Beatriz Rivas, de instinto sibarita y ánimo epicureo, a los 17 años vislumbró su destino leyendo Rayuela en el Pont Neuf. Desde hace una década, en marzo, Beatriz Rivas, Armando Vega Gil y yo viajamos. Los tres escritores compartimos gran entusiasmo por gastronomía, música, noches de cabaret, literatura, picardía y buen humor. Nueva York –noches deliciosas en clubes de jazz–, París –en el cementerio Père-Lachaise Beatriz lloró en la tumba de Gerda Taro, una protagonista de Dios se fue de viaje–, Bangkok –prefirió los templos a masajes Thai–, Shanghai –investigó con ahínco sobre el personaje de Jamás, nadie– son algunas aventuras. El año pasado fue Islandia. No pude ir, me detuvo una cama de hospital. Los acompañé en el viaje con las fotos de Armando y la impecable narración de la Rivas. Viví cada momento, el clima, la comida, las aurora boreales y hasta el sabor del whisky pude palpar. Como cualquiera lo hace con la pluma de mi amiga, la Rivas, Beatriz.
Por Adriana Abdó, cuentista, dramaturga, novelista y amiga de Beatriz