Es hoy un personaje imprescindible en la cultura de México. Su nombre y su obra se están convirtiendo poco a poco en una marca registrada, por su voz única, por su presencia única, por el concepto de su arte único. Lila no se parece a nadie; a fuerza de aprender de las grandes maestras del canto, de tener los oídos y el corazón bien abiertos a todas las culturas ha hecho un discurso absolutamente propio y a la vez de todos. Pero no canta lo nuestro sin la esencia y compromiso que esto conlleva. Sabe además que muchos públicos, de diversas latitudes, están atentos a su voz, a su mensaje, por eso, se ha provisto de una expresión escénica impresionante y colorida, como lo es cotidianamente nuestro país, aunque tengamos, por muchas razones, el listón de luto amarrado al brazo. Sabe que se ha convertido en una de las banderas de nuestra cultura actual y a ello se ha entregado con esmero. Es una mujer, hermosa, poderosa y a la vez, con una humanidad que deviene en ternura, como de la Suave Patria de López Velarde, que todavía espera, con los brazos abiertos, para acunarnos entre sus brazos.
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