OPINIÓN: Donald Trump y Ted Cruz, ¿quién es peor?
Nota del editor: Con tanta polémica sobre Trump, le pedimos Gabriel Guerra, destacado analista en asuntos internacionales, ex cónsul de México en Toronto y actual columnista en El Universal que nos contara si Ted Cruz, el otro aspirante republicano a la Presidencia de EU, era mejor. Su respuesta nos sorprendió.
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Ted Cruz no es ninguna "perita en dulce", así dice el viejo refrán, o debería, porque viendo aunque sea por encimita las elecciones primarias del Partido Republicano de plano no hay a quién irle. La camada de aspirantes es más digna de la casa de los sustos que de la Casa Blanca.
Poco a poco se ha ido desgranando la mazorca: como en la canción de los perritos, de los 13 ó 14 originales ya sólo nos quedan dos (tres en realidad, pues John Kasich, por mucho el mejor, no tiene popularidad excepto en su natal Ohio donde arrasó en las preliminares), y el 15 de marzo, Marco Rubio decidió abandonar la carrera presidencial. Y dado que más que campaña electoral esta parece ser una comedia, el más sensato es el que menos posibilidades de triunfo tiene.
Marco Rubio, el joven y bien parecido senador por Florida, era la apuesta de muchos, pero él solo decidió hacerse a un lado de la contienda. Hijo de inmigrantes cubanos, perfectamente asimilado, con una historia inspiradora de rags to riches: sus padres emigraron legalmente de Cuba a Estados Unidos en 1956 y obtuvieron la ciudadanía estadounidense después del nacimiento de su hijo. El padre fue empleado en distintas compañías y la madre era mucama. Aunque Rubio quiso durante muchos años embellecer la historia diciendo que sus padres huyeron de Cuba tras la revolución de Fidel Castro en 1959, lo cierto es que salieron tres años antes.
Más allá de esa mentirilla oportunista, Rubio siempre buscó dar el ejemplo de por qué se oponía a una reforma migratoria que le diera "amnistía" a los indocumentados diciendo que sus padres lo hicieron por la vía legal y correcta. Se le olvida un pequeño detalle: su abuelo paterno ingresó a los Estados Unidos sin papeles en 1962 y cuando un juez ordenó su deportación, se quedó sin permiso varios años hasta que logró regularizarse. Así que Marco Rubio, el oponente de la reforma migratoria, es nieto de un ilegal. Pero eso ya no importa. Ahora nos quedan dos.
Ted Cruz, senador por Texas, es también hijo de padre cubano y madre estadounidense, y nació en Canadá. Para añadirle sabor a la historia, su padre fue un joven rebelde que luchó contra la dictadura de Fulgencio Batista y después intentó unirse a las guerrillas de Fidel Castro. No lo aceptaron y huyó a Estados Unidos, donde obtuvo asilo político, de ahí viajó a Canadá y se naturalizó canadiense. Ted Cruz tuvo doble ciudadanía hasta 2014, así que existen dudas acerca de si podría o no ser presidente, o al menos dicen algunos de sus contrincantes, entre ellos el señor Trump.
Cruz es un hiperconservador y se opone ferozmente a la reforma migratoria. Pero no se mortifiquen por eso, Cruz se opone a prácticamente todo. Fue el principal promotor del cierre gubernamental en 2013, en un intento quijotesco por impedir la entrada en vigor del plan de salud, mejor conocido como Obamacare. Su postura extrema en ese debate lo llevó a ocupar la tribuna durante 21 horas seguidas, hablando de lo que fuera, incluso leyéndole un cuento a sus hijas desde la tribuna, todo para impedir que se aprobara el presupuesto que mantendría operando al gobierno federal. Al final Cruz logró sólo una parte de su objetivo, el gobierno se cerró parcialmente durante dos semanas, pero Obamacare continuó vivito y coleando.
Extremista en prácticamente todos los aspectos de sus planteamientos políticos, Cruz es un fanático religioso. Su padre, el guerrillero fallido, es hoy un pastor evangélico en Texas que habla abiertamente de la necesidad de que la religión (la suya, obviamente) domine todos los aspectos de la vida, incluida por supuesto la política, la sociedad y el gobierno. El hijo hace referencias constantes a Dios en sus discursos y repite una y otra vez que Estados Unidos es y debe seguir siendo un país cristiano. Pero solamente un 60 por ciento de la población estadounidense es cristiana, sumando a protestantes, católicos y evangélicos. ¿Donde quedaría el otro 40 por ciento de los norteamericanos? De eso no habla mucho Ted.
Y finalmente llegamos al único, al irrepetible, Donald Trump. El multimillonario excéntrico que ya era un poco demasiado como magnate y empresario, pero que como candidato ha resultado ser la suma de todos sus excesos. Trump ha insultado y ofendido a mexicanos, latinos, musulmanes, mujeres, minusválidos, veteranos de guerra, a ex presidentes y presidentes, y por supuesto a todo aquel que se atreva a manifestar sus diferencias con él. Es partidario abierto de la tortura, del uso indiscriminado de la fuerza, del autoritarismo. Su desprecio por las leyes, la compasión y la decencia no conoce límites.
Trump parecía una mala broma cuando anunció su candidatura, con su peinado extravagante, su acento de barrio bajo neoyorquino y su agresividad insultante. Sigue siendo una broma, pero hoy ya nadie se ríe. Es un bravucón, un abusivo, un farsante, pero ha logrado conectar con un segmento del electorado que justamente espera, necesita, eso. Un sector de la clase media y media baja estadounidense que se siente marginado, incomprendido, que no reconoce al país en el que hoy vive.
Principalmente hombres, con bajo nivel de educación, que ven con amargura y envidia las grandes fortunas y con temor y desprecio a los menos afortunados que ellos, son materia dispuesta para un demagogo que les habla de recuperar la grandeza de su nación, que ofende y minimiza a todos sus contrincantes, a todos los que no son como él.
Esos son, amables lectores, lectoras, los dos fantásticos. Y aunque poco probable, uno de ellos podría ser presidente de los Estados Unidos, todavía el país más poderoso del mundo. Lo dudo seriamente, pero por si acaso yo voy preparando mis maletas para lo que mis antepasados yucatecos decían que harían si algún día se acababa el mundo: irme a vivir a Mérida.