Escribo estas palabras en el día de tu cumpleaños. Terminamos la clase de Kéntro que decidiste impartir con música clásica para celebrar con todos los asistentes. ¿Quién pensaría tomar una clase de yoga, fuerza, elasticidad y resistencia al compás de Strauss? Alguien como tú. ¿Combinar el “Huapango de Moncayo”, interpretado por una orquesta sinfónica, con saltos extremos? Sólo se te ocurriría a ti.
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Orgullosa mexicana, hija, hermana, esposa, madre, empresaria, deportista y gran amiga. Cada año, la vida te llena de grandes dosis de ímpetu y amor. Tu nombre significa “junto a alguien”, y no es coincidencia que tanta gente quiera estar cerca de ti. Eres una explosión de lucidez, posees una fuerza admirable y coherencia interna que reflejan tu gran persona. Nunca abandonas la curiosidad, mucho menos la emoción. Después de tanto tiempo de conocerte me resulta sorprendente de dónde sacas tanta energía, aunque hoy entiendo que radica en lo que enseñas todos los días: un espíritu imparable, un corazón agradecido y una mente fuerte, acompañada por un gran sentido del humor.
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En cada caminata en la montaña encuentras paz, y es ahí, inmersa en la naturaleza, en donde te encuentras más feliz. Límite es una palabra que rebasas en cada proyecto que emprendes. Eres perseverante y en cada cosa que haces, aunque te estés muriendo de miedo, lo pones todo: alma, corazón y vida. Sensible, observadora, humana, exquisitamente elegante y real. No es por nada que Concepción se escriba con “c” de puro corazón. Dicen que todos nuestros recuerdos se forman de un punto de vista personal y que somos de aquellos a quienes dejamos que nos conozcan de verdad. ¡Gracias, Concha, por ser una gran maestra de vida!
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