Observar algún retrato firmado por Ana, es lo mismo que estar delante de una historia. Ella le da sentido a aquel miedo primitivo de que la cámara es capaz de robarte un pedacito del alma. Con ese instrumento, tan común estos días, Ana logra lo extraordinario: capturar la esencia de su sujeto. Así me sucedió hace tres años cuando posé para ella. Todavía me acuerdo de su risa, con carcajadas increíbles, y también tengo muy presente la rica conversación sobre decoración e interiorismo que tuvimos, claro ejemplo de lo mucho que valora vivir en un mundo más estético. El set era mi casa y, a partir de su visita, cada que encontraba algo que asemejaba mi gusto, me lo hacía llegar, evidencia de lo atenta que es y del ojo clínico que ha desarrollado detrás de la lente.
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