El homenaje al maestro Ernesto de la Peña
No había una multitud abarrotando (no era Monsiváis), las personas fuera de Bellas Artes no sabían de quién se trataba (no era Cantiflas). Aun así algunas ingresaron al vestíbulo para unirse a quienes sí sabían quién era. Pocos conocían el legado Ernesto de la Peña (Ciudad de México 1927-2012), la visión humanística, clara y profunda de su pensamiento. Ni porque cada semana colaboraba en uno de los noticiarios más vistos de México, el de Joaquín López-Dóriga, en el que con palabras sencillas y sin pretensiones exponía su punto de vista sobre diversos temas.
El mediodía soleado cobijaba la llegada del féretro del maestro De la Peña desde el Panteón Francés. Era el homenaje al que se convocó ayer tras la muerte del escritor, político, filólogo, políglota y varios títulos más que no necesariamente fueron académicos sino actividades de un hombre que dedicó buena parte de su vida al estudio y la reflexión de diferentes áreas del conocimiento y las lenguas, entre otras disciplinas, dada, principalmente, su carrera en Letras clásicas, que realizó en la UNAM.
Una inteligencia cultivada, pues, como dijo durante el homenaje Consuelo Sáizar, presidenta del Conaculta. Inteligencia y presencia que, como ella cerró su discurso, ahora poblará el paraíso de la sabiduría. Poco antes, en punto de las 12 del día, Jaime Labastida, director de la Academia Mexicana de la Lengua, lamentó la muerte de su amigo, hombre de letras, sabio humilde y sereno. En dos momento la voz de Labastida se quebró. Los rostros de los hijos del maestro De la Peña, Ernesto y Patricia, más el de ella, así como el de su viuda, María Luisa Tavernier, mostraban la tristeza de la que hablaba Labastida. Siempre se mantuvieron serenos, sólo Patricia se dejó llevar por la emoción al abrazar el féretro del maestro antes de salir del Palacio, y soltó el llanto cuando la carroza se alejó.
El poeta Eduardo Lizalde leyó fragmentos de Palabras para el desencuentro, de De la Peña, y también expresó su pena por la muerte del maestro, su amigo por más de 40 años.
Tras los discursos emotivos se montaron las guardias de honor, la primera, por supuesto, encabezada por su familia y amigos más cercanos a quienes siguieron otros personajes del mundo cultural de México, como Teresa Vicencio, directora del INBA; Sergio Vela, Vicente Quirarte, la escritora María Luis La China Mendoza, Gerardo Estrada y más. Después siguió la gente que lo conocía por sus intervenciones en TV y radio (colaboró no sólo en Televisa, también en Once TV, Canal 22, el viejo Canal 13, en el IMER) o que había oído hablar de él en algún momento, quizá hace apenas unos días, cuando recibió en la Ciudad de México el premio Internacional Menéndez Pelayo 2012, otorgado por la universidad española del mismo nombre "por su gran humanismo, su conocimiento polígrafo y su prestigio internacional, avalado por la concesión de numerosos premios y distinciones".
Y ese público, amigos, familia y autoridades culturales dieron el último aplauso al cuerpo del maestro De la Peña al salir de Bellas Artes, para retornar al Panteón Francés a ser cremado esta tarde. María Luisa Tavernier dijo que sus cenizas descansarán en la Iglesia de la Bola, en San José Insurgentes, al lado de las de una de sus hijas. La señora Tavernier también comentó que el material de su esposo será ordenado por la Academia Mexicana de la Lengua. Su archivo personal está a cargo de ella; su biblioteca personal pertenece desde hace varios años a la Fundación Telmex. El maestro dejó poemas inéditos que su viuda aseguró que dará a conocer en su momento, y también dijo que dejó inconclusa la novela que escribía.
Así se fue disgregando la gente. Un hombre mostraba a quien quisiera verlo, un letrero dedicado al maestro: "¡Ernesto, te envidio! ¡Paz y amor, abrazos!".