Conozco a Ana desde que tenía 13 años y desde entonces se vestía remal. Se paraba raro y tenía los dientes bien chuecos. Me gustaba mucho. Tenía unas botas que se compró en Rudos y Técnicos, unas botas muy feas que le gustaban mucho y que se hicieron famosas porque las usó diario durante 10 años hasta que su mamá las tiró a la basura. Fue un golpe duro para ella.
Ahorita sigue igual. Está tan metida en su mundo que de afuera parece distraída. Sus hijos y su taller, ahí vive metida. Va con su camioneta chocando con todo: banquetas, árboles, otros coches… Ya se llevó dos veces la pluma de la privada. Los polis la ven venir a lo lejos y abren inmediatamente las plumas. Su camioneta está toda abollada. La puerta eléctrica ya no sirve. Los vecinos le dicen “el muégano”. Llegamos a Querétaro hace siete años y todavía tenemos unas cajas llenas de no se qué, que ya se convirtieron en mesas.
Me sorprendió cómo de repente empezó a hacer lo que hace y cómo ha tenido éxito en un mundo que ni conocía. Tiene un talento que estaba guardado y que ella ni lo sabe, no le importa. De hecho yo creo que Ana más bien quiere ser corista profesional, su sueño era ser una Aretha Franklin o una Nina Simone y sí canta bien, pero no tanto, y también baila bien. Cuando agarra confianza se sube a la mesa a bailar y cuando hay micrófono, canta rancheras. Creo que fue mi culpa que no haya sido sucesora de Lucerito. Creo que eso y el nombre de su marca son mis dos centavos.
El haber llegado a Hércules y decidido empezar su proyecto ahí lo cambió todo, este lugar no puede no influenciarte, al que aterrice aquí lo va a cambiar, garantizado. Estuvo a punto de poner su taller en otro lugar y fue una gran decisión ponerlo en Hércules, creo que ha sido gran parte de su inspiración. Es muy difícil conseguir esos ingredientes que te da la fábrica, ese talento y esa visión de Ana. Ahora vemos cómo vienen a visitarla a su taller de diferentes partes del planeta, la publican en revistas de todo el mundo y vende globalmente. Para los que la conocemos desde hace mucho tiempo es un fenómeno y estamos muy orgullosos de esas legendarias botas y de comprobar cómo algo único hecho aquí haga que nos volteen a ver. Como diría Miguel Luis, “se siente padre”.
Luis González, esposo de Ana