluso palizas. Durante la primera mitad del siglo XIX ya se manifestaban las primeras señales de fanatismo por los artistas, una tendencia que se fortalecería con el paso del tiempo.