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Gabriel Orozco: “es muy distinto ser un rockstar que un artstar”

‘Politécnico Nacional’, la exposición de Orozco en el Museo Jumex, es el detonante de una conversación sobre arte, la memoria, el ajedrez y la fama.
mié 19 febrero 2025 09:30 AM
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Gabriel Orozco presenta en el Museo Jumex la exposición "Politécnico Nacional".

Gabriel Orozco no es ningún platónico, tampoco es nostálgico y poco le importa el futuro. Le gusta despertar después de buenas ocho horas de sueño -”soy muy dormilón” dirá de sí mismo- y pensar qué hará ese día. No mañana, no el día de ayer, a menos, dice, “que haya estado muy buena la fiesta”.

Hoy, por ejemplo, ya más tranquilo y descansado de los embates de la semana del arte, ha llegado temprano al Museo Jumex para atender un par de encuentros con la prensa. “¿Tú me vas a entrevistar?” Pregunta detrás de esos lentes oscuros que muy buen juego hacen con su pelo abundante y cano. “Vente para acá”, dice.

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Él es uno de los creadores mexicanos más destacados de las últimas décadas y uno de los de mayor proyección internacional. Ha expuesto en Venecia, Japón, Nueva York; ha hecho pintura, escultura, fotografía; ha abierto debate y discusión al poner una caja de zapatos en el piso o al convertir la emblemática galería Kurimanzutto en una tienda Oxxo, su trabajo ha detonado el estudio, la reflexión y la transformación del arte contemporáneo en México.

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Gabriel Orozoco, artista mexicano.

Hijo del pintor y muralista Mario Orozco Rivera, Gabriel creció en medio de ese seductor ambiente intelectual de los años 60 y 70. “El mundo en el que yo crecí era bastante interesante, era rebelde por un lado, político por otro; crecí en un mundo del arte muy politizado y también muy glamoroso de alguna manera”.

A pesar de eso, el arte no era como tal un destino marcado. Poquito se hubieran movido las piezas del tablero y esta entrevista sería sobre otras disciplinas. “De chiquillo, aunque siempre pinté, realmente me la pasaba jugando fútbol, tuve mi época de jugador de ajedrez, de entrar a torneos y, la otra, yo quería ser corredor de Fórmula 1”.

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Vista de Politécnico Nacional, la exposición de Gabriel Orozoco en el Museo Jumex.

Pero ¿qué alejó a Orozco de estas tareas para llevarlo al arte? Sobre el fútbol, la idea de ir a entrenar todos los días le daba flojera -todavía, dice, sigue siendo un poco flojo par ir al gym- y sobre el ajedrez asegura que se trata de una disciplina muy fuerte de la cual sentía miedo que el cerebro se concentra solamente en eso. “De repente ves la realidad como un tablero de ajedrez, cuando te clavas mucho en algo, matemáticas o incluso música, todo es en función de eso”.

–¿Y con el arte no pasa así?

“Puede pasar si te fanatizas con una sola técnica, por ejemplo. Eso le pasa mucho a los pintores. De repente la pintura cuando se convierte en una cosa enajenante o fanatizada, te aísla un poquito del mundo real”.

A él, por eso, llegó un momento en que la pintura le aburrió, la descubrió limitante. Fue cuando empezó a salir a la calle a caminar, a utilizar otros elementos, relacionarse con otros materiales.

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Aunque no tenemos de frente a ningún goleador, o a un corredor de carros o a un tremendo trebejista, si que estas tres disciplinas son rastreables en la obra del artista Gabriel Orozco. “Eso quiere decir, por un lado que todavía no maduro y que sigo siendo un poco un niño que le gusta seguir jugando esos deportes y por el otro que logré que mi hobby se convirtiera en mi modus vivendi”.

Y es que lo que a Gabriel más le gusta de ser artista es ese modo de vida que le permite levantarse todas las mañanas después de dormir las reglamentarias ocho horas, sin recordar los sueños, con la energía para hacer lo que hace. Sentirse libre de dibujar, escuchar música, leer, caminar, salir a tomar fotos o ponerse a pintar. “Yo creo que también mi trabajo es lograr que mi vida cotidiana sea algo que disfruto y con toda disciplina estoy ejerciendo mi trabajo”.

