Nunca he compartido un café o un tinto con ella. Nunca he estado en la sala de su casa. A Edith González la conozco desde una butaca en la que aplaudo de pie. Animal escénico de mil pieles, Edith González imprime -sin vociferar- carácter; vocación pura forjada y esculpida en Lee Strasberg, en The Actors Institute, en Du Marais, en las aulas de La Sorbona. Generosa en lecturas, discreta y potente promotora cultural, hija de más 85 puestas en escena: películas, series, novelas... La únicamente elegante, genuina y rubísima Aventurera rompe y se rompe en el tablado. Primera actriz nacida por y para eso, Edith González va, elegante, cinco estrellas por si misma. Las marcas, las productoras y los créditos son accesorios. Ella, por los buenos libretos. Y los ennoblece con gallardía. Bárbara, Doña Bárbara, que detuvo las audiencias en Colombia, que llena los aeropuertos de Europa del Este. Edith, que con cada personaje va dejando atrás al anterior. Y cada uno de sus docenas de premios -que no presume nunca-, va dejando atrás al anterior. De las bombas de rating al microteatro, honra a las pocas de su estirpe: es una artista. Verdadera. Y le regalo más palmas en éste, el mejor y más desafiante de todos sus vuelos.
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