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Carlos Fuentes: sus pérdidas, amores y glorias

Decidió ser escritor a los 21 años, se casó dos veces y tuvo tres hijos, de los cuales fallecieron dos. Aquí el rostro más íntimo del gran novelista que murió hoy a los 83 años.
mar 15 mayo 2012 02:20 PM
Decidió ser escritor a los 21 años, se casó dos veces y tuvo tres hijos, de los cuales fallecieron dos. Aquí el rostro más íntimo del gran novelista que murió hoy a los 83 años.
Carlos Fuentes Decidió ser escritor a los 21 años, se casó dos veces y tuvo tres hijos, de los cuales fallecieron dos. Aquí el rostro más íntimo del gran novelista que murió hoy a los 83 años. (Foto: Archivo Quién)
Carlos Fuentes fue el primogénito de Rafael Fuentes y Berta Macías.
Carlos Fuentes fue el primogénito de Rafael Fuentes y Berta Macías.

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El dandy de las fiestas en los 50 decidió ser escritor a los 21 años, se casó dos veces y tuvo tres hijos de los cuales fallecieron dos. Presentamos el rostro más íntimo del gran novelista que murió este 15 de mayo a los 83 años.

Carlos rompió la fuente desde el útero anunciando su nacimiento cuando Berta, su madre, miraba una película basada en la ópera La Bohème. Con música de Puccini, el primogénito de Rafael Fuentes Boettiger estaba a punto de arribar al mundo lejos de México debido a los deberes diplomáticos de su padre. Así, el niño Carlos Manuel Fuentes Macías soltó su primer llanto en la ciudad de Panamá el 11 de noviembre de 1928. Nadie podía imaginar entonces que aquel bebé se convertiría en uno de los grandes escritores latinoamericanos del siglo XX.

El nacimiento de Carlos en una nación que no era la de sus padres fue el principio del estilo de vida que le deparaba el destino, pues el embajador Fuentes Boettiger fue comisionado en los años siguientes a otras ciudades en Ecuador, Uruguay, Brasil, Portugal e Italia. En 1934 los Fuentes se trasladaron a Washington, donde Rafael fue nombrado consejero en la elegante casa que funcionaba como embajada de México.

Hoy pocos saben que el pequeño hijo del entonces diplomático fue inmortalizado en esa residencia construida en 1910 por Nathan C. Wyeth, el mismo arquitecto que diseñó la Oficina Oval de la Casa Blanca.

En la imagen Carlos Monsiváis, José Luis Cuevas, Fernando Benítez y Carlos Fuentes en la cantina La Ópera.
En la imagen Carlos Monsiváis, José Luis Cuevas, Fernando Benítez y Carlos Fuentes en la cantina La Ópera.


El adolescente precoz

A principios de la década de los 40, en plena Segunda Guerra Mundial, la familia Fuentes se mudó desde Estados Unidos al otro extremo del mundo. En Santiago de Chile, Carlos y su pequeña hermana Berta, nacida en la Ciudad de México en 1932, oirían hablar el español ya no sólo en casa sino en la calle. Sin embargo, para continuar con la educación bilingüe, su padre inscribió al muchacho en el exclusivo colegio inglés The Grange.

Carlos no encontró ahí la cantidad de hijos de judíos europeos refugiados que tanto le llamaron la atención en la Cook School de Washington, pero tuvo otras experiencias que también lo marcaron. Entre las más importantes, su amistad con el joven Roberto Torreti, con quien compartió la pasión por la lectura y las primeras inquietudes por escribir historias que tecleaban juntos en una máquina Royal portátil. Sin duda esta relación inspiró en Fuentes el ideal de una amistad afectiva e intelectual que buscaría a lo largo de su vida.

En los jardines de la embajada de México los adolescentes y otros amigos jugaban al esgrima con varas secas, y en el colegio, Carlos y Roberto comenzaron a destacar por sus inquietudes intelectuales más que por estar interesados en jugar partidos de futbol obligatorios.

