Suicidio en Notre Dame
Grandes historias necesitan un gran desenlace: Antonieta se plantó frente a la imagen de un Cristo crucificado y se disparó directo al corazón. La Catedral de Notre Dame fue el escenario de la espeluznante escena el 11 de febrero de 1931. Horas antes, había mandado una carta a Arturo Pani, cónsul mexicano en París, pidiéndole cuidar a su hijo y había citado a José Vasconcelos en un café. Por supuesto, lo dejo plantado. Era hija de Antonio Rivas Mercado, famoso arquitecto del Porfiriato que había sido responsable de erigir la Columna de la Independencia en 1910. Su influyente padre le había dado la posibilidad de estudiar cerca de nueve idiomas, cursos de filosofía e historia en las más prestigiosas academias europeas, música, vivir en los Estados Unidos y contraer matrimonio ahí. Desde pequeña se rodeó de las personalidades más destacadas del ámbito cultural e intelectual de México. En su edad adulta fue cercana al círculo de Salvador Novo y Xavier Villaurrutia, fundó con ellos la revista Contemporáneos y financió muchos de sus costos. Es considerada una de las primeras voces del feminismo mexicano y publicó ensayos en revistas nacionales e internacionales. La relación con Vasconcelos fue, en un principio, de carácter político: apoyó su candidatura presidencial con fervor, incluso prestó la casa de los Rivas Mercado como centro de operaciones. Poco a poco fue escalando la amistad, al grado de convertirse en un romance secreto, pero de pasiones intensas. La tragedia vino cuando la causa vasconcelista fue derrotada por Plutarco Elías Calles y ella se vio forzada al exilio, por lo que perdió, además, la custodia de un hijo de su primer matrimonio. En soledad, continuó trabajando en Nueva York pero no logró recuperarse: pasó de sanatorio a sanatorio, lejos de Vasconcelos y de su hijo. Desesperada, “secuestró” a éste en Tamaulipas y alcanzó a José en Francia. Pocas semanas después se quitaría la vida. El enigma de la historia es por qué es que decidió suicidarse: estaba ya en compañía de su hijo y de su amado y podía entonces empezar una nueva vida. Quizá haya sido el desgaste emocional de sus últimos años. Quizá la dureza del exilio pudo más que ella.