“No bien, no mal. Un punto intermedio”, nos advierten sobre el estado de ánimo de Elena Poniatowska en esta tarde, una de las últimas plenamente calurosas del año, en la que nos encontraremos con ella en su casa de Chimalistac, el emblemático barrio al sur de la Ciudad de México. “¿Qué me vas a preguntar”, es la respuesta al saludo. La periodista que ha dedicado su vida a este oficio no puede evitar hacer las preguntas.
Hablaremos de su carrera, de la medalla Belisario Dominguez, la nueva edición de su obra en la Biblioteca que lleva su nombre y del Premio Carlos Fuentes que recibirá en noviembre próximo. “Usted quiere aprovechar el viaje para hablar de todo”, dice con un gesto que se debate entre ser un regaño y una broma.
Publicidad
Es fácil suponer que, al ver su casa invadida por luces, cámaras y personas, ese punto intermedio de la advertencia inicial termina por inclinar la balanza hacia el “no bien”. La autora, que en mayo pasado cumplió 91 años de edad, intenta ser atenta; seguimos con el plan. Fotos y después la entrevista, pero su ánimo cambia la ruta; toma asiento, nuestra señal para iniciar con la conversación.
“Yo hago entrevistas como usted, pero desde hace más de 50 años, Ahorita mismo pienso cómo está usted haciendo la entrevista y lo juzgo”.
La cierta tensión que se siente en el ambiente se irá relajando entre anécdotas, viajes al pasado y anotaciones sobre el oficio de la entrevista, al grado de escucharla reír y verla bailar al estilo de Tongolele.
Elena es hija de la coincidencia de dos momentos históricos que definieron el siglo XX: la aristocracia mexicana recluida en Francia y el exilio de la corona Polaca. Su madre, María Dolores Paulette Amor Yturbe -conocida como Paula Amor- era hija de dos de las familias más importantes de nuestro país, mientras que su padre fue el príncipe polaco Jean Joseph Evremond Sperry Poniatowski.
Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial en Europa, Paula Amor y sus hijas, Kitzya y Hélène llegaron a México. Su historia familiar le otorga el título nobiliario de princesa pero a Elena, la monarquía le interesa más bien poco. “Yo creo que está destinada a desaparecer”, comentó sobre este tema en una entrevista que tuvimos cuando publicó el segundo tomo de su libro El amante polaco, en el cual ficciona con apego histórico la vida de su antepasado Estanislao II Augusto Poniatowski.
Publicidad
Desde que llegó a México con tan sólo 10 años de edad, estrechó un vínculo profundo con el país. Es por eso que la medalla Belisario Domínguez que recibió en mayo pasado en la Antigua Casona de Xicoténcatl en una Sesión Solemne del Senado de la República, es tan especial.
“Es la la presea que más me ha conmovido. Suena un poco grandilocuente, pero es un premio que te da la Patria, es un premio que me dio México. Ahorita mismo se lo digo y estoy conmovida”.
La escritora que comenzó a publicar hace 70 años ha sido ampliamente condecorada con premios, medallas y doctorados Honoris Causa, entre los que destacan la Medalla Bellas Artes y el Premio Cervantes, que recibió hace 10 años de manos Juan Carlos I y Sofía de Grecia en compañía de sus tres hijos, Emmanuel, Felipe y Paula y a sus 10 nietos.
Otros premios los ha recibido en la calle. El chofer de un taxi que le paso un chicle o lectores y entrevistados que le han enviado cartas. “Ahora ya no se acostumbre, ya no llegan cartas. A veces pienso que la gente ya no sabe ni escribir ¿Ustedes saben escribir?”, deja una pregunta que también es un lamento.
Cuando dice escribir, Poniatowska se refiere a hacerlo con la mano. “Escribo a máquina, pero tengo cantidad de libretas que están por ahí”. Y cuando dice “máquina” se refiere a una computadora que, bromea, son igual de viejas. “Supongo que la computadora tiene menos porque se inventó después. Yo me inventé antes”.
La primera computadora de uso comercial estuvo en el mercado tan sólo 4 años antes de la publicación de Lilus Kikus en 1955, su primera novela.
¿Cómo se inventa una escritora? “Una se inventa levantarse, al atravesar el día; se inventa amigos y relaciones. También este es un país en el que continuamente suceden cosas graves y cosas valiosas. Lo que a mí me ha dado tristeza es que se me han muerto, además de mi hermano Jan a los 21 años, mi madre y mi padre y muchísimos amigos. Me dejaron atrás, me dejaron solita. Adiós Vicente Rojo, adiós Jorge Ibargüengoitia, adiós, Elena Garro, adiós Octavio Paz, adiós Monsiváis. También gente que no tiene nombres célebres, gente que viene y me ayuda a cortar las plantas”.
