Conocí a Isabela mucho antes de verla o de siquiera saber su nombre. La conocí a través de sus palabras, de su teatro. Un día llegó a mis manos un texto titulado El paraíso de la invención. No pregunté nada sobre la autora ni reparé en el nombre: me adentré en ella como quien visita una ciudad que no conoce.
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Inmediatamente supe que quería hacerla. Había en ella el conocimiento y el ancla del mito ancestral y la frescura de una mirada nueva. Nunca imaginé que haríamos esta obra en medio de una pandemia, ni que conocería a la autora a través de Zoom.
Me sorprendí al ver a una mujer en sus veintes, estudiando teatro en Nueva York, profundamente apasionada por el conocimiento y los referentes literarios, llena de sentido del humor y de sabiduría. Después me enfrenté a una dramaturga exigente con su texto, los ritmos, las intenciones e incluso los signos de puntuación. Involucrada hasta el final con el proceso de la puesta en escena, Isabela es una mujer de teatro, una voz que seguramente nos dará muchos mundos a explorar en la ficción.
Me ilusiona pensar en los personajes y las palabras que brotarán de esa mente llena de curiosidad, de ese corazón cálido y abierto, de esa valentía para enfrentar la realidad y de ese sentido del humor desfachatado. ¡Enhorabuena Isabela, que venga mucho teatro!
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