Carlos Slim así comenzó su historia
SE HIZO UNA ESTRELLA En 1902, Líbano se encontraba bajo el yugo del Imperio Otomano. Huyendo de éste y exiliado por su madre para evitar que se enlistara en el ejército, Julián Slim Haddad –padre de nuestra estrella– llegó a México cuando tenía 14 años. Arribó al puerto de Veracruz y se trasladó a Tampico, donde ya se encontraban sus hermanos mayores (José, Elías, Carlos y Pedro; este último llegó a ser compadre de Emiliano Zapata). Al poco tiempo, los Slim Haddad se mudaron a la ciudad de México. Dos años después, Julián y su hermano José fundaron el almacén de productos varios La Estrella de Oriente, en la calle Donceles, en el Centro Histórico, y una década más tarde, Julián le compró a José su parte del negocio, pues éste se regresó a vivir a Líbano. Para 1921, Julián no sólo había adquirido varias propiedades en la zona sino que logró conjuntar un importante capital para su familia. Fue entonces cuando conoció a Linda Helú, nacida en Parral, Chihuahua, e hija de inmigrantes libaneses, con quien se casó en 1926, cuando él tenía 39 años. Cuatro años después el matrimonio tuvo a su primera hija, Nour, y a ésta le siguieron Alma, Julián, José, Carlos –quien vino al mundo el 28 de enero de 1940– y Linda.
Los Slim Helú vivían en una casa ubicada en Avenida México 51, en la colonia Condesa. El pequeño Carlos comenzó su trayectoria escolar en el kinder G.B. de Annes, que se encontraba a tan sólo dos cuadras de su domicilio y al cual lo llevaban caminando. Continuó ahí la primaria, en una clase de únicamente cinco alumnos. Pasaba su infancia al cuidado de su mamá y su nana Josefina. Cuando rememora sus años de colegio, él mismo acepta que no era el más aplicado de la clase y que nunca fue presionado para ser niño de dieces, aunque tampoco era un mal estudiante. Recuerda también que le daban mucha flojera los lunes y que las escuelas a las que fue eran muy consentidoras. Llegó a estar en un medio internado en el que duró tan sólo ocho días porque le pidió a sus papás que lo regresaran a su anterior colegio. “Era horrorosa, estaba en Reforma, donde está el hotel María Isabel (Sheraton). Yo creo que mis papás eran muy buenos educadores, pues mi papá, aunque nació en el siglo XIXte, aceptó volverme a cambiar. Yo tenía siete años”. A esa edad se cambió a Polanco, a la calle Calderón de la Barca –también en el 51– y para quinto año acudía al Alonso de la Vera Cruz, donde continuó la secundaria. “Era como de expulsados”, cuenta. Ahí destacaba en matemáticas y aritmética, mientras que el dibujo siempre fue su coco: “Sacaba seis y de casualidad; hasta la fecha soy malo para dibujar.”
Sin embargo, su habilidad para los negocios era innata. Su papá lo llevaba a La Estrella de Oriente desde niño, donde nació su alma de empresario. Cuando tenía 10 años, descubrió un depósito donde vendían dulces al mayoreo y los compraba para revenderlos a sus tíos y primos, instalado debajo de las escaleras de su casa del Parque Lincoln, mejor conocido como el Parque del Reloj. “Había unos chocolates muy ricos que se llamaban Yo-Yo, que se metían al refrigerador. La tiendita tenía un nombre muy bonito, se llamaba El Cielo”.
Abrió una cuenta de cheques, luego una de ahorro, después compraba los bonos de 10 pesos que vendían a los estudiantes y llevaba en una libreta el registro de sus ingresos y egresos. Fue de su papá de quien heredó la habilidad para negociar. “Yo creo que todos tenemos vocaciones –explica–, así como algunos la tienen de toreros, curas o periodistas, a mí desde niño me gustaban las inversiones. A los 10 o 12 años compraba acciones.” Y sin embargo, deja muy claro que el éxito no es producto sólo de aptitudes o talentos, sino de preparación y trabajo, y que los logros sólo económicos o materiales no sirven de nada si vienen solos. “La actividad profesional debe sustentarse en una buena vida familiar, personal, con amigos, etcétera...”