Publicidad
Este año, La Universidad Autónoma de México y la Secretaría e Cultura federal otorgaron a Poniatowska el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en el Idioma Español 2023. “Sus textos han narrado, mediante testimonios y ficción, momentos capitales de la historia reciente de México”, acordaron los integrantes del jurado de este galardón que se entrega desde 2012 y del que Elena se convierte en la cuarta mujer en recibirlo.Poniatowska y Fuentes se conocieron incluso antes ser escritores. Él la sacaba a bailar en todas las recepciones de las embajadas a las que acudían convocados por Rafael Fuentes, padre del escritor y destacado diplomático mexicano y por su madre, Berta Macias. “Era un gran escritor y buen bailarín. Se bailaba la raspa, la conga, la bamba, pero no así, de parejita; se bailaba para echar relajo, para reírse. Éramos muy jóvenes”.
A Elena también le gusta bailar, estudió ballet con Miss Carol, una mujer que tenía un palo de escoba en la mano con el que marcaba el ritmo. También Tongolele le enseñó un par de pasos. La clave está en no mover los pies y mover sólo las caderas, dice la escritora de La noche de Tlatelolco mientras imita los movimientos. Los ánimos han llegado al punto de dar muestras dancísticas.
Casi por los mismos años, Carlos y Elena publicaron sus primeros libros: él Los días enmascarados y ella Lilus Kikus, bajo el desaparecido sello Los Presentes. “Lo quise muchísimo”, dice sobre el autor de La región más transparente”.
De la crónica, las novelas, los relatos, los cuentos, la poesía y los artículos de opinión, la entrevista es el género que más le ha gustado ejercer a Elena. Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, María Félix, José Revueltas, Octavio Paz, Lola Beltrán, Nicolas Guillen, Tongolele, María Victoria, María Conesa, Julio Cortazar, Gloría Trevi; de sus textos se despliega una constelación de los personajes más relevantes del siglo XX y de lo que va del XXI. Los muralistas post revolucionarios, los escritores del Boom, los de la Onda, las pintoras olvidadas por el canon, las estrellas de la cultura pop, los movimientos sociales, los presos de Lecumberri, la alta sociedad mexicana. “Entrevisté a todos, incluso a la gente en la calle”, afirma esa mueca que fue rígida y es una generosa sonrisa. “Él único que no me quiso nada, dice, fue Cantinflas. “Le caí de la patada. No preparé bien mis preguntas y no le gustó”. Se niega a hablar de las entrevistas memorables. “No sé hablar de lo que hice bien, eso lo tienen que decidir otros”.
Su obra ha sido re editada por el sello Seix Barral ostentando en las portadas piezas de algunas de las fotógrafas más relevantes de los últimos años: Graciela Iturbide, Maya Goded, Yolanda Andrade, Patricia Lagarde, Melba Arellano, Aglae Cortés, Carol Espíndola, Olivia Vivanco, Tania Franco Klein e Yvonne Venegas. Ver en reunión su obra le da gusto, pero aclara que el punto final aún está muy lejos. “Yo no me he muerto todavía, ahorita mismo estoy trabajando en un libro. Supongo que tengo dentro un tesoro o una fuerza, un dios, un ángel de la guarda o un alguien que me empuja. Me levanto y escribo, me siento y escribo, bailo y escribo”.
Las cámaras han dejado de grabar. La entrevista aparentemente ha terminado, pero el ánimo de Elena ha llegado a tal punto que detona una nueva conversación. Le pregunta a todo el equipo por lo que están leyendo en este momento, sale a colación Gloria Trevi y ella recuerda como, junto a Carlos Monsiváis llegaron a frecuentarla. “A mi me gusta andar de pelo suelto”, comienza a cantar desde su silla de madera y bejuco con su biblioteca personal de fondo y una mesa llena de fotografías de la que levantará un retrato de ella siendo una niña junto al príncipe Poniatowski. “Miren que guapo, mi papá”. Antes del adiós final, estampa su firma en un par de libros y le llama la atención el tatuaje de Mar, encargada de la grabación de la entrevista. ¿Por qué te tatuaste esas abejas? Elenita no puede dejar de preguntar.