Muchas de las piezas de Orozco se han afianzado con firmeza y autoridad en el ecosistema del arte contemporáneo. Desde aquella fotografía de Perro durmiendo de 1990, la Caja vacía de zapatos, con la que rompió la Bienal de Venecia en 1993, La DS Cornaline, la escultura Mátrix Móvil o todo el proyecto del Bosque de Chapultepec.

Las cualidades que se pueden rastrear en sus piezas y su discurso son también las huellas a las críticas, debates, estudios académicos y exposiciones a lo largo del mundo.

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–¿Algunos dirían de tí que eres un rockstar del arte? ¿Qué opinas?

Tras una pausa inusual en esta conversación, revira con otra pregunta “¿Tú qué piensas?” Después retoma el paso y se refiere a un video que está en una peculiar parte de la exposición que es una forma de TikTok en el que hay un video de una entrevista en el que su esposa María Gutierrez sale diciendo “ya conoces a Gabriel que siempre se ha sentido famoso”.

La fama en el mundo del arte , continúa con su respuesta, es muy distinta que en el de la música. “No creo que me quede a mí la de rockstar, es muy distinto ser un rockstar que un “artstar” o como quieras llamarlo”.

Él usa el anonimato; camina por la calle y aunque a veces algún avezado se acerque para pedirle alguna firma o una selfie -cosa que le ha pasado en Nueva York o en Tokio- puede salir a la calle sin guaruras, va a los mismos restaurantes, se viste con lo mismo y, bromea, todavía no se hace ninguna cirugía plástica.

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Gabriel Orozco es uno de los artistas más relevantes de los últimos años.

–¿Con la fama nunca has tenido algún conflicto?

“No, no me confunde, ni me pone nervioso tampoco. Si acaso de repente juego un poco con desaparecerme o alejarme tantito o hacer alguna broma pesadita. Como artista este es mantener cierta consistencia de exposición pública combinada con vida íntima, privada; de creatividad en cierta soledad, es muy importante mantener ese balance. Creo que lo he hecho bien y no me he perdido en ninguna de las dos, ni en un aislamiento profundo que lleve a cierta esterilidad de comunicativa con mi mundo y tampoco me he estado distrayendo demasiado con el ruido que genera la fama. En realidad la fama no tiene color ni sabor y sólo te das cuenta que existe cuando alguien más te la recuerda. Eso decía el Modóvar en una entrevista. Ese si es famoso”.

El pulso experto de un jugador de ajedrez domina en un lapso de la conversación. En aquel en el que hablamos del pasado, un tema que alguien que se asume como poco nostálgico poco le interesa. “No extraño mucho, creo que cada etapa de mi vida la he tratado de disfrutar mucho y por suerte he tenido una vida muy buena. A lo mejor por ajedrecista he sabido por dónde, cómo establecer mis aperturas, mis gambitos, cómo hacer mis juegos de medio tiempo, cómo tratar de sí lograr conseguir un término de partida feliz”.

Tras esta declaración, confesara que las exposiciones como la del Jumex que recorren varias etapas en su vida “son un poquito pesadas”. No le gusta ver lo que hizo, visitar los archivos, en su mente se convierte en un administrador de su trabajo. “Me siento medio burocrático conmigo mismo y eso no me gusta. Siempre estoy tratando de hacer algo que no me aburra, tiene que ser medio nuevo, no algo que ya sé cómo se hace. Me gusta sentirme un principiante en lo que sea, o sea,por eso no he vuelto mucho atrás”.

Pero hasta un anti nostálgico tiene espacios para el recuerdo, para hablar de su abuelo que se quedó canoso a los 40, que lo llevaba a la azotea a buscar cochinillas en las macetas y mientras subían los escalones le enseñaba inglés: one, two, three, four… Momento para recordar que la última vez que su hijo Simón vió una exposición así de él tenía tan sólo 8 años y que ahora la ha recorrido en sus 20.

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Vista de la exposición Politécnico Nacional, de Gabriel Orozco en el Museo Jumex.

–¿Alguna vez te sentiste el jaque mate como artista?

