Carlos Loret Mejor, Imposible
A Carlos Loret de Mola no le gusta protagonizar ni hablar de su vida personal, eso fue lo que nos dijo cuando le pedimos una entrevista. Sin embargo, a sus 31 años, es uno de esos personajes que no pueden pasar desapercibidos: lo vemos a diario en Primero noticias, tiene una carrera in crescendo y un carisma que le trae cada vez más seguidores –en especial seguidoras–. Es querido por su espontaneidad y su fresco estilo para hacer periodismo. Hicimos un recorrido por su pasado, su presente, sus gustos, sus manías y fuimos a su natal Mérida a conocer a su gente, a su familia, sus lugares... Éste es el Carlos Loret que encontramos. Abusadillo desde chiquillo
Carlitos estaba por acabar kinder. Su vida transcurría sin mayor preocupación que la de cualquier niño. Tenía entonces cuatro años y el destino lo llevó a dejar Mérida. A su padre, el periodista y escritor Rafael Loret de Mola, le ofrecieron un trabajo en Irapuato como director del Diario de Irapuato y del Diario de León. Ahí le gustaba ir por las tardes a la oficina de éste. “Le llamaban la atención las computadoras, eran las Commodore. Le encantaba el olor a tinta y quería esperarse hasta las dos de la madrugada, que era cuando se imprimía el periódico, para ver cómo salía la edición”, nos cuenta su mamá, Ofelia Álvarez, quien nos platica que desde esa edad el niño ya grababa su propio noticiero con una cámara de video.
Carlitos hizo su primera crónica a los cinco años: fue sobre toros y la redactó en la máquina de escribir que le regaló su abuelo, Carlos Loret de Mola Mediz, quien también fue periodista y luego gobernador de Yucatán (por el PRI) de 1970 a 1976, y quien murió en 1986 en un sospechoso accidente automovilístico en Guerrero. La familia Loret de Mola siempre ha sostenido que en realidad fue asesinado.
En Irapuato el hoy conductor de noticias era portero en el equipo de futbol de la escuela, aunque era –y es– amante del beisbol, pero nadie le hacía segunda en ese deporte. Le gustaba sembrar árboles de limón, mandarina y naranja y se entretenía con su gran colección de juguetes Playmobil.
Por el trabajo de su papá, la familia viajaba mucho a la ciudad de México, donde tenía un departamento en la colonia Narvarte. En esas idas, los Loret aprovechaban para visitar Avándaro, donde tenían una casa de descanso a la que Carlos invitaba a sus amigos.
Para felicidad de Carlitos, cuando terminó quinto de primaria regresó a Mérida con sus padres. Lo que más extrañaba eran los platillos yucatecos. “En Irapuato, cuando los amiguitos lo invitaban a comer, yo tenía que hablarle a las mamás de los niños para pedirles que le hicieran aunque fuera una hamburguesa porque era muy especial con la comida. Comía muy pocas cosas pero en raciones muy grandes y estaba acostumbrado a la comida de Mérida”, comenta doña Ofelia.
El pequeño Loret ingresó al Colegio Montejo, de filosofía marista, y se graduó de la primaria con promedio de 10. Siguió la secundaria en el CUM (Centro Universitario Montejo), también de maristas, donde inmediatamente destacó por su proactividad: iba a clases de francés, inglés, guitarra, estaba en el coro, daba clases de catecismo en las actividades apostólicas, era maestro de ceremonias y declamaba. Y, por si fuera poco, ganaba todos los concursos en los que entraba. Incluso en una ocasión la escuela pensó en cancelar su participación en el torneo de declamación porque era ya sabido que Carlos seguramente volvería a ganar y había que darle oportunidad a alguien más.
Su mamá estaba ahí para todo: lo llevaba, lo traía, al igual que a su hermana Ofelia, dos años menor que él y quien desde los cuatro estudió ballet y hasta la fecha se dedica a la danza. Es soltera, vive en Nueva York desde hace 13 años y tiene una compañía llamada Danscores, en Broadway.
En segundo de prepa, sus papás lo mandaron un año a estudiar a la Venango Christian High School, en Pennsylvania. A su regreso, en 1993, se encontró con la separación de sus padres. Ellos se habían casado cuando Rafael tenía 23 años y Ofelia 17. No había más que hacer, pero Carlos nunca dejó ver qué tanto le había afectado. Sus maestros y compañeros de clase hablan de un Carlos igual al de siempre. Sus amigos Neto Casares y Jorge Cámara nos confirmaron que él nunca lo mencionó; que lo sabían “de oídas”, pero que siempre ha sido muy reservado con su vida privada.
Lejos de cualquier depresión, Carlos empezó a trabajar en el periódico local Por Esto!, en donde firmaba una columna de toros con un seudónimo y en el que fue el creador de la sección juvenil, y también colaboraba en el programa sabatino de televisión Debate, donde se discutían temas de sexualidad, sida, etcétera.
Por otro lado, su maestro de literatura, Jorge May, encontró en él su más fiel discípulo para las obras de teatro que organizaba. “Decía que quería ser actor y hasta se dejó la barba para uno de los papeles que interpretó”, nos platica May, quien recuerda con especial cariño que le encantaba comer naranja y batirse con el jugo hasta el cuello. Le llegó el amor
Carlos y su grupo de amigos solían divertirse sanamente. Iban a dar vueltas al parque y le llevaban serenatas a las mamás en su día. De vez en cuando jugaban tenis, aunque sus amigos nos cuentan que él nunca fue muy deportista ni se le daba la bailada.