"Carlos y yo asistíamos sin inmutarnos, desde un extremo de la cancha, a las carreras de nuestros compañeros que en el extremo opuesto se disputaban el balón. Apoyados en los postes del arco, hablábamos de lo humano y lo divino [...] sobre todo debatíamos el futuro de Europa", escribió para la revista mexicana Nexos el chileno Roberto Torreti, quien hoy es un destacado filósofo en su país, recordando esa intensa amistad entre adolescentes que el novelista mexicano ha evocado en algunos libros.

A principios de 1944 los Fuentes hicieron de nuevo las maletas y se mudaron a Argentina. Para el hijo del embajador, Buenos Aires fue un gran descubrimiento. Como la dictadura que gobernaba el país apoyaba a la Alemania nazi, en las escuelas se inculcaban prejuicios antijudíos y, según ha dicho Fuentes, él se negó a asistir a la secundaria apoyado por sus padres. Pero Carlos entonces aprendió otras cosas en la estimulante escuela de la vida. "A los 15 años pasé el año más maravilloso, al descubrir a Borges, el tango y las mujeres", le confió el escritor hace algunos años a Maya Jaggi, periodista cultural del diario británico The Guardian.

En la vida cosmopolita del Buenos Aires de los años 40, Carlos Fuentes descubrió modas y modales que lo acompañarían en su mudanza a México.

Por los múltiples compromisos de sus padres, Natasha y Carlos crecieron prácticamente solos.
Por los múltiples compromisos de sus padres, Natasha y Carlos crecieron prácticamente solos.


El alma de las fiestas

Después de muchos años de vida gitana, la familia Fuentes regresó a residir en México a finales de 1944, gracias a que don Rafael asumió un nombramiento en la Secretaría de Relaciones Exteriores. Carlos estaba por cumplir 16 años y fue inscrito en el Colegio México para cursar el bachillerato. El muchacho comenzó a abrirse camino por su cuenta.

"Cuando era muy jovencito, Carlos Fuentes aparecía fotografiado en Social, la revista que se publicó en México desde los años 30. Lo invitaban a todas las embajadas porque era muy bien parecido y muy bien educado. Las hijas de los embajadores lo invitaban e incluso recuerdo que salió con la hija del embajador de China, una chica guapísima. Era un partidazo", explica Guadalupe Loaeza, una escritora que, entre otras cosas, se ha documentado sobre aquella intensa vida social de la época alemanista.

A pesar de haber residido la mayor parte de su vida en el extranjero, México no era una tierra extraña para el muchacho porque durante su infancia y adolescencia él y su hermana pasaban los veranos en las casas de sus abuelas.

"Eran mujeres muy distintas. Una era del Golfo de México y la otra del Pacífico. Una era hija de alemanes, la otra descendía de mercaderes de Santander y de indios yaquis", comentó el escritor al diario español El País, recordando a doña Emilia Boettiger de Fuentes, veracruzana, y a doña Emilia Rivas de Macías, sonorense radicada en Mazatlán, Sinaloa.

Hacia finales de la década de los 40 y principios de los 50, él ya tenía una activa vida social. De acuerdo con Guadalupe Loaeza, "vivió intensamente el periodo alemanista, cuando había muchos centros nocturnos y estaba de moda Acapulco. Carlos Fuentes se divertía con toda esa gente en una sociedad muy elitista, muy esnob, en la que había nuevas fortunas. Por ahí andaban los O'Farrill, los Escandón, etcétera".

Y ese ambiente mundano del que él mismo formaba parte iba a aprovecharlo muy pronto para mostrarlo en uno de sus libros más celebrados.

El dandy en la región más transparente

Según el propio Carlos Fuentes, él decidió convertirse en escritor exactamente a los 21 años. "Fue en Zurich, al cenar junto al lago, cuando vi a Thomas Mann cenando junto a mí", reveló en una entrevista publicada por el diario británico The Guardian. En esa época, además de su ajetreada vida social había iniciado su carrera de Derecho en la UNAM, colaboraba en algunas revistas e incluso había ganado su primer concurso literario en el Colegio Francés Morelos.

