Baby'O Parte 2: Los secretos del antro con más historia de México
Estos artículos seriados sobre la historia del Baby’O se publicaron originalmente en las ediciones 255, 256 y 257 de la revista Quién.
Las mujeres en baby doll, ligueros, shorts, negligés y tangas detenían el tránsito en la Costera Miguel Alemán para agolparse ansiosas en la entrada del Baby'O con una misión suprema: ver, tocar, contonearse, hablar, ligar, gritar y desear en las pijama party, las megafiestas de la disco desde fines de los 70. "Acapulco era el culo del desmadre y el Baby era el puntero", dice el ex gerente Jesús Mondragón Mamey. Adentro, ellas encontrarían tanto gringos, europeos o jetseteros del DF como gigolós acapulqueños en pijama, en trusa o sin ella. Y entonces era hora de chupar las mamilas donde todos metían su trago.
En un ritual que duró 15 años, la disco se transformaba en un enorme cuarto de hotel: camas con velos, espejos, colchones y un jacuzzi donde lo mismo se sumergía Rod Stewart que Mauricio Garcés. "El Baby era adictivo", dice Mamey. "Se volvió mágico", agrega Eduardo Césarman, propietario del antro.
Bajo música psicodélica, los chavos bailaban, jugaban guerras de almohadas y saltaban sudorosos en el stage. "Había pasión por todos lados y valía gorro estar encuerado -recuerda el ex gerente operativo Carlos García-: si la chava quería con un cabrón era: ‘chíngatelo ya'. Eso sí, nada con morbo, nada a la fuerza".
Terminaba la fiesta y hacia las 8 am todos se iban a dormir para recuperar fuerzas y volver al Baby en la noche. "Aquí la gente entraba riéndose y salía riéndose", dice el mesero José Luis Tellechea El Puma.
EL HIJO DE...
Pero alguna vez ocurrió que alguien entró vivo y no pudo salir igual. Todos lo recuerdan sólo como "El hijo del capitán". Pero el hijo del capitán Salvador Hernández -entonces director de la Policía Vial de Acapulco- se llamaba Marco Hernández Albarrán. Quería pasarla bien esa noche del 8 de marzo de 1984. Con su novia acudió en su Jeep al Magic Circus, donde lo frenó el cadenero Eduardo López: "Traía armas y no lo dejé pasar. Se fue emputado el chavito, era atrabancado".
Pero Marco fue persistente: pensó que en el Baby'O, justo enfrente, le iba a mejorar la suerte. Dio vuelta en "U" y sí, entró. Bailó y bebió con amigos. Esa noche, a unos metros, la ex primera dama Carmen Romano de López Portillo se divertía. O quizá la pianista de 58 años sólo luchaba por curar su tormentoso matrimonio con José López Portillo que, fascinado por la vedette Sasha Montenegro, la estaba dejando. Marco salió del Baby de madrugada y abordó su auto junto a su novia. "A la chava le dijeron cosas unos güeyes", recuerda el gerente Mamey. Los "güeyes" eran del Estado Mayor Presidencial, los guaruras de doña Carmen, que alcoholizados esperaban a su patrona. Marco, encabritado por los piropos a su chica, se llevó la mano al cinturón. "Sacó el fuete y hubo balazos dentro de su carro. Se sentía hijo de papi y le salieron unos más gallos", añade Mamey. El Puma oyó los gritos y salió: "(Marco) le pegó con la pistola a un guarura de Carmen Romano y a uno le dio un balazo. Uno de ellos respondió y lo mató".
Al día siguiente, el almirante Alfonso Argudín, presidente municipal de Acapulco, cerró el antro. El asesinato afuera del Baby'O del hijo de un colaborador suyo parecía un motivo sensato. Pero minutos después de la clausura recibió llamadas de la Secretaría de Gobernación, del Departamento del DF y del gobernador del Estado de México, Alfredo del Mazo, para que lo abriera de inmediato: la influencia de Teodoro Césarman, cardiólogo eminente reverenciado por el gobierno federal y papá del dueño del Baby'O, era feroz.
Como un animal apaleado, el alcalde tuvo que reabrir las puertas.
EN LA CARA NO PORQUE DE ESO VIVO
Antes del Baby, las mesas buenas de las discos eran las arrinconadas. Desde que nació, la mesa buena era la que te hacía más visible, la más iluminada. Una mesa simbolizaba una especie de espejo que confirmaba o desmentía tu estatus de poderoso. Hasta hoy, existen tres mesas "asignadas", las intocables: la de Carlos Slim Domit "El Charal" (antes ocupada por el empresario Michel Kuri), la de Freddy Helfon y la de Carlos Pietrasanta Gardel, director del antro.
Si no eras amigo o invitado, era "imposible" tener una mesa de abajo, aclara el ex gerente Juan Carlos Legarreta: "Me decían: ‘Te voy a consumir Champagne Cristal' y les respondía: ‘Así consumas 100 botellas no te sientas ahí'. Me amenazó gente que se sentía "Juan Camaney". Era bravo y nunca me doblegaba: si me gritaban, gritaba el doble. Como te ven te tratan".
Hoy, las mesas de pista gozan de un amplio campo de visión hacia cualquier rincón de la famosa disco.
"Llega el actor de una novela y me dice ‘Quiero esa mesa' -explica Eduardo Césarman-. ‘No, esa mesa es para tu patrón, no para ti. Ahí se sienta Azcárraga, no tú'. Hay niveles".
El cliente se gana una mesa de pista yendo mucho, con altos consumos y buena conducta, es indispensable la buena conducta. "Es difícil organizarlas: muchos no quieren sentarse al lado de otro por un pleito casado", dice el actual gerente, Miguel Caballo Díaz. Aunque hay excepciones: "(Enrique) Peña Nieto, que es un fenómeno, ha ido dos veces -dice Césarman-. El joven tiene derecho a divertirse en el Baby. ¿Qué tiene de malo tomarse tres copas?" Como él, hay clientes eventuales con el privilegio de mesa de abajo. Pero son pocos...
El directivo de Grupo IUSA Luis Segura Peralta quería una mesa de pista... pero esa noche de fines de los 90 el gerente Mamey se la negó. "La prioridad eran los amigos de la casa -justifica-. El vato anduvo enchilado toda la noche y sus amigotes lo echaron a andar". En la madrugada sacó una pistola y apuntó al gerente. "Alcancé a bromearlo: ‘En la cara no porque de eso vivo'". Pero Segura le respondió metiéndole la pistola en la boca. Veloces, pero conciliadores, los empleados del Baby lograron que el empresario guardara el arma y se fuera. En 2003 Segura se suicidó en Tlalpan. "Cuando murió pensé: ‘Este suicida pudo matarme'", dice Mamey. Todo por una mesa del Baby'O.
HUIDA EXTRANJERA Y ESTEFANÍA DE MÓNACO
El boom de Acapulco se produjo a partir de 1960, cuando Cuba perdió el mandato turístico con el triunfo de la Revolución. Por cercanía, los estadounidenses adoptaron el puerto mexicano. Hubo grandes años de pujanza en los que La Perla del Pacífico fue el gran destino de Latinoamérica. Elvis, incluso, le dedicó una canción.
Pero la crisis inició en los años 70, cuando los sindicatos aeroportuarios mexicanos subieron los impuestos a las compañías que tenían vuelos directos a Acapulco desde Dallas, NY, Toronto y otras ciudades, y que llegaban en pocas horas. Como a las líneas aéreas ya no les convenía ir a ese puerto mexicano, trasladaron sus rutas directas a destinos como Vallarta o Cancún. "Se fueron el turismo americano y el jet set internacional -dice el ex gerente Carlos García-, y en ese momento llegó el jet set mexicano. Se apagó la euforia: nuestros ricos eran menos expresivos, más recatados".
Pero los mexicanos se sintieron cómodos sin los excesos foráneos, y las mexicanas sin la amenaza de la belleza caucásica.
Por esos días, en 1981, Roberto Noble fundó en la vereda de enfrente la primera gran competencia del Baby, el Magic, junto con Alfonso y Ramón Corona, hijos del general Alfonso Corona del Rosal, regente del DF durante la matanza de Tlatelolco en 1968.
Pero el Baby, lejos de sufrir la competencia, supo capitalizarla. En 1987 contrató como capitán a uno de los pilares del Magic, Juan Carlos Legarreta -hermano de Andrea-, y después lo volvió gerente.
El joven de 21 años y su jefe, Carlos García, llevaron al extremo la política elitista del Baby. A medianoche de un sábado cualquiera la disco tenía ocupadas tres mesas, mientras a la Costera la bloqueaba una multitud que esperaba entrar. Así, el Baby se hacía desear.
Una vez que "los amigos" ocupaban las mesas de abajo, a la disco había que "vestirla": chavas guapas y solas cerca de la pista para que hicieran lucir al antro cuando la luz las impactaba. En medio, parejas. Y aunque en el desdeñado piso de arriba había de todo, nada de varones solos. "Si hay más hombres que chavas a fuerza hay bronca", justifica Césarman.
"Yo vestía a la discoteca con gente bonita -agrega Legarreta- y también buscaba gente que sirviera al Baby en lo político y económico. No estaban tan fuertes Profeco ni Derechos Humanos". Por eso, si descubría que clientes que ya estaban dentro no eran "bonitos a la vista", no conocía escrúpulos: "Le decía al jefe de puerta: ‘Los sacas ahorita'".
El "control de calidad" no tenia límites. La noche previa al inicio del Acafest llegó al Baby una rubia a la que Azael, responsable de seguridad, le negó la admisión. Pero ella exigió pasar. "Dice que es cantante", le comentó el guardia a Legarreta. "Volteé y la vi -dice el ex gerente-: la chava estaba guapa pero se veía muy mal, como con tres días de fiesta: descalza, jeans rotos, hippiosa. Le dije a Azael: ‘Que se ponga zapatos, se vista bien y regrese'". La chica no volvió.
En la mañana, el gerente recibió una llamada. Era Luis Miguel.
-¿Que no dejaron entrar a Estefanía de Mónaco?-, le dijo.
-¡Güey, no sabía que era ella!
Horas más tarde, el propio Luis Miguel, Jorge El Burro Van Rankin y Miguel Alemán Magnani llegaron al Baby con la polémica princesa europea. Mientras ingresaban, a los gritos le señalaron a Estefanía: "¡Ese es Legarreta, el que no te dejó entrar!"
"He sido la única persona que le ha negado la entrada a una disco a Estefanía de Mónaco", asegura el ex gerente.
EL CAPITÁN
Carlos Pietrasanta Gardel ha hecho algo para que su mesa, última al fondo a la derecha, sea desde hace 35 años un área ritual sólo para clientes especialísimos. Compartir la mesa con este hombre-mito es una condecoración social.
"En los barcos el capitán elige quién cena con él. Lo mismo aquí. ¿Hoy quién viene? Fulano, ti ti ti. Entonces hoy conmigo, ta ta ta", dice Gardel, quien no es argentino.
El director del Baby es un chilango de la Nápoles con un extraño rasgo: cuando se suelta hablando, algo que le es fácil, adquiere modismos argentinos. "¿Y vos quién sos?", me pregunta, después pide que el artículo no vaya a meterlo "en un quilombo" y luego en plena entrevista entona el fragmento de un tango: "¿Quién fue el raro bicho que te ha dicho, che pebete?"
-En la otra vida debiste ser argentino-, le comento.
-¿Maradona?
-O Gardel
-Ese sí-, dice y se carcajea.
Gardel no cesa un minuto de hacer bromas, todas son cortitas y dichas con una seriedad que en seguida se estrella en carcajadas nasales que hacen que se agite su enorme cuerpo.
Con lentes oscuros y desde el ventanal del vecino restaurante Los Navegantes, vigila cada día los movimientos vespertinos de los trabajadores de la disco que dirige desde 1977. No hay manera de entrevistar a Gardel. Al oír cualquier pregunta la contestará con una frase aduladora muy natural ("excelente pregunta de algo que nadie sabe", "hermoso cuestionamiento", "acabas de decir una cosa extremadamente coherente", "tenés un aura que Dios te dio", "eres la primera persona con quien hablo mis verdades"). Pero cuando se dispone a narrar, dirá: "¿Qué querías saber?" Cuando le repita la pregunta me contará algo que nunca pregunté. Gardel es como un niño travieso, genial y encantador, que hará lo que le dicte su mente impredecible.
-¿Cómo iniciaste en El Baby?
-Me trajeron en un bambineto-, dice entre carcajadas-, y en lugar de mamila me daban vodka Stolichnaya.
BABY'O PARTE 1: LOS GRANDES INICIOS