Beatriz del Carmen Bazán, la 15 veces viuda de José Luis Cuevas
“No puedo hablar de algo que no conocí, pero sí de lo que viví junto a él, porque es un hecho que José Luis era un hombre talentoso, atractivo y muy seductor, atributos que formaban parte importante de lo maravilloso que siempre fue”, nos comentó Beatriz, al inicio de la entrevista realizada en su casa de San Ángel.
El maestro y la también artista estuvieron unidos por el arte incluso antes de conocerse, cuando ella era estudiante de artes plásticas, y donde, sin pensarlo, inició una intensa historia de amor que duró más de 16 años.
¿Cómo era José Luis Cuevas como pareja?
Su vida fue siempre pública. Él siempre decía que tuvo más 700 mujeres y que le encantaban las casadas. Cuando nos casamos me enteré que tenía como una especie de hot line, y él mismo me ponía a contestar el teléfono, así que cuando le pasaba las llamadas, se refería a ellas como la “Papaya”, La Guera o la “Copetes”, porque cada amante tenía su apodo. Eso era genial, porque tenía un ingenio increíble, además de ser muy guapo, pero en pareja, conmigo, era muy tierno y atento.
Una mujer que estaba con él, no podía darse el lujo de ser celosa…
Por supuesto que no. En mi caso, nunca me dio motivos. Él decía que antes fue muy mujeriego, pero que conmigo se volvió monógamo. Yo no le quité su afán por tener tantas mujeres, de hecho era algo que siempre me causó gracia, porque en verdad él despertaba muchas cosas en la gente.
¿Cómo le gustaban las mujeres al maestro?
Creo que yo rompí el molde. Cuando era niña vi en televisión a un muchacho muy guapo al que le preguntaban qué se llevaría a una isla desierta, y él contestó que a Lyn May. Ese muchacho era José Luis Cuevas.
¿Cómo te conquistó?
Me metí a clases de grabado y así aprendí a conocer al artista y no tanto al personaje. Con el tiempo él me hizo preguntas incómodas como si era casada y si engañaba a mi marido, y como yo tenía una exposición que quería que él inaugurara, fue muy incomodo todo esa situación. Recuerdo que se lo conté a mi entonces esposo y él me dijo que sería padrísimo contar con Cuevas en mi exposición. Él me buscaba mucho, pero yo notaba que siempre estaba rodeado de mujeres y que mencionaba cosas como que le gustaba hacer el amor con las que usaran liguero y tacones. Ya juntos fue siempre muy tierno, lindo y protector.
¿En serio se casaron 15 veces?
Claro, y si por él hubiera sido, habríamos tenido muchas más. Nos casamos en el Cairo, en El Salvador, en el Monumento a la Revolución con Silvia Pinal como testigo, por el rito náhuatl, maya y demás. Tuvimos muchas renovaciones de votos.
¿Cómo fue no poder entrar más a su museo del Centro Histórico después de su muerte?
Me pusieron candados en el museo y me corrieron. Las hijas pensaban que el museo era de mi marido, pero no, en este caso sí es patrimonio de la nación. Fui directora del 2005 al 2017, pero no lo administré, y es triste que hoy no hay actividades como antes, pero las 1860 obras donadas siguen ahí. Las hijas nunca se interesaron realmente en todo eso, pero bueno, la obra pertenece al INBA y el inmueble al gobierno.
¿A qué crees que se deba este conflicto con la hijas del maestro?
Creo que hay un enorme resentimiento hacia él, no tanto hacia mi persona. Yo siempre le dije, “de lo que se salvó la Guera”, porque la amante de 1982 hasta que me conoció, era ella, que sí conoció a Bertha, su esposa. Así era la vida de José Luis, pero yo aparezco hasta el 2001, y Bertha murió en el 2000.
¿Era un buen padre?
Él decía que sí, pero también decía que no tenía buenas hijas. Ellas buscan notoriedad, pero en realidad no saben ni de qué o cómo murió. Ellas me acusaron de intento de homicidio, secuestro y maltrato al adulto mayor.
¿Cómo fueron sus últimos días?
Él estaba preparado. Sabía que iba a morir. Íbamos mucho a comer, pero de pronto ya no quería salir, porque su ego era muy grande y ya no le gustaba ni verse en el espejo, ni las fotografías. Esto ocurrió una vez que le diagnosticaron el cáncer de colon que padecía. Fue muy duro para él verse con una bolsita de drenado en el costado, por ejemplo, así que poco a poco empezó a debilitarse porque el cáncer se había expandido.
¿Cómo fue decirle adiós?
No quería comer y él mismo decidió que no quería más quimioterapia. A veces mejoraba tanto que hasta bajaba a desayunar y pedía su coca-cola, como alguien sano. Su partida fue mientras escuchábamos Frenesí, con Guadalupe Pineda, así que me acosté en su pecho, escuchando su corazón, y de pronto dejé de sentir su respiración y los latidos. Los médicos me dijeron que se fue a media canción y que además no había sufrido, porque él le tenía mucho miedo al momento exacto de la muerte.