Cuando Fuentes vio al legendario Premio Nobel de Literatura alemán cenando en Suiza, él estaba tomando cursos en el Instituto de Altos Estudios Internacionales de Ginebra. Se preparaba para la diplomacia siguiendo los pasos de su padre, pero la vocación por la literatura sería más fuerte.

Su primer libro, Los días enmascarados, lo publicó en 1954, pero no fue sino con La región más transparente, su segunda obra, publicada en 1958, que igualó el éxito que ya tenía en sus relaciones sociales.

"La región más transparente causó muchísima polémica pero también ganó muchos admiradores. Se burlaba de los mexicanos que habían estado en la revolución y que gracias a ésta se habían hecho millonarios", recuerda la escritora Elena Poniatowska, quien conoció a Fuentes desde 1951, "en alguna fiesta, antes de que fuéramos escritores".

Según un comentario escrito en los años 60 por el respetado crítico Emmanuel Carballo, parte del mérito y de la polémica que generó la novela se debía a que era una "denuncia artística contra los revolucionarios burgueses que tienen el poder en sus manos".

"Había una ironía en la descripción de ese mundo, percibió perfectamente bien el american way of life que justo comenzaba a vivirse en México en aquella época. A las niñas frívolas las describió perfectamente. Pero no creo que haya sentado mal en esa sociedad; al contrario, rápidamente le dieron crédito", explica también Guadalupe Loaeza.

A partir de ese libro, el éxito y la polémica acompañarían siempre al escritor mexicano.

Amado por las mujeres, envidiado por los hombres

Quienes vivieron aquellos años hoy afirman que Carlos Fuentes cambió la imagen del escritor mexicano. "Antes los escritores eran de domingo, es decir, tenían otras profesiones y escribían en sus ratos libres, pero Carlos se convirtió en un escritor de tiempo completo. Le dio glamour al oficio ", reflexiona Poniatowska.

Además de eso, Fuentes mantenía la imagen de un dandy, siempre impecable, bien vestido y cosmopolita. "Claro que se podía decir que era amado por las mujeres y envidiado por los hombres. Todo mundo decía que era muy guapo y muy agradable. Llamaba mucho la atención que era un hombre bien vestido. Por ejemplo, usaba lino blanco en primavera", agrega la también periodista.

Hacia principios de los años 60 Fuentes había dejado atrás el ambiente del jet-set que había retratado en La región más transparente y ya era una figura central en la vida cultural, en donde era requerido para conferencias, cocteles, exposiciones y fiestas de artistas e intelectuales. Ahí Fuentes ya no brillaba solo, para entonces había aparecido en su vida una genuina belleza de película.

Los años con Rita Macedo

Cuando María de la Concepción Macedo Guzmán se casó con Carlos Fuentes, ella era un rostro identificado por el público del cine mexicano y su nombre artístico era bien conocido como Rita Macedo.

Bella, talentosa y con fama, Rita se divorció de Luis de Llano Palmer, un pionero de la televisión y padre de sus hijos Luis y Julissa, y se casó con Carlos Fuentes en 1958. Por ese tiempo ella actuó en Nazarín, el clásico dirigido por Luis Buñuel, un hombre por quien Fuentes sentía admiración inmensa desde muchos años atrás. Por ello no dudó en acompañar a Rita en las locaciones de Cuautla, Morelos, donde comenzó una amistad profunda con el cineasta.

A la Rita de aquellos años el novelista la ha descrito como "una bellísima actriz de perfil mestizo, morena, de grandes ojos rasgados y pómulos altos". A decir de muchos, formaban una pareja fulgurante y alrededor de su vida giraba una constelación de artistas e intelectuales que no se perdían las fiestas que organizaban en su casa de la Segunda Privada de Galeana, en San Ángel.

