La primera vez que vi a Irene fue sobre un escenario y me pasó lo que a muchos en ese momento, me pregunté: ¿Quién es esa actriz? Su capacidad para tejer la complejidad del personaje, para tocar lo profundo y externarlo, para expresar con lo sutil, me maravilló.
A veces la veía por nuestro barrio paseando a Mora, su inseparable perra, nos saludábamos y siempre me quedaba con ganas de conocerla más, de saber más de ella. Fue el teatro el que hizo ese trabajo. Ahí descubrí que esa asombrosa humanidad con la que logra dotar a sus personajes la tiene también en la complicidad de un camerino. Apareció una amiga con quien compartir los recovecos, las inseguridades, los miedos y, por supuesto, las alegrías de la pasión que compartimos.
Irene no se conforma fácilmente, siempre busca la complejidad y el reto. Encontrará en un ensayo esa pregunta que nadie imaginó y regresará al día siguiente con una multiplicidad de respuestas. Buscará en su siguiente personaje algo que no ha probado nunca como actriz y que la obligue a trabajar en la dirección contraria.
Es por eso que podemos verla tocar el hilado fino e intrincado de David Mamet en Oleanna, pero también la franca y desparpajada comedia en La obra que sale mal o la sensualidad caprichosa de Salomé de Oscar Wilde.
Irene ha conseguido, a fuerza de trabajo constante, transitar por el teatro, el cine y la televisión, y se ha convertido en una de las actrices más sólidas de su generación. Siempre quiero más de Irene, como amiga, como actriz y como maestra de la combinación de las dos cosas. Siempre estoy buscando cuál será esa obra que me regale el privilegio de volver a compartir con ella el escenario.