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Graciela Iturbide: “yo siempre veo en blanco y negro”

Heliotropo 37, su exposición en la Fondation Cartier pour l’art contemporain, es el pretexto ideal para conversar con la fotógrafa Graciela Iturbide .
vie 18 febrero 2022 04:27 PM
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Graciela Iturbide retratada por Luis Poirot.

“Todo”, responde sin miramiento Graciela Iturbide sobre el papel que juega la intuición en su obra. “He soñado cosas que después voy a fotografiar. Es fantástico intuir en sueños que voy a tomar una foto de un señor con pájaros”, dice la artista de la cámara análoga en blanco y negro, de los retratos de mujeres con iguanas en la cabeza, de las capturas de los habitantes del decierto, de las postales desde el baño de Frida Kahlo; la fotógrafa mexicana que, justo cuando se desarrolla esta enrevista, se prepara para viajar a Paris y revisar los últimos detalles de Heliotropo 37, su exposición en la Fondation Cartier pour l’art contemporain.

La muestra, a propuesta del curador Alexis Fabry, toma su nombre de la calle en la que se encuentra ubicado el estudio de la fotógrafa, quien encuentra en la construcción etimológica de la palabra -del griego helios, sol; trepein, girar- una afortunada coincidencia. “Me tocó vivir en una calle de fotógrafo, que tiene que ver con la luz. Entonces, está bien que le hayan puesto ese título. Me gusta mucho porque es el significado de lo que es la fotografía”.

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La exposición se integra por más de 200 imágenes que van desde sus primeros trabajos, sus piezas más reconocibles, capturas más recientes y obra realizada ex profeso para la ocasión. Estas últimas se trata de una serie inédita en la que Graciela Iturbide viajó a la comunidad de Tecali donde se procesan piedras de alabastro y onix para capturarlas, esta vez y distinto al groso de su obra, en color.

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La niña del peine, Juchitán, Oaxaca, 1979, Nuestra Señora de las Iguanas, Juchitán, Oaxaca, 1979

“El color no creas que me acaba de fascinar”, confiesa. Desde que era niña y su padre le regaló una cámara pequeña, comenzó a realizar capturas monocromáticas, un oficio que perfeccionó como pupila de Manuel Álvarez Bravo. “No soy una persona que interpreta bien el color. Siempre he visto la vida en blanco y negro ¿qué raro verdad?”.

Pero tal y como ocurrió con estas fotografías a las que llama con familiaridad “estas piedras”, Graciela está dispuesta a explorar. “Quizá después te diga, ahora soy fotógrafa de color. Uno es como no era al principio; uno va cambiando”.

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Piedras, Tecali, Puebla, México, 2021.

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Graciela Iturbide cree en la evolución. No lo dice como quien lo lee en un libro; lo hace con la convicción de alguien que ha visto pruebas irrefutables de ello. Incluso, con la certeza de quien las ha capturado con su cámara. Recientemente viajó a Lanzarote en las Islas Canarias y, al ver los volcanes que emergieron del mar, se convence de lo que Darwin relató en sus extensos estudios. “Lo acabas de descubrir con tu Cámara y lo has atrapado. Qué maravilla".

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Autorretrato, Desierto de Sonora, México, 1979.

Le sorprende todo lo que hemos alcanzado como especie. Hoy todos caminamos con una cámara integrada a nuestros teléfonos celulares. Un asunto que a la octogenaria fotógrafa le maravilla. “La fotografía es muy democrática. La fotografía es memoria y todos tenemos la necesidad de atrapar esa memoria con nosotros. todo depende quién está detrás de la cámara y qué formación tiene. Si ha leído, si escucha música buena, si tiene influencias buenas; todo eso va a repercutir en la foto que tomé. Así sea un celular. Depende de la emoción, del ojo y de la inteligencia”.

A pesar de que con sus nietos ha intentado hacer capturas con su celular, ella sigue siendo análoga. “Es un ritual para mí: tomar fotos, llegar a mi mesa, ver mis contactos, guardarlos en cajas. A lo mejor soy del siglo 15. No lo sé”.

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“Mi cámara es un pretexto para aprender quienes somos”, sentencia Graciela Iturbide. Como si en esta oración resumiera cerca de 50 años de trayectoría. Como fotógrafa, dice, le ha interesado tanto el ser humano como todo lo que la rodea. Es así que ha desarrollado proyectos de retrato en pueblos originarios de Juchitán, en el desierto de Sonora; capturas de los jardines botánicos de México y el mundo, parvadas de aves, rocas, escenas de la vida cotidiana en mercados, calles y cantinas.

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Jaipur, Rajastan, India, 1999.

Algunos críticos califican la obra de Iturbide como política, otros como social; algunos especialistas en la imagen hablan de un inherente elemento de poesía visual. Pero ella responde con un no contundente sobre estas apreciaciones. “Sería muy feliz de que mi obra tenga algo de poesía. Espero que las influencias de la poesía hayan llegado a mi corazón para poder reflejarlas con mi Cámara.”

No importa que los retratados no sean propiamente el ser humano. Si es la naturaleza o los objetos, la forma en que Iturbide se aproxima a ellos es la misma pues en su intención está el explicar todo lo que se relaciona con nuestra especie e intentar explicarnos. Lo maravilloso de la Cámara, explica, es que va descubriendo y describiendo. Las dos cosas. “Si mañana yo pudiera ir a la luna a tomar fotos, me iría”.

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Graciela Iturbide.

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