"Todo mundo decía que daban unas fiestas a todo dar en San Ángel. Invitaban a toda la gente famosa de los años 50 y eran muy concurridas. También asistían las celebridades que estaban de paso. Ahí recuerdo a la actriz Candice Bergen y a John Gavin, el embajador de Estados Unidos en México, que luego hizo el papel de Pedro Páramo en una película dirigida por Carlos Velo", cuenta Poniatowska.

La actriz Julissa, entonces una adolescente, fue testigo de primera mano de aquellos años. "Él y mi mamá se amaban mucho. Yo no veía a Carlos como mi papá sino como un hermano mayor. Desde entonces me convertí en su admiradora por su inteligencia y su sentido del humor, y él me apoyó en mi debut como actriz. Yo estudiaba el high school fuera de México, pero cuando estaba en el DF, ellos y sus amigos me adoptaban en plan mascota para asistir a sus fiestas, para ir a la Muestra Internacional de Cine, que entonces era todo un acontecimiento, o íbamos a Nueva York a ver estrenos. Viajábamos, pero Carlos prefería hacerlo en barco porque entonces le tenía fobia a los aviones".

Cecilia, "La Fuentecita"

En 1962 Rita apenas pudo filmar sólo una escena de El ángel exterminador, de Buñuel, porque su médico le advirtió que tenía un embarazo de alto riesgo. Tuvo que guardar reposo absoluto y a los pocos meses nació Cecilia. "La Fuentecita" la llamó Buñuel.

"...al abrazarla por primera vez yo sentí que mi cuerpo y el de ella se expresaban libremente. Padre e hija distintos, pero ambos dueños, gracias a la hermosura de un instante", escribió muchos años después el novelista en su libro En esto creo.

Los años siguientes no fueron sencillos para el matrimonio. Él continuaba escribiendo y publicando a un ritmo impresionante, además de seguir con actividades diplomáticas representando a México en varios países, y de incursionar en el cine como guionista. Ella buscaba continuar con sus proyectos como actriz y atendiendo a la pequeña y a sus otros hijos.

En aquellos años (1966-1967) se filmó Los Caifanes, una ovacionada película con guión de Fuentes y Juan Ibáñez y protagonizada, entre otros jóvenes actores, por Julissa.

Finalmente vino la separación con tierra de por medio cuando Fuentes cambió su residencia a Europa y después llegó el divorcio en 1969. "Habían tomado un departamento en Londres y después concluyeron su ciclo; el porqué es asunto de ellos. Yo sólo puedo decir que conocer a Carlos ha sido una de las cosas más importantes que me ha pasado en la vida", confiesa Julissa.

Cada quien siguió sus carreras exitosas. Pero la vida de Rita tuvo un final trágico cuando le diagnosticaron cáncer y ella decidió terminar con su vida en 1993, a los 67 años de edad, según informó la prensa de la época. Sin embargo la familia sostuvo que el fallecimiento se debió a causas naturales.

Jean, un amor fugaz

En un curioso y trágico juego del destino, Rita Macedo no sería la única mujer amada por Carlos Fuentes que se decidió por quitarse la vida. La otra fue Jean Seberg, la actriz estadounidense protagonista, entre otros filmes, de Al final de la escapada, con Jean-Paul Belmondo.

Fuentes conoció a esta belleza, más admirada en Europa que en su país, en una fiesta neoyorquina en 1969. Ambos acababan de romper con sus matrimonios y tuvieron un breve pero intenso romance, según el propio escritor, cuando ambos viajaron a Durango para que Jean actuara en el western La leyenda de la ciudad sin nombre, con Clint Eastwood y Lee Marvin.

"Ella era brillante, inteligente, bella [...] estaba casada y tenía un hijo. Era una persona muy vulnerable [...] creo que la desestabilicé emocionalmente. Pero yo sólo podía estar agradecido por esos dos meses. Muy agradecido", comentó años después el escritor para el dijo británico The Guardian.