Nunca he sentido que me estén a punto de dar jaque. Pero sí en tablas. Pero luego yo sí tengo mis piezas que en el momento, justo en el momento, dije, ‘esto parece jacque’”. Gabriel se refiere sin lugar a dudas a la Caja de Zapatos, uno de sus más emblemáticos movimientos como artista que consistió en el, aparentemente, simple gesto de colocar un objeto tan cotidiano en medio de una sala de exposiciones, lo cual levantó el revuelo del valor del arte contemporáneo y al él lo colocó como un rotundo provocador.

“Fu a lo mejor mate al pastor”, dice Orozco y compara este acto con uno de los jaque mate más cortos en el ajedrez que ocurre tras los primeros cuatro o tres movimientos, dependiendo del color de piezas con el que se esté jugando.

“Tampoco es que supiera qué repercusión tendría. No lo veas como jaque en el sentido de de éxito o de popularidad o de fama, nada de eso. Era uno mismo como jugador que está tratando de ser un un artista original, bueno, interesante, lo que tú quieras llamar, pero que uno mismo sabe más o menos lo que está intentando y si lo vas a lograr o no, no lo sabes hasta que hasta que lo ves. Que además de las más difíciles en la ajedrez es dar un buen jaque mate”.

Pero hasta al mejor cazador se le va la liebre, dice, y es que al igual que en una partida de ajedrez, en el arte puedes echar a perder una jugada fulminante que es bastante evidente. En los últimos momentos de la instalación de una obra determinada o en la ubicación de un objeto en un espacio determinado. “El último minuto también tiene sus 60 segundos y ahí puedes no dar el jaque mate”.

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Vista de la exposición "Politécnico Nacional" de Gabriel Orozoco en el Museo Jumex.

Otro momento épico para Gabriel fue cuando presentó el coche en París en 1993. En el taller mientras lo fabricaba, pensó que era demasiado “friki” y hasta monstruoso. “Me entró la duda, luego me di cuenta que así soy siempre, a la mitad de que estoy haciendo algo siempre lo pongo en duda, siempre hay un momento en donde de repente haces las primeras 15 jugadas en 3 minutos y después hay una jugada que te quedas una hora pensándola”.

Pero al verla ya en la galería, toda duda se disipó, era otro momento de jaque mate. Por cómo estaba resuelta, por cómo estaba terminada y cómo todo se veía que fue fácil de hacer. “Es muy importante que el arte parezca que es fácil. En el fútbol, por ejemplo las jugadas y los goles que puedes llamar ‘las obras de arte’, hay algo que sabes que es tan difícil hacer pero en el momento que se hace parece que es fácil. Y eso es parte del arte. Que parezca fácil algo que en realidad es muy difícil de hacer o que nadie había hecho antes”.

Cuando era niño le dejaban ver la televisión sólo una hora. Veía Astroboy y Meteoro “Seguro ni sabes qué es eso”, dice. Considera que es fundamental hacer cosas con las manos, escribir, dibujar… “uno piensa también mucho con la manos, haciendo cosas, echando a perder cosas”. Lo primero que compró cuando entró a la secundaria fue una máquina de escribir Lettera 32 Olivetti y en 1995, cuando hizo Los Atomistas, una pieza que está expuesta en el Jumex, compró una pequeña laptop. Fue su primer trabajo usando una computadora y cuando la fotografía se convirtió para él más un ejercicio de estar archivando y administrando fotos frente a un ordenador, dejó de interesarle un poco.

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Gabriel Orozco en el Museo Jumex.

La relación de Gabriel con la tecnología ha sido más bien distante. Por eso la llegada de las inteligencias artificiales y las nuevas herramientas virtuales al mundo del arte le preocupan más bien poco. No cree tener una opinión certera al respecto, sin embargo, dice que siempre vamos a seguir jugando fútbol o dibujar en un papel. Claro, pero esos instrumentos nos van a influir en cómo dibujamos en un papel, incluso cómo jugamos fútbol. “Sin duda, los medios influyen en cómo se juegan los deportes, ¿no? Y cómo se dibuja y cómo se intimiza, digamos, pero no tengo mucha respuesta, pero me está haciendo hablar demasiado. Ya está muy larga tu entrevista. ¿Ya fue la última pregunta?”

–¿Piensas en lo que va a ser de ti y de tu obra en 100 años?

“No lo pienso mucho, la verdad".

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