Mariana Arriaga
Conocí a Mariana en persona el 15 de marzo de 1991. La había visto antes en imágenes a través del ultrasonido mientras se agitaba dentro del seno materno. Nada, absolutamente nada, me preparó para su llegada. Emergió de Maru, su madre, con los ojos bien abiertos y parecía contemplar con atención el mundo. La enfermera la acercó a mi rostro. “Su hija”, me dijo. Ella me miró y un escalofrío me recorrió. Al contrario de otros recién nacidos, que llegan al mundo berreando y con los ojos cerrados, ella observaba con serenidad.
Mirar se convirtió en su mayor virtud. Desde pequeñita me asombró su capacidad para descubrir aristas del mundo que me habían pasado desapercibidas. Ella me enseñó a ver, a colocar la mirada en lugares impensados. Arrojó luz sobre mis fortalezas y mis temores. Se convirtió en mi maestra. Hoy, como directora de cine, aún me sorprende su mirada. Su capacidad no sólo de desdoblar la realidad en imágenes, sino de penetrar en las contradicciones más insondables de la naturaleza humana, el lugar más difícil y remoto al que puede acceder una cineasta, una persona, una hija.
Por Guillermo Arriaga, cineasta, productor, escritor y papá de Mariana.