En 1979 Jean Seberg puso punto final a su vida ingiriendo una sobredosis de barbitúricos después de ocho tentativas de suicidio. Tenía 41 años y a lo largo de su corta existencia había firmado cuatro matrimonios y tres divorcios. Fuentes recordó su amor fugaz con esta bella actriz en la novela Diana o la cazadora solitaria, donde ella aparece con el nombre de Diana Soren.

Aquí Silvia y Carlos en el evento en honor a Leonora Carrington en 2009.
Aquí Silvia y Carlos en el evento en honor a Leonora Carrington en 2009.


Silvia Lemus: la galaxia de Fuentes

Para Carlos Fuentes el principio de la década de los 70 estuvo marcado por una gran pérdida, la de su padre, en 1971, pero también por un encuentro fundamental con la periodista Silvia Lemus. Y en 1972 la pareja decidió casarse.

"Si todas las mujeres que he querido se resumen en una sola, la única mujer que he querido para siempre las resume a todas las demás. Ellas son estrellas. Silvia es la galaxia misma", escribe Fuentes en el libro En esto creo sobre la mujer que representa el amor de su vida.

Al año siguiente de su unión nació Carlos, en París. Con él se repetiría la historia del escritor, que nació lejos de México y creció en distintas naciones. Lo mismo ocurriría con Natasha, nacida en Washington en 1974, el mismo año en que Fuentes fue nombrado embajador en Francia.

La familia residió en la capital francesa hasta poco después de que el escritor renunció a su puesto en 1977 por desacuerdos con el presidente José López Portillo; luego viajaron por Estados Unidos, en donde él comenzó a dar conferencias y a impartir clases en universidades.

"Nuestras carreras no chocan. Donde yo voy Silvia puede seguirme porque siempre puede encontrar a alguien a quien entrevistar para su programa", ha dicho Fuentes en Gran Bretaña, donde desde hace años la pareja posee un amplio departamento lleno de libros en el barrio de Earls Court en Londres.

Ése es su centro de operaciones durante el medio año que hasta la fecha pasan en Europa; ahí él escribe y ella planea la serie Tratos y retratos, en la que entrevista a artistas e intelectuales de todo el mundo, y que se transmite hasta la fecha en Canal 22.

"Somos muy distintos físicamente. Ella es delicada, dueña chica, rubia y con unos ojos sensuales que cambian del azul al verde y al gris con las horas. Su aspecto es europeo, pero su piel es mate, con un bello fulgor oriental. Su gusto por la ropa es extremo y me deleita. La quiero porque yo soy el hombre más puntual de la tierra y ella, puntualmente, siempre llega tarde. Es parte de su encanto. Hacerse esperar", así describe Carlos Fuentes a Silvia Lemus en el libro En esto creo, donde también revela que los une la afición por el cine, el teatro y la ópera, y algo infinitamente más íntimo: "la alegría de tener hijos. La pena de perderlos".

Carlos, el príncipe criollo

El embajador Rafael Fuentes Boettiger eligió el nombre de Carlos para su hijo, en memoria de un hermano menor que falleció de tifoidea a los 21 años. Ese mismo nombre elegiría el escritor mexicano para uno de los hijos que tuvo con Silvia Lemus y que lamentablemente también tuvo un destino trágico.

"Apenas empezó a caminar, [...] su cuerpo se llenaba de moretones y sus articulaciones se hinchaban. Pronto supimos la razón. Carlos, a causa de una mutación genética, sufría hemofilia, la enfermedad que impide la coagulación de la sangre", escribe Fuentes en un emotivo texto del libro En esto creo, donde también manifiesta el profundo orgullo que siente por su único hijo varón.

El miércoles 5 de mayo de 1999 Carlos Fuentes Lemus falleció en el penthouse del hotel Camino Real de Puerto Vallarta, asistido por Yvette, su novia, y un amigo. Un infarto pulmonar acabó con sus 25 años en los que había sufrido otros males a raíz de su padecimiento, según explica el propio escritor: "La contaminación de las reservas sanguíneas por el virus del sida desprotegió a los hemofílicos, a veces por decisiones médicas equivocadas, a veces por actos de irresponsabilidad criminal de las autoridades en Europa y Estados Unidos". Los padres de Carlos recibieron en Buenos Aires la noticia de su muerte.