Aunque había tenido una novia en secundaria, con la que tan sólo duró un par de meses (actualmente es monja), fue realmente en el último año de prepa cuando Cupido lo flechó. La culpable: Gabriela Barrera Mañé, una joven de pelo abundante, que iba una generación abajo de él, en la misma escuela.
Al terminar la prepa, Carlos se fue a vivir con su padre (quien ya residía en la ciudad de México, en la colonia Alpes) para estudiar Economía en el ITAM. El último día de inscripciones, su mamá viajó al DF para hacer los trámites y consiguió una beca del 100% para su hijo.
Los primeros meses, Carlos viajaba los fines de semana a Mérida para ver a doña Ofelia, hacer su programa de tele los sábados y estar con Gaby. La relación de la pareja duró cerca de un año pero la distancia no ayudó. Por otro lado, una compañera de clase del ITAM, la de mejor promedio del salón, ya empezaba a hacerle ojitos a Loret: Ruth Berenice Yáber, su ahora esposa y con quien comenzó un noviazgo hacia el final de la carrera. En el ITAM Carlos también destacó por ser un buen alumno. Su mamá viajaba seguido a visitarlo pues había quedado en buenos términos con su ex esposo. Cuando tenía aproximadamente un año viviendo en México con su papá, éste se mudó a España. Sin embargo, cada vez que tenía vacaciones iba a Madrid a verlo, donde además le encantaba ir a las corridas de toros.
Más tarde ingresó también a Derecho en la UNAM, pero en el segundo año la tuvo que dejar debido a una huelga en la Universidad. Empezó entonces a trabajar en Radiópolis con Ricardo Rocha, a quien hasta la fecha considera un gran maestro (al igual que a su padre y a Joaquín López-Dóriga). En 2001 se separó de Rocha para entrar a Noticieros Televisa. Ese mismo año se casó con Berenice y estando de luna de miel recibió una llamada: tenía que regresar a México para irse a cubrir la guerra en Afganistán. Corre, Carlos, corre
“Es muy exigente, perfeccionista, dedicado y profesional”, comentan quienes conviven con él en su entorno laboral, y hacen hincapié en su acelerado ritmo de trabajo.
Su despertador suena a las 3:30 a.m. A las 5:00 a.m. ya está en la oficina tomando café y desayunando yogurt, papaya y un sándwich de jamón de pavo, pues el noticiero inicia a las seis. Al terminar Primero noticias, hace una hora de ejercicio en la caminadora mientras que aprovecha para hacer pequeñas juntas mientras corre, para optimizar el tiempo.
Su coco es la vestimenta. Alejandra Patrón, su prima hermana y su asistente desde hace tiempo, nos platicó que no es muy coordinado y que en ocasiones ha tenido que conseguirle corbatas de último momento. Otras veces va con él de compras, pues suele escoger el mismo modelo, principalmente de zapatos.
Una vez a la semana desayuna con sus compañeros del programa Tercer grado, casi diario asiste a alguna comida y si no tiene compromiso va a su casa un rato y trata de tomar una siesta de una media hora. En la tarde, de 6:00 a 8:00 p.m., conduce un noticiario en Radio Fórmula. A eso de las 10:30 p.m. se va a dormir. Cuando sale de viaje de trabajo nunca olvida traer algún regalo para sus hijos y uno que otro detalle curioso del lugar.
Loret es una persona muy tranquila. Cuando está en casa le gusta leer (su libro favorito es La conjura de los necios, de John K. Toole), oír música y cocinar, cosa que hace desde los nueve años. No es muy salidor, no va mucho a fiestas y menos de antro.
Los fines de semana Carlos Loret se da el lujo de despertarse a las 7:30 a.m., trata de ir al cine o por un helado y de llevar a sus hijos al parque.
Es un excelente anfitrión. Le encanta organizar reuniones en su casa, como ver el futbol o la entrega de los Oscares, y además idea trivias para que los encuentros con amigos sean más entretenidos.
No falla a las corridas de toros de la Plaza México y cuando tiene oportunidad se escapa a las de España, donde aprovecha para ver a su papá, que sigue viviendo en Madrid con su actual esposa y su hijo pequeño. También viaja seguido a Nueva York a ver a su hermana o se va de vacaciones a Cancún, donde tiene un departamento. Papá encantador
No hay nada que Carlos disfrute más que los momentos que pasa con sus hijos: Mikel, de dos años (con quien juega a las luchas), y Katia, de uno. “Como papá es encantador, nunca había visto a alguien tan dedicado, me encanta. Cuando está con ellos se desconecta del mundo con gran facilidad. Él adormece al nene, lo baña, le da de cenar y le ha comprado muñecos del Che Guevara y de Lenin, entre muchos otros. Adora a los niños y a su mujer. Sé que es muy feliz y que no se cambiaría por nadie”, cuenta su mamá, quien también nos dice que su nuera, Berenice, ya quiere regresar a trabajar de manera formal (ahora lo hace externamente en una consultoría), por lo que cree que ella y Loret ya cerraron la fábrica y no tendrán más hijos. Finalmente Ofelia afirma que su Carlos ha conseguido todo lo que dicen que se debe hacer en la vida: “Sembrar un árbol, escribir un libro y tener un hijo”.