¿Cómo fue que llegó esta propuesta?
Manolo me contó el desarrollo de este proyecto y me dijo que era importante que uno de los personajes pudiera ser un bailarín e incluir la danza clásica en el proyecto para tocar varios temas sociales con los que todavíaa seguimos batallando. Me preguntó si creía que tenía la capacidad de hacerlo. Con mi esencia de aventurero, le dije que sí. Acababa de rodar la película El rey de todo el mundo y me sentí capaz de aceptar el reto. Cuando llegué a Madrid y me encontré con Carmen Maura, Cecilia Suárez, Ester Expósito, Carlos Cuevas, Alejandro Speitzer y Ernesto Alterio, me entró pánico. Entendí que estaba rodeado de los mejores.
¿Filmar con Carlos Saura ayudó en esta segunda ocasión frente a las cámaras?
Definitivamente fue fundamental, todo un privilegio ver trabajar a Saura y a Vittorio Storaro [cinefotógrafo] durante dos meses de una manera en la que ya casi nadie filma. Sin esa experiencia no me hubiera atrevido a participar en una serie para Netflix. Ver actuar, ensayar y practicar a Ana de la Reguera, Manuel García Rulfo y Manolo Cardona, así como sentir su respaldo, me dio puntos clave para poder desarrollar el arco emocional del personaje, así como para poder filmar toda la historia sin orden.
Al final hay mucho de actor en un bailarín, ¿cierto?
Me dio mucho gusto darme cuenta de que compartimos el vocabulario, que es cien por ciento físico. Entendí que lo podía vincular de forma directa.
¿Tuviste algún tipo de preparación actoral?
No tuve oportunidad de tomar ninguna clase ni mucho menos. Sólo dos semanas de ensayo antes de empezar el rodaje. Yo llevaba tiempo leyendo el guión, entonces estaba bien preparado. Fue interesantísimo poder ver a Manolo, la claridad que tiene y cómo sabe ponerse en la situación adecuada para poder transmitir lo que está buscando. Eso, me parece, es su gran talento.