El muchacho siempre tuvo una salud mermada pero mucha vitalidad. Dibujó y pintó, incursionó en la fotografía y en el cine y escribió poesía. Como dice su padre, sabía que iba a vivir poco y quería dejar un testimonio de su paso por el mundo. En vida publicó un libro de fotografías y póstumamente se editó un poemario y se montaron exposiciones con sus fotografías y obra gráfica.

"La muerte de Carlos dejó en mí y en su madre la realidad de cuanto es indestructible. Vivía ya en nosotros y no lo sabíamos", reflexiona el escritor en el libro antes citado, mientras que su hermana Natasha escribió: "...su muerte fue más bella que dos meses en el hospital. Príncipe criollo, no hay quien no te quisiera".

Seis años después, Natasha sería el centro de otra tragedia en la vida del escritor.

Natasha, la isla solitaria

24 de agosto de 2005. Hacia la media tarde de ese día llegó una información desconcertante a las redacciones de los diarios que se editan en la ciudad de México: el cuerpo sin vida de "la hija de Carlos Fuentes" había sido encontrado en una vecindad ubicada cerca del Centro Histórico. A los pocos minutos se reportó que era la hija de un homónimo del escritor, pero otras fuentes desmintieron esta versión.

Los reporteros y editores de las secciones culturales comenzaron a hacer llamadas para verificar la información confusa que había salido de la fuente policiaca. En menos de una hora la información quedó confirmada y se conocieron más detalles: se trataba de Natasha y no había sido víctima de la violencia de la ciudad. Pero los detalles continuaron fluyendo vagos y contradictorios. Algunas fuentes afirmaron que había sido hallada en Tepito, mientras que otras hablaban del Ajusco.

La Presidencia de la República emitió un comunicado en el que Vicente Fox dio el pésame a Carlos Fuentes y Silvia Lemus: "Natasha siempre habitará en nuestro recuerdo", decía del documento, y en los días siguientes la mayoría de los medios de comunicación informaron sobre el fallecimiento de Natasha sin dar detalles debido a decisiones editoriales internas.

La agencia Apro de la revista Proceso fue uno de los contados medios que abundó en la información y puntualizó detalles: Según los reporteros Raúl Monge y Armando Ponce, Natasha fue encontrada en una vecindad de la Colonia Morelos, cerca de Tepito. "Con síntomas de congestión visceral generalizada había ingresado al Semefo en la Delegación Venustiano Carranza en calidad de indigente", decía la nota. Además, de acuerdo con información de la Procuraduría General de Justicia del DF confirmada por la agencia Apro, la chica había permanecido sin identificar varios días.

"Fue una niña rebotona, alegre, llena de imaginación y humor. La gran ilusión de un padre es que su hija sea siempre una fuente de ternura y entre siempre a la sala haciendo cabriolas. Pero las fotografías se desvanecen, las gasas se rasgan, las sedas se amarillean. La primera comunión no es un evento eterno", escribió Carlos Fuente sobre Natasha en la obra antes mencionada.

En ese texto dedicado a sus hijos, el escritor describe a su hija menor como una "isla solitaria" a quien "le gustaba inventarse y reinventarse una y otra vez". Natasha tenía 30 años cuando abandonó este mundo.

Pero Carlos Fuentes y Silvia Lemus no perdieron la energía ante los duros embates de la vida de los años recientes. Ella se ha ocupado de difundir alrededor del mundo la obra de su hijo Carlos, mientras que el escritor publicó un libro tras otro, exorcizando sus fantasmas en En esto creo y Todas las familias felices, escritos en las temporadas que pasa en su casa de Londres, antes de volver a su residencia de San Jerónimo en la Ciudad de México.

"Mi destino fue encontrar a Silvia y convertir el mío en el suyo", llegó a escribir Fuentes, un hombre vital e infatigable con un aura de 